
«La visibilidad, la inercia… Y el declive del PSOE allanaron el regreso de la Moriyón que hoy tenemos»

Cada mañana, casi con la puntualidad del metrotrén que no tenemos, Mario pedalea por el carril bici de Poniente. Desde la plaza Máximo González, junto al Acuario, hasta las calles contiguas a la plaza Mayor, su figura flaca y en forma avanza con la constancia de quien todavía cree que las ideas tienen recorrido, aunque a veces se impongan las inercias. Pasa frente a las Letronas, esquiva a los turistas del espigón de Fomento y baja por el Museo del Ferrocarril hasta el parque de Moreda. Es Mario Suárez del Fueyo, profesor, ciclista y, entre 2015 y 2019, concejal y portavoz de Xixón Sí Puede.
Pocos recuerdan hoy la posibilidad real de cambio que se abrió tras la primera legislatura de Carmen Moriyón. PSOE, IU y Podemos sumaban mayoría absoluta en el pleno. Pero esa posibilidad se ahogó en el odio. Un odio político, frío y organizado, que desde el entorno más duro de Podemos Gijón, con la poderosa influencia del sindicato CSI y la sombra omnipresente de Cándido y Morala, se enfocó con saña contra el PSOE. No era extraño ver a estos sindicalistas despachar en el Ayuntamiento con concejales de Foro Asturias. La pinza ideológica funcionaba como un reloj: evitar, a toda costa, que los socialistas recuperaran el control municipal. Y así fue.
El sabotaje no fue solo externo. Desde dentro, la figura de Josechu, portavoz del Grupo Municipal Socialista, tampoco ayudó. Sus momentos de arrogancia intelectual, su frontal rechazo hacia quienes no compartían sus formas, sembró fobias incluso entre sus propios compañeros.
Durante aquel periodo, la oposición sumó logros importantes, pero insuficientes para transformar la ciudad. El Solarón no se convirtió en un pelotazo urbanístico: se frenó la edificación y se le puso el nombre simbólico de “Jardines del Tren de la Libertad”. Se fiscalizó el Plan de Vías y se denunció el abandono de obras clave como las avenidas de Pablo Iglesias o Manuel Llaneza. En medioambiente, se canalizó la protesta ciudadana contra la contaminación, se reclamaron más medidores en barrios olvidados y se exigieron datos sanitarios vinculados al aire que respiramos. Todo eso es mérito de la izquierda dividida. Y, paradójicamente, también es parte de su fracaso: mucha denuncia, poco poder.
La izquierda tuvo la mayoría pero no supo ejercerla. Entre las tensiones de Podemos, el personalismo del PSOE y los tiempos que IU no logró aprovechar, una pretendida moción de censura nunca se formalizó. A finales de 2016 hubo contactos, sí, pero sin consenso en el candidato alternativo ni decisión política firme. Pasaron los meses. Cuando quisieron reaccionar, ya era tarde. Carmen Moriyón gobernó en minoría hasta 2019. Y aunque su mandato no brilló por la acción, sí por la percepción: en medio del caos de la izquierda, su figura creció.
Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, cabe preguntarse cómo sería Gijón si en 2015 se hubiera formado un gobierno de izquierdas. Habría tenido una oportunidad histórica para reequilibrar la ciudad, asentar un nuevo relato y desactivar el mito de la gestora eficaz que Moriyón encarnó. Pero no ocurrió. Ocho años después, Carmen volvió al poder no por méritos nuevos, sino por la gasolina de una década de visibilidad institucional y por el desmoronamiento del gobierno de Ana González. El suspiro conservador se hizo carne.
Hoy, Mario sigue pedaleando por Poniente. Da igual si gira a la derecha en Marqués de San Esteban o si cruza hacia el Arbeyal. Al final, siempre vuelve al punto de partida. Como gran parte de la izquierda.