
En un contexto de absoluta opacidad y falta de explicaciones racionales a los escándalos que azotan su cúpula, han acudido al sentimiento

Como en tantos otros aspectos de la vida, creo que lo cursi en política resulta de mal gusto. Sin embargo, no deja de sorprender cómo, en los últimos tiempos, los líderes socialistas han acelerado sin pudor en esa dirección. En un contexto de opacidad absoluta y ausencia de explicaciones racionales ante los escándalos que sacuden su cúpula, han decidido refugiarse en el terreno de los sentimientos.
Del “perdón, me he equivocado” de Sánchez, pasando por las lágrimas indecorosas de la navarra Chivite —lloraba, en realidad, por lo que se le viene encima— hasta la arenga dramática de la renegada Adriana Lastra (“La cabeza alta, compañeros, que la agachen los que han hecho esto”), todo resulta tan forzadamente grandilocuente, tan infantil…
Y en esa huida hacia una épica sentimental, Lastra revela ahora algo terrible sobre su experiencia con Cerdán, justo cuando estaba enferma y embarazada: “Santos Cerdán, como sabe todo el partido, me sometió a una operación de acoso y derribo hasta que dimití. Siempre pensé que lo que le pasaba era una cuestión de poder, de machismo, de no tolerar a una mujer por encima de él». Primero empatizas, sí. Pero luego llegan las preguntas: ¿por qué ocultó en 2022 que dimitía por acoso y no únicamente por motivos personales o de salud? ¿Qué papel jugaron otros dirigentes del PSOE en esa supuesta operación de desgaste? ¿Alguien lo permitió o incluso lo encubrió? ¿Cómo puede confiar políticamente en quien la maltrataba personalmente? ¿Cómo puede el PSOE abandonar de esta forma a una persona? ¿Dónde estaba Barbón?
Son muchas las incoherencias, pero todas encuentran explicación en la estructura piramidal de este partido —y, en realidad, de todos en España—. Desde el militante fervoroso que acude a la Casa del Pueblo de Gijón hasta las alturas del aparato, se exige sumisión total al mando superior y un fanatismo que a menudo roza lo grotesco. Pregonan que viven la vie socialista en rosa, sin espinas, hasta que sangran. ¿El premio? Una buena colocación. Nada genera más lealtad que la dependencia, y Adriana Lastra lo sabe bien. A sus 46 años, lleva media vida entregada al PSOE, partido en el que ha ocupado cargos institucionales desde los 18.
Que los militantes compren el relato sentimental de sus líderes tiene lógica: miran por lo suyo, o por los suyos. Ahí está, como ejemplo reciente, el paripé del Comité Autonómico de la FSA el pasado fin de semana. «Caiga quien caiga», decía Barbón… En fin, para ellos es rentable. Para el resto, no. Para esos ciudadanos sin colores cuya inteligencia es insultada a golpe de teatro socialista, y que para cursilerías ya tienen tazas de Mr. Wonderful.