
«Las ciudades o se vuelven más verdes, o se volverán inhabitables»

Se anuncia, tras la reunión del Consejo Sectorial de Medio Ambiente, la aprobación del Plan Director de Naturalización Urbana de Gijón, con una proyección final de su ejecución para el año 2045.
El objetivo del Plan es una buena cosa, que se resume en plantar más árboles, repartir y mejorar las zonas verdes, y acometer otras inversiones que naturalicen un poco más nuestro entorno urbano. Hay que decir que bienvenidas estas ideas y estos proyectos; esto, por lo pronto. Sin embargo, se hace muy difícil de creer en una ciudad en donde la realidad del presente y del modelo de desarrollo urbanístico no va en consonancia con ello.
Pero, empezando por el principio, esto de los planes directores, estratégicos, etc., que abordan plazos de veinte, treinta años en esta ciudad son fantasía. Ni uno solo de ningún área de Gobierno del Ayuntamiento se ha desarrollado prácticamente nunca. Hay planes de estrategia turística, de desarrollo empresarial, de movilidad, de desarrollo del territorio, en los que se gasta tiempo y titulares que nunca llegan a desarrollarse e, incluso, de los que no se acaba por llevar a cabo ni una sola medida, por varios motivos: porque hay cambios de Gobierno, porque hay cambios dentro de la titularidad del área, porque se olvidan, porque no se sabe que existen, o, en el menor de los casos, porque la realidad ha cambiado y el plan, pensado para la ciudad en, pongamos, 2030, no podía prever que ese año sucedería X, Y o Z. Da igual; en cualquier caso, en el “debe” de la ciudad figura un planeamiento a medio y largo plazo que nunca ha existido o, al menos, en los últimos veinticinco años no lo ha habido.
El mejor ejemplo es ver cómo, desde los años 90, se lleva hablando -e incluyendo en todos los planes e ideas que tengan que ver con el desarrollo verde del municipio- del proyecto del Arco Medioambiental, o del ‘anillo verde’, o de los corredores ambientales, o como queráis llamarlo, que viene a ser que, desde hace ya 35 años, se tiene en mente generar un entramado de espacios verdes intercomunicados entre la ciudad y el ámbito periurbano, con conexiones de entradas hasta lo más profundo de la malla gris de nuestra aglomeración urbana. ¿La realidad? Que esa partida presupuestaria acaba siendo destinada para mantenimiento de lo que ya hay, y para desbroces. ¿La otra realidad? Que en todos los proyectos de ciudad que se ponen sobre la mesa, lo verde no existe. No tenéis más que pensar en las infografías de lo que se pretende acometer en Naval Gijón, o echar un vistazo a las políticas de movilidad de la ciudad, que, en vez de levantar gris para poner verde, solo quieren más y más asfalto. A eso deberíamos añadir la joya de la corona: el parque del ‘Solarón’, un enorme prau que acabará siendo, en su mayor parte, para pisos, y que es una oportunidad perdida de generación de espacio verde.
Pero, más allá de eso, el problema de mayor calado tiene que ver con los mensajes que emite el actual Gobierno municipal -quizá con la excepción del concejal del ramo medioambiental, dicho sea de paso-, que en nada tienen que ver con un Gijón más verde. Se echan en falta pequeñas (y grandes) actuaciones urbanas en las zonas más densamente habitadas, que sacrifiquen la obsesión por los aparcamientos por un entorno más amable, y donde estar en la calle, a la sombra de un árbol, no sea una quimera. Esa obsesión propia de no asumir que las ciudades o se vuelven más verdes, o se volverán inhabitables, debe ser afrontada con firmeza por parte de la clase política. Por favor, haced el ejercicio de comprobar cuánta gente se para en la plaza de Los Fresnos un día de verano (o de invierno). Nadie, de igual manera que los bancos más cotizados en cualquier zona pública son aquellos que están situados siempre bajo la plácida sombra de un árbol.
Y todo esto no debería ser parte de un debate de los de “a favor o en contra”, porque estar en contra de las mejoras medioambientales en una ciudad es como estar en contra de que se invierta dinero en salud o en educación. Es estar en contra de lo único que hace posible una convivencia digna, saludable y agradable.