
«Esa obsesión y moda del urbanismo de espacios públicos deshumanizados y perversos debe acabarse»

Andamos estas semanas por la ciudad dibujando el territorio que nos quedará para las próximas décadas, lo cual no es un asunto menor. Me refiero, por un lado, a la zona de ‘Naval Azul’, que parece que afronta una primera intervención, por parte del Ayuntamiento, en modo “festival del hormigón” un tanto discutible o debatible, si lo que valoramos en un espacio público son la calidad y cantidad de las zonas de estancia, reposo y disfrute, y no tanto los espacios de tránsito entre terraza y terraza, como parece que es para lo que está diseñada esta zona, a tenor de las infografías presentadas: un erial de cemento en el que no parar. Si bien es cierto que es una primera intervención, y que incluso se podría considerar, hasta cierto punto, provisional, no es menos cierto que las cosas provisionales en Gijón suelen acabar siendo fijas. No tenemos más que mirar a nuestra estación de trenes, o al parque Tren de la Libertad o ‘Solarón’, pendientes ambos de ver qué pasa; sin intervenir, provisionalmente, desde el año 2008.
Pero esta cuestión de la futura ordenación de ‘Naval Azul’ no es el objeto de hoy, y prefiero fijarme en el otro espacio costero, junto al anterior, que aún nos queda por desarrollar, ordenar o urbanizar, como queráis llamarlo cada uno. Me estoy refiriendo a la conocida como ‘playa verde‘. Me tocó, junto con más compañeros, plantear esta realidad allá por el año 2015. La idea era clara: ese entorno necesitaba espacios públicos. La ciudad los necesitaba, y era una oportunidad que no se podía dejar pasar, teniendo en cuenta que era el único espacio del frente marítimo que no tenía jurídicamente blindado un frente constructivo. De esa necesidad de plantear un área de esparcimiento surge la ‘playa verde’. Y no fue sencillo. No parecía que generar espacios públicos, y menos aún en primera línea de mar, fuera del agrado de numerosos partidos políticos en aquel momento.
Pero lo importante es que la cosa salió adelante, y ahora, diez años después -¡Cómo pasa el tiempo!-, esta idea parece que pasará a ser realidad de un modo que, dicho sea de paso, me parece acertado: a través de un concurso de ideas. Otro asunto es la composición y criterios del jurado para acabar definiendo este espacio, pero el hecho de abrir el abanico de propuestas me parece interesante. Hablamos de cerca de 20.000 metros cuadrados, divididos en dos espacios, de superficie de uso público que, en función de cómo se diseñe, y de si se logra conectar como una zona de transición de paseo por el Muro, o convertirlo en una zona de estancia agradable, con multiplicidad de usos más allá de los convencionales y prototípicos, sino algo más acorde con la transversalidad de usos que pueden darse hoy en día en zonas de utilización pública intergeneracional, puede acabar resultando ser un acierto.
Bueno, todo eso… Y que sea verde. Esa obsesión y moda del urbanismo de espacios públicos deshumanizados y perversos, pensado únicamente para fotografiarlo, y donde abundan todos los matices del color gris, debe acabarse. Es necesario tener árboles para dar sombra y refrescar el ambiente, y es necesario, saludable y agradable tener verde en el suelo sin tener que desbrozarlo cada tres días, necesariamente. “Más flores y menos alcorques grises” no son solo frases sencillas, son necesidades evidentes que auspician una estancia más agradable, más sana y más ‘disfrutona’ en los espacios públicos de cualquier ciudad. Y no es una cuestión de gustos, ni tampoco debería ser ideológica, y menos aún discutible por parte de nuestras instituciones públicas, que son conscientes del proceso de calentamiento climático en el que estamos inmersos.
Por todo eso, espero, por encima de cualquier cosa, que la playa verde del Rinconín acabe siendo ni más ni menos que eso, un espacio verde de principio a fin.