Cómo conciliar la vida familiar estando 24 horas seguidas en el hospital

Dicen que los médicos son una clase privilegiada. Claro, cualquiera lo ve: basta con repasar lo fácil que resulta entrar en la carrera de Medicina. Una nota de corte altísima, seis años de grado, un año de preparación para el MIR y otros cuatro o cinco de residencia. Total, once años como mínimo, sin contar el sacrificio de mantener una formación continua de por vida. Vamos, un paseo.
Y después de semejante recorrido, se topan con una mesa de negociación en la que sus demandas se mezclan con profesiones que poco o nada tienen que ver con su trayectoria profesional. Ellos representan apenas un 15% del personal sanitario, lo que garantiza que sus prioridades se diluyan o se utilicen como moneda de cambio para contentar a la mayoría. Privilegio puro.
La jornada laboral también es un lujo: 37,5 horas semanales… ampliables hasta 48, o 60, o 80, o las que hagan falta, siempre que “las necesidades del servicio” lo requieran. Porque la salud no entiende de límites legales. Y, claro, en la media anual todo encaja: una semana de 100 horas compensa con otra de vacaciones.
El sistema de guardias es otro caramelo. Veinticuatro horas seguidas en el hospital, con derecho a un descanso de 12 horas posterior, aunque en algunas comunidades todavía no lo reconocen y descuentan esas horas de la jornada. Por si fuera poco, existen guardias localizadas: no cuentan como trabajo efectivo, pero obligan a estar disponible las 24 horas. La conciliación familiar, ya se sabe, es otro de esos privilegios.
En cuanto a las retribuciones, un salario base de unos 1.300 euros brutos mensuales, que ha crecido un 20% en 25 años mientras el IPC lo hacía en un 70%. Y ese mismo salario base determina lo que cobran los residentes, las pagas extra, las bajas o la maternidad. La jornada complementaria, paradójicamente, se paga por debajo de la ordinaria. Los complementos por nocturnidad o penosidad, esos que sí tienen otros sanitarios, ni están ni se esperan. Y si el médico ejerce de tutor de residentes, lo hace gratis. Más privilegios.
Al llegar a la jubilación, el tiempo trabajado cuenta por días, no por horas. Así que da igual si uno ha trabajado ocho horas o veinticuatro: se suma un día. Eso supone que, al final de la carrera profesional, un médico puede haber acumulado hasta diez años más de trabajo real que cualquier otro empleado público. Sin coeficientes reductores por peligrosidad, a diferencia de policías o bomberos, pese a la exposición continua a riesgos biológicos. La pandemia fue una buena muestra.
Y no olvidemos la clasificación profesional: tras once años de formación, los médicos están en el grupo A1, compartiendo cajón con otras profesiones sanitarias con no tantos requisitos académicos y laborales. La equiparación, por supuesto, refuerza ese halo de privilegio médico.
Por último, la responsabilidad: cuando algo sale mal —porque la biología es así de caprichosa—, quien responde es el médico. Lo saben bien las aseguradoras, que les cobran hasta veinte veces más que a cualquier otro sanitario por su póliza de responsabilidad civil.
Sí, los médicos son una clase privilegiada. Sólo que quizá, como ocurre con algunos privilegios, convendría mirarlos más de cerca.