
Retrata Murias Cimata entera, vida y abandono, calles llenas y vacías. Melancolías y celebraciones. Es el fotógrafo oficial de las festividades de Los Remedios y La Soledad. ‘Arrancando’ sonrisas de gente feliz en el convite de la sardinada dominical, bailando en la carpa, bajo el vientre de la ballena Clotilde, cimbreante pero segura. Colgada en lo más alto, como adorno-amuleto protector para el universo playu

Gozaron este año las Fiestas de Cimavilla con un pregonero playu, Ángel Murias. Que regala con la misma prestancia palabras sentidas e instantáneas de luces al atardecer, desde la primavera al invierno, desde el Muelle a la Talaya. Subiendo y bajando la Rampla, pisando la arena de San Lorenzo. ‘Recorriendo’ Atocha o Vicaría. Recogiendo esos últimos destellos de la jornada en ese impagable momento de día y noche fundidos en orgasmo colorido, bañando nubes y firmamentos con rosas y azules, amarillos y anaranjados. Retrata Murias Cimata entera, vida y abandono, calles llenas y vacías. Melancolías y celebraciones. Es el fotógrafo oficial de las festividades de Los Remedios y La Soledad. ‘Arrancando’ sonrisas de gente feliz en el convite de la sardinada dominical, bailando en la carpa, bajo el vientre de la ballena Clotilde, cimbreante pero segura. Colgada en lo más alto, como adorno-amuleto protector para el universo playu. A veces se nostalgia el bueno de Murias y saca la cabeza por la ventana de su casa desde bien temprano, fumando uno de esos cigarrillos mañaneros que ‘saben a gloria bendita’. Mirando sin esperanza alguna a ese enorme hueso de piedra sin tuétano, que un día fue corazón del barrio alto y Fábrica de Tabacos…
A Ángel siempre le gustó despertar al ‘Gijón del alma’ acompañado por Kiko, un boxer de focicu apacible y que en muchas ocasiones fue testigo del instante preciso, de ese click mágico, de ese ojo metálico, electrónico, plastificado y elaborado tal vez en China, tal vez en Japón. «Mira que está lejos Japón»…
Ángel captaba con su cámara, hace algunos meses, «el prodigioso» amanecer sobre el Elogio del Horizonte o ese atardecer seductor, iluminando al Pelayo Rey sobre el pedestal, en la Plaza del Marqués. Su perro Kiko, fiel compañero, contemplaba complacido y leal al familiar tipo de perilla y gorra de Peaky Blinders. La caricia sobre la cabeza de Kikín y una inevitable sonrisa daban por finalizados paseo y sesión de fotos…
A Murias, todavía hoy, se le asoma esa perla de lágrima que aparece cuando te acuerdas de las que ya no están; echa de menos a ese cánido bonachón. En esas amanecidas de ventana y reflexión, decide fumar otro cigarro. «Hoy mejor que dos», que mañana el día es tan incierto como la Mar Cantábrica, que pasa del rumor al grito, del amor al odio. Igual que esos seres humanos, sonrientes en la fiesta nocturna, discutiendo con saña a la sobremesa siguiente. Pasan fugaces por la testa de Murias unas cuantas ideas para reportajes publicitarios, bodas, comuniones, retratos de familia… Tirar de calendario, hacer llamadas, buscar hora adecuada con la mejor de las luces, pedir al cielo los nubarrones justos y ni uno más…
Todo eso pasa a un ritmo vertiginoso por la cabeza de Ángel, mientras le da la última calada a su penúltimo ‘pitu’ y sonríe, otra vez, al recordar aquella foto irrepetible con la luna de sangre coronando San Pedro.



