
«Hoy, lo que antes era libertad, ahora muchas veces es frustración y más en verano: buscar aparcamiento, pagar por mantener el coche, asumir peajes, tasas, impuestos… Y convivir, conductores o no, con las consecuencias de su uso masivo»

Escribo esta columna justo después de entregar la señal para comprar un coche. Sí, es habitual que quienes defendemos incansablemente una ciudad más humana y con menos coches, tengamos uno. Y lo usamos para trabajar, cuidar, hacer recados, etc., además de andar mucho o desplazarnos de aquí para allá en bici. No tenemos ningún problema con el coche en sí. Sabemos perfectamente lo bueno que tiene: a dónde nos lleva, lo que nos facilita la vida y hasta cómo ha impulsado parte del supuesto progreso.
Lo que intentamos o, al menos, quien escribe, es preguntarnos hasta qué punto es necesario tenerlo siempre tan a mano, y en qué momento empiezan a pesar más los inconvenientes que las ventajas de usarlo en ciudad. Porque sí: estamos acostumbrados a repetir una narrativa interesada, que desplaza los problemas del coche hacia otros lugares. En Gijón, por ejemplo, solemos señalar a la industria, al puerto o al aire del norte, antes de asumir que buena parte de la contaminación viene también de cómo nos movemos. Y así seguimos, mirando por el retrovisor mientras huimos hacia adelante.
Aquella visión tenía sentido cuando las promesas del coche particular aún no habían colapsado las ciudades y tampoco estaban tan vinculadas al turismo y a la llegada de muchos visitantes. Pero hoy, lo que antes era libertad, ahora muchas veces es frustración y más en verano: buscar aparcamiento, pagar por mantener el coche, asumir peajes, tasas, impuestos… Y convivir, conductores o no, con las consecuencias de su uso masivo: contaminación, siniestros, desgaste de infraestructuras, ruido, estrés.
Un símbolo generacional que ya no es tal
Soy hijo de una generación para la cual comprarse un coche era subir un escalón social. Mi padre, currante del sector de la construcción, recordaba con orgullo cuando compró su primer Renault 4, después de años subido en lo que aún se llama “el Carreño”, la línea de FEVE entre Candás y Gijón. Hoy, si se aumentara la calidad y los servicios de esta, sería más valorada que nunca: porque viajar en tren cómodo, rápido y barato (gracias a la tarjeta ConeCTA) empieza a ser un privilegio.
En los 80 o 90, sacar el carné era una inversión de futuro. Si tu familia podía pagarlo o lo hacías con tus ahorros y además podías acceder a cualquier chatarrilla, eso ya, te daba una ventaja competitiva. No solo llevando a tus amigo/as de aquí para allá, sino también en el mercado laboral. Aunque fuera para que tu futuro jefe disfrutara de las ventajas de poder desplazarte por ti mismo hasta el puesto de trabajo, descontando los costes de tú mismo sueldo (Cosa que aún pervive y no parece molestar a nadie). Más en un territorio como Asturias, con núcleos dispersos y un transporte público precario, tener coche no era ni es para mucha gente un capricho.
Por eso no es extraño que la generación que ahora ronda los 40 o 50 años, y sobre todo los hombres, sean quienes más se molesten si se eliminan plazas de aparcamiento, se limita el acceso o se prioriza otro modo de transporte. Se toma como un agravio personal a nuestro propio modo de vivir y se toman las decisiones, teniendo esa falsa dicotomía en cuenta. Como si se arrebatara algo que ganamos con esfuerzo y en cierta parte fuera así (aunque no hubiera mucho más donde elegir). Lo que se llama, una visión de túnel… pero siempre desde dentro de nuestro propio coche, mirando hacia fuera.
La tormenta perfecta que no llega
¿Cuál es el problema? Que poco a poco, a pesar de los aspavientos interesados, el coche se bate en retirada en la mayoría de las ciudades. Está pasando. Incluso en Gijón, aunque se haya prometido lo contrario en campaña. Ni tormenta perfecta ni caos: como mucho, algo de orbayu y de paciencia. Eso que en verano además, le debería sobrar a quien además, esté de vacaciones.
Hoy hay alternativas. Muchas. Billetes baratos, bici pública, alquiler de coches eléctricos, carriles bici, aceras más amplias…También la composición social, económica y laboral ha cambiado, junto a los hábitos de gran parte de las nuevas generaciones. Hasta las administraciones más reacias y retardantes, como la nuestra actual, empiezan a entender que no hay ciudad que aguante, si seguimos prometiendo comodidad infinita al conductor. Tampoco parece que hay espacio suficiente para aparcar o circular y el espacio público es el que es. Eso lo saben en el ayuntamiento, lo saben mis compañero/as periodistas, opinólogos variados de tu periodico local y hasta la presidenta de tu asociación de vecinos. No hay dinero público y tasas recaudatorias que lo cubran todo, pero aunque lo hubiera, ¿dónde se implementan mejoras que no se hayan hecho ya?. Las “soluciones”, serán siempre pírricas y cortoplacistas, porque el coche ya está ocupando la mayoría de las calles e infraestructuras… No lo usamos todos, pero si lo pagamos todos y todas, con creces. Fomentar todavía más la demanda, no lo va arreglar (Léase sobre la paradoja de Braess).
Menos coche, beneficia a quien más lo necesita
De hecho hay una realidad incontestable: dentro de Gijón son minoría quienes conducen a diario, respecto al espectro completo de la población. Según el diagnóstico del plan de movilidad del 2022, no llegaban al 44% de quienes usan ese medio a diario, respecto a la mayoría 50% que se desplaza a pie. Imagino que estas cifras ya habrán variado porque otros medios como la bici o el autobús, han subido. Y esa es la conversación incómoda: la que deberíamos tener sin prejuicios, sin pensar qué desear que haya menos coches en favor de una ciudad más humana, signifique necesariamente atacar a quien realmente lo necesita. Al contrario: cuantos menos haya o se reduzca a los trayectos imprescindibles en ciudad, más fácil será moverse en uno cuando realmente lo necesites.
No voy a repetir aquí las ventajas de una ciudad con menos coches: las conocen, las intuyen, las han vivido más de una vez, y si han llegado hasta aquí, probablemente estén de acuerdo en parte. Solo me gustaría pedir que se huya de ideas preconcebidas, porque es evidente que si queremos hablar en serio de mejorar la calidad del aire, espacio público, salud colectiva y urbana, así como del futuro de nuestra sociedad… toca hacerlo como adultos que somos, conscientes de que el mundo ha cambiado y que el coche, por tanto, no es el problema. Creer que todo debe seguir girando en torno a él, sí
Completamente de acuerdo.
Ahora bien, lo de reservar una parte de las plazas, como en cualquier otra ciudad, para residentes debe ser muy complicado.
Estamos enfocando la ciudad hacia quienes están de paso y también se nota en la estructura comercial en determinadas zonas.
Bienvenido en turismo, sin duda alguna, pero que no nos haga perder calidad de vida (que no son solo aparcamientos, de hecho bienvenidas sean las peatonoalizaciones blandas) a quienes vivimos en este concejo.