
«Sin duda podría haber llegado más lejos, y eso que la velocidad, en el campo y en la vida, poseía la talla de sus pies»
Le quedaba enorme la zamarra azulona del Marino y no dejaba de correr aquel guaje menudín que pisaba el área contraria con éxito una y otra vez. O gol o pase de gol. «Luisín ye una bala», decían algunos desde la grada, otros respondían: «hay futuro con este neñu, ye la perla de Luanco». Pasados años, categorías y temporadas, «un visionario» pegado a la valla, en Mareo, miró a Luis Edu García y añadió con innegable desprecio: «Esi no val, ¿no ves que ye como una parrochina?, no tiene cuerpo, joder». Tomó nota del improvisado mote el locutor más explosivo del universo rojiblanco, y desde entonces Luis Edu bautizó como Parrochina al otro Luis, cada vez que narraba un partido con el luanquín como protagonista. Al final ni bala, ni perla. Parrochina y gol. Doce goles en 105 encuentros no parecen unos guarismos para recordar. Mas los tantos de Luis Morán fueron importantes en 2008 y en 2009 para un Sporting que gozó un ascenso soñado frente al Éibar en El Molinón el 15 de junio de 2008. Un 2-0 final que ascendía a los gijoneses tras una dolorosa década en segunda división.
Bilic despejó el camino y La Parrochina dio la puntilla para disfrutar de la celebración soñada en la última jornada. En 2009 aseguraba la permanencia en primera marcando el gol de la victoria ante el Recreativo de Huelva, el 31 de mayo a la vera del Piles. Barral había empatado el match y el luanquín salvó de nuevo al Sporting, esta vez del descenso, con ese 2-1 convertido en marcador de alivio en los sufridos corazones de la mareona. Campeón juvenil de Copa con el Sporting en 2004, internacional sub-16, en Chipre ganó la Supercopa con el Ermis Aradippoa y todos aquellos que compartieron vestuario con Luis coinciden en citar al gozoniego como un auténtico fenómeno. El fisio de los fisios: Gerardo Ruiz lo tenía muy claro. «Manolo y yo lo comentamos más de una vez: Luis tiene piernas de Crack y cabeza de vividor».
Sin duda podría haber llegado más lejos, y eso que la velocidad, en el campo y en la vida, poseía la talla de sus pies. No se olvida Gerardo de un partido sublime del Sporting en Mestalla. Un Valencia plagado de estrellas bajó la cerviz ante un conjunto rojiblanco que vivió el partido en estado de gracia. Brillaban los ches con nombres ilustres del fútbol español: Albiol, Marchena, Joaquín, Vicente, Baraja, Morientes, Villa, Mata… Nada pudieron hacer frente a la garra de David Barral, los malabarismos de Diego Castro y esa viva intuición de Luis Morán ganando la espalda a la defensa valenciana para anotar el primer gol en el minuto 18. Marcaron por los gijoneses: Parrochina, Barral y Diego Castro con un chicharro maradoniano en el minuto 80. «Los infiltrados asturianos», Villa y Mata, acortaron distancias para los del Turia en un sorprendente 2-3 que provocó una lluvia de mandarinas y botellas sobre el césped y los banquillos.
Con silbidos, escupitajos e insultos de una afición local conocida por ser una de las «más complicadas» del país. Luis Morán, la parrochina, la bala gozoniega, la perla de Luanco, siguió jugando al fútbol alejado de El Molinón. En chipre se enfundó las camisetas de el AEK Larnaca, Ermis Aradippoa, Othellos Athienou. En Grecia, en segunda división, fichó por el Olympiakos Volou. Regresó a España y engrosó las filas del Mirandés y Unión Deportiva Logroñés. Marino y Colunga se convirtieron en sus dos últimos clubes justo antes de cambiar chándal por bata blanca de farmacéutico para empaquetar como nadie una caja de aspirinas y ofrecer al momento el paquete sanador con la sonrisa de galán de siempre, la misma que paseaba por el estadio ese gran tipo llamado Luis Morán, parrochina y gol.



