
«La Unión Europea parece haber decidido ignorar ese principio elemental al apostar por un futuro exclusivamente eléctrico para el automóvil. Esta directiva, lejos de ser pragmática, corre el riesgo de convertirse en un error estratégico»
Por Marcelino Llopis Pons
Henry Ford relata en sus memorias una conversación con Thomas Edison en la que este último, afirmaba refiriéndose a los coches: “La electricidad tiene su sitio y el motor de combustión interna tiene el suyo. Ninguno puede sustituir al otro, lo cual es sumamente afortunado”. Y no puedo estar más de acuerdo. Sin embargo, la Unión Europea parece haber decidido ignorar ese principio elemental al apostar por un futuro exclusivamente eléctrico para el automóvil. Esta directiva, lejos de ser pragmática, corre el riesgo de convertirse en un error estratégico.
El coche eléctrico es, hoy por hoy, una solución de movilidad válida para casos concretos: flotas de empresa, usuarios con recorridos urbanos previsibles y, sobre todo, quienes disponen de un punto de recarga en casa. Pero en España, y especialmente en ciudades como Gijón, la mayoría de la población vive en edificios de pisos. Los coches se aparcan en la calle o en garajes comunitarios que, en su mayoría, no están preparados para una electrificación masiva. Esto implica no solo instalar miles de puntos de recarga, sino también garantizar que puedan funcionar todos a la vez.
Porque no se trata solo de poner enchufes: hay que alimentarlos. Un coche eléctrico consume de media unos 170 kWh al mes, es decir, unos 2.000 kWh al año por vehículo. Si extrapolamos esto a cientos de miles de vehículos, la demanda de energía se dispararía. Necesitaríamos reforzar toda la infraestructura eléctrica: generación, transporte y distribución. Harían falta más centrales de energía —térmicas, nucleares o grandes sistemas de almacenamiento— y la ampliación de redes de alta tensión y subestaciones, lo que supone proyectos multimillonarios que podrían tardar años, si no décadas, en completarse. Todo esto sin entrar en los costes materiales y ambientales de fabricar los puntos de recarga, las baterías, y los propios vehículos, muchos de cuyos componentes provienen de fuera de Europa.
Y ahí está el otro gran punto ciego de esta estrategia: el traslado de las emisiones. Europa puede reducir su huella en origen, pero al seguir comprando productos fabricados en países altamente contaminantes, como China o India, lo único que conseguimos es maquillar los datos. China, por ejemplo, anunció en 2024 la construcción de centrales térmicas de carbón con una capacidad de 94,5 gigavatios, la cifra más alta desde 2015. Gran parte de los coches eléctricos, baterías y cargadores que usaremos en Europa procederán precisamente de allí.
La sensación es que estamos barriendo con esfuerzo nuestra suciedad… para esconderla bajo la alfombra. A simple vista parecerá que estamos cumpliendo objetivos, pero en realidad solo hemos trasladado el problema. La atmósfera es una, no importa dónde se emitan los gases.
Hace más de un siglo, Edison soñaba con que todos los coches de Nueva York serían eléctricos. Tal vez ese futuro llegue algún día. Pero, si llega, lo hará cuando las condiciones técnicas, económicas y sociales lo permitan, no por imposición política. Es probable que estemos más cerca de ese futuro, sí, pero no tan cerca como algunos pretenden hacernos creer.
Por eso mismo la solución no es el coche eléctrico, sino el transporte público combinado con alternativas como la bicicleta o simplemente caminar.
Lo de les centrales de carbón, no solo ye un bulo, si no que además China fabrica componentes para renovables e instala, a un ritmo que nadie puede superar. Habría que informarse un poco mejor