La falta de educación, otro residuo que sobra en las calles de Gijón

Ocho de la mañana. El sol empieza a calentar y un trabajador de Emulsa empuja su carro por una calle cercana a Fomento. Apenas lleva unas horas de jornada cuando un vecino, café en mano y cara de pocos amigos, le suelta: “¡Esto está hecho un asco, a ver si trabajáis más!”. Ni un “buenos días”, ni una pizca de educación. Solo una descarga gratuita, como si él fuera responsable de cada papel que flota por Gijón. Por lo que me cuentan, no es un caso aislado: pasó, está pasando y, desgraciadamente, lo seguirá haciendo.
En agosto, la ciudad es un maremágnum. Fiestas, terrazas a rebosar, turistas despistados, contenedores que se llenan en horas y papeleras que se desbordan en minutos. Los empleados municipales trabajan a destajo para que todo esté más o menos en orden. No tienen superpoderes: no pueden vaciar un contenedor en cuanto se llena ni adivinar dónde caerá el próximo vaso de plástico. Lo que sí tienen es paciencia, y mucha, para soportar el calor, el ruido y, encima, a quienes se creen fiscalizadores de acera.
Lo más triste es que no hablamos de críticas con fundamento, ni de vecinos que señalan un problema con respeto. Hablamos de malos modos, de frases lanzadas como piedras, de presión constante. Y siempre en una sola dirección: hacia quien lleva un uniforme. Se olvida que si en agosto Gijón está más sucio es porque entre todos la ensuciamos más. Las colillas, las bolsas voladoras y los vasos tirados no aparecen por generación espontánea.
Quizás sea fruto de los años salvajes del Covid, pero parece que hemos normalizado encontrar un culpable rápido antes que aportar soluciones. Y qué fácil es hacerlo con alguien que está en plena calle, que no puede darse la vuelta ni contestar. Pero detrás del mono hay personas. Personas que cumplen turnos, soportan jornadas largas y extenuantes.
En una ciudad que presume de hospitalidad y de disfrutar de la calle, deberíamos entender que el respeto empieza por quienes la mantienen habitable. Cuidar Gijón también es cuidar a quienes la cuidan. Y no se hace con gritos, sino con responsabilidad ciudadana… o al menos con un “gracias” de vez en cuando.
Porque, de verdad, no cabe un tonto más en esta ciudad. Bastante tenemos ya con el verano, el trajín y la basura inevitable. Si no vamos a ayudar, al menos no estorbemos. Y, por favor, dejemos de molestar a quienes, literalmente, están limpiando lo que otros ensucian. Ya dijo Forrest que tonto «es el que hace tonterías». Y así vamos.
Un trabajo … Te presionan los que te pagan , como al resto en su trabajo . Si es un faltosu se denuncia ..pero si eres empleado público …lo mismo que los concejales y demás . Y lo que debe hacer en vez de llorar a un periodista es decírselo a su jefe y poner remedio .