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Las tres clases sociales de El Natahoyo

Pablo Batalla por Pablo Batalla
31/08/25
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De obreros y marqueses a la clase media: la transformación del barrio

Panorámica de El Natahoyo/Kike Llamas

Íbamos a empezar por el marqués y su marquesado. Pero entonces nos topamos El Natahoyo en un pasaje, precioso y terrible, de El onceno mandamiento, la mejor novela del escritor gijonés Faustino González-Aller (1919-1983), ambientada entre la revolución del treinta y cuatro y la guerra civil. Y decidimos que había que empezar con él. Cuenta el narrador lo que sucedía en los barrios obreros, donde

«los niños iban al mar sin calzón de baño, a la pesca desnuda, mientras no tuvieran pelos en el pubis, de las monedas que arrojaban al agua los divertidos veraneantes. Monedas que servían para cenar —un kilo de patatas, diez céntimos; dos docenas de sardinas, un real; un kilo de pan, otro real; un decilitro de aceite, quince céntimos; una botella de vino para el padre, dos perras gordas (perronas) y, después, gratis, a ver, desde lejos, estrellándose en el cielo, los fuegos del pirotécnico valenciano. […] Así era en Cimadevilla, el barrio de pescadores. Y, en vez de sardinas, pimentón en los barrios del Natahoyo, La Calzada, El Llano, donde escondían su miseria los siderúrgicos, vidrieros, albañiles y otras gentes que sentían el orgullo de oficios imposibles entonces. Algunas veces, se celebraba el regreso de un grupito de revolucionarios indultados. Volvían vencidos, pero alegres, con la esperanza de compartir el hambre de los suyos».

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El Natahoyo era un barrio de industrias y ciudadelas, que iban ocupando lo que, antes, habían sido marismas y el monte Coroña, que luego dio nombre a una calle y a una ciudadela, y dejó de ser lugar de asueto de los habitantes de la zona. Citado ya por Jovellanos, todavía existía en 1934, y allá se hacían festejos como este que leemos en El Comercio del 15 de agosto de 1934: «La Banda de Gijón amenizó la fiesta campestre bailando al compás de su música el elemento joven. Un grupo de bellas señoritas se dedicó durante toda la tarde a colocar flores en las solapas de los romeros que, a cambio de esa gentileza, entregaba alguna cantidad destinada a la adquisición de una gramola para amenizar las fiestas que casi a diario se dan en el Monte Coroña».

Lo de los bañistas en cueros no era una licencia de González-Aller, sino una práctica muy real —emprendida por niños y no tan niños— y un pequeño escándalo local, al menos para los vecinos respetables que escribían al periódico clamando por el fin de dicha práctica. Los que la llevaban a cabo en la playa del Arbeyal —en cuya compra por el Ayuntamiento fue clave el concejal decimonónico Vicente Jove, que hoy da nombre a una calle del barrio— motivaron por ejemplo esta queja recogida por el decano de la prensa gijonesa en 1908, en contra

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«de la indecorosa escena que han de soportar los vecinos de El Natahoyo y Santa Olaya hasta Jove. En la playa llamada del Arbeyal se bañan a diario gentes en completa desnudez, sin ningún reparo de pudor, pasean al sol sin ocultar vergüenza alguna, como Dios los trajo al mundo. Ayer mismo, varias personas de familias veraneantes en Jove, al pasar por aquella playa tuvieron que retirarse ante los espectáculos deshonestos que daban los bañistas sobre las arenas. ¡Señor alcalde, ponga coto!».

De obreros estaba lleno este barrio emblemático de Gijón: los ferroviarios de la Estación del Norte, los operarios de la Fábrica de Loza la Asturiana —fundada por Mariano Pola— o, más tarde, los de los varios astilleros levantados en su costa. Pero su origen es, sí, un coto aristocrático; los 632 días de bueyes que comprendía el marquesado de San Esteban de Natahoyo, concedido en 1708 por Felipe V a Carlos Miguel Ramírez de Jove y Vigil de Quiñones en memoria de los méritos de su tío paterno, un militar que había fallecido dos años antes defendiendo, en Milán, el castillo de Tortona. Este primer marqués, alcalde de facto de la ciudad, fue el que levantó en Gijón uno de sus edificios más ilustres: el Palacio de Revillagigedo, así llamado por otro de sus títulos. El lector ya se habrá dado cuenta de que la gran arteria urbana que nos lleva desde el mismo hasta el barrio de El Natahoyo lleva también su nombre: Marqués de San Esteban. ¿Qué hay del nombre Natahoyo, tan extraño? No está clara su procedencia, pero pinta a que sea la romana (Villa) Ataulio y la corrupción progresiva de la expresión «en Ataulio»: N’Ataulio, N’atauyo…

El Natahoyo también sale en ¡Adiós, Cordera!, el precioso y celebérrimo cuento de Clarín sobre el amor de unos niños campesinos por una hermosa vaca que un día su padre vende. Pudo venderla en el barrio que hoy nos ocupa, aunque finalmente no lo hizo; y fue aquel el día en que los niños empezaron a creerse el peligro de perder a su amada Cordera. Así lo escribe el autor de La Regenta:

«Un sábado de julio, al ser de día, de mal humor Antón, echó a andar hacia Gijón, llevando la Cordera por delante, sin más atavío que el collar de esquila […]. En el Natahoyo, en el cruce de dos caminos, todavía estuvo expuesto el de Chinta a quedarse sin la Cordera; un vecino de Carrió que le había rondado todo el día ofreciéndole pocos duros menos de los que pedía, le dio el último ataque, algo borracho. El de Carrió subía, subía, luchando entre la codicia y el capricho de llevar la vaca. Antón, como una roca. Llegaron a tener las manos enlazadas, parados en medio de la carretera, interrumpiendo el paso… Por fin, la codicia pudo más; el pico de los cincuenta los separó como un abismo; se soltaron las manos, cada cual tiró por su lado; Antón, por una calleja que, entre madreselvas que aún no florecían y zarzamoras en flor, le condujo hasta su casa».

Humildes obreros, humildes campesinos y opulentos marqueses. Todo esto ha habido en El Natahoyo, barrio al que, en los últimos años, va dándole el tono una tercera clase ni humilde, ni opulenta, sino media: la que habita los edificios-barco que flanquean Poniente; la que va a habitar las nuevas promociones que se levanten allá donde se arrase lo que queda de aquellas ciudadelas y aquellos astilleros. La historia de Gijón no se detiene, y la de El Natahoyo tampoco.

Comentarios 1

  1. Natahoyo says:
    3 meses ago

    Natahoyo Barrio De Nivel !!Uno de los mejores.

    Responder

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