Los autónomos, acostumbrados a vivir bajo sospecha oficial, celebran hoy su día en la Feria bajo la permanente amenaza de tener que devolver las publicitadas ayudas percibidas durante la pandemia. Los requerimientos no cesan. En medio de esa asfixia, un detalle: Gijón se queda poco a poco sin zapateros
Vivir bajo sospecha es un hábito al que ya están más que acostumbrados los trabajadores y empresarios autónomos que, en todas sus diferentes y variadas profesiones, celebran hoy su día en la Feria. Lo saben y lo asumen, aunque no por ello continúan en su legítima resistencia a sentirse perseguidos, sobre todo los pequeños, por una administración que los mantiene bajo la lupa. El estigma los ha marcado desde siempre, pero la todavía reciente pandemia, lo saben muy bien, ha vuelto a sacar a la luz todos esos prejuicios. Durante los duros tiempos del Covid, cientos de autónomos se acogieron en Asturias al ‘flotador’ de las ayudas públicas para sobrevivir, ayudas o, más bien, prestaciones, que llegaron precedidas de la pertinente propaganda oficial. Hay que preservar el empleo, decían entonces a pleno volumen de altavoz. Muchos, con todo, se quedaron en el camino. Otros, sobrevivieron a duras penas de continuos cierres gubernativos. Ahora, años después, con los focos ya en otras disputas políticas, llega la hora de pasar la factura, eso sí, sin ruido, de manera totalmente silenciosa, casi furtiva. Los autónomos lo saben muy bien.
Esos miles que percibieron la citada ‘beca empresarial’ por la que buena parte de ellos habían cotizado previamente a través del denominado ‘paro del autónomo’, empiezan a sentir la soga oficial en su cuello, llevan más de un año sintiéndola, con el lógico desasosiego a sus espaldas: “¿Recibiste alguna ayuda durante la pandemia?”, comentan. En ese caso, lo que ahora, años después, vas a recibir, son cartas de apremio en términos inquisitorios en las que te exigen que demuestres, con no pocos papeles, que la merecías o lo percibido deberás devolverlo al erario público en su totalidad. En suma, el publicitado balón de oxígeno te estallará en la cara. El autónomo vuelve a estar en el foco de la permanente sospecha. ¿Justo? Habrá quien opine que sí, pero resulta que a los beneficiados por los ERTES nadie los tocó ni los fiscalizó, al menos hasta ahora. Los sindicatos no lo permitirían, apuntan desde el sector de los autónomos. Sin embargo, parece que algo se está moviendo y que esa manifiesta discriminación toma otro rumbo, el rumbo de ‘a todos o a ninguno’. Resulta que después de más de un año de perseguir y fiscalizar hasta el límite a los “pequeños”, el Tribunal de Cuentas se ha dado ‘cuenta’, nunca mejor dicho, de que hay “serios indicios” de que el 40% de las empresas que se acogieron a los beneficios desplegados por el Gobierno durante la pandemia vía ERTES han cometido fraude.
Nada menos que 278.757, que afectan a casi dos millones de trabajadores. ¿Se les pedirá hasta el último papel como se hizo y se está haciendo con los pequeños autónomos? Lo más probable es que se mire hacia otro lado o, en último extremo, se alegue que el plazo de cuatro años para fiscalizar las ayudas ya ha finalizado. El tiempo lo dirá, pero nada que pueda extrañar cuando el más que probado desfalco a las arcas públicas en Andalucía, en torno a setecientos millones de euros, ha quedado amnistiado por un alto tribunal cada vez, si es posible, más vinculado al poder político establecido. Del actual ‘trío tóxico y sus mariachis’, mejor ni hablar. Claro que lo sencillo es amenazar al autónomo con volver a colocarle la soga. Meterse con las grandes corporaciones y sus potentes equipos de asesores es otro cantar. Los delincuentes de cuello blanco, muchos con sentencias condenatorias firmes y probadas, se van ‘de rositas’ y eso que, como es el caso de los políticos andaluces, esquilmaron en juergas y comilonas, entre otros divertimentos, nada menos que una cantidad equivalente al coste total de la obra de ampliación de El Musel.
Y hablando del puerto exterior gijonés, aún se están buscando decenas de miles de toneladas de carbón que desaparecieron con la anterior administración portuaria, de manera misteriosa, de los almacenes custodiados por la EHBI. Mientras el asunto se dilucida en los tribunales, que va para largo, un conspicuo gijonés comentaba, en tono jocoso, que “antes el carbón manchaba al trajinarlo. Ahora se trajina que no deje huella, y no precisamente la de carbono”. Sin duda, de mucho tendrán hoy que debatir los autónomos en la Feria. Por ejemplo, sobre como desaparecen los oficios tradicionales acosados, entre otras cuestiones, por los impuestos. ¿Un ejemplo? No hace mucho, en Gijón había unos 120 zapateros. En la actualidad, apenas veinte autónomos se dedican a este noble trabajo. La sociedad cambia y las costumbres y hábitos también, pero éste solo es un ejemplo de que algo no funciona. La Administración se pierde en palabras, cursos, discursos, planes y milongas similares, en buena medida para auto justificar su propia supervivencia. La maquinaria oficial tiene que auto alimentarse. Mientras, el tejido de desangra. Temas para debatir les sobran a los autónomos. Entre ellos no estaría de más que perdieran, aunque fuera unos minutos, en analizar los motivos de una histórica desunión que los deja muy debilitados a la hora de defender en bloque sus derechos ante los políticos y la burocracia administrativa.
Otra cosa es que les queden ganas de pelear contra esa maquinaria oficial que les asfixia. Y ya que la cosa va de sesudas investigaciones, quizás fuera conveniente saber cómo anteayer salieron del Departamento de Informática del Ayuntamiento de Gijón en torno a 18.000 solicitudes del pin de la Tarjeta Ciudadana, solicitudes que ninguno de los ciudadanos afectados habían demandado. La sorpresa y las quejas fueron generales. Según parece, ‘alguien’ en el citado Departamento apretó el botón equivocado y puso en marcha un sistema que salvaguarda datos confidenciales de los usuarios, que están sujetos a la Ley de Protección de Datos, hasta hacerlos públicos para propios y hasta para extraños, según los casos. No me dirán que no hay tema para investigar. Claro que lo más probable es que, a quien corresponda, pensará, como en el caso del carbón extraviado de El Musel o las variadas corruptelas políticas, aquello tan manido del ‘sálvese quien pueda’.
