Su historia, porque vaya si la tiene, se remonta a diciembre de 1932

Esta semana vamos a visitar la calle Luanco, adentrándonos en un barrio con espectaculares sorpresas arquitectónicas y con edificios cuya historia no va a la zaga de los que nos podemos encontrar en el casco histórico más tradicional gijonés. Dentro de este barrio, del que podríamos destacar varios edificios diseñados por los tracistas más conocidos de la ciudad como Manuel García, Pedro Cabello, Mariano Marín de la Viña o el prolífico maestro de obras Benigno Rodríguez, vamos a quedarnos con un singular edificio que surgió del estudio de Del Busto, diseño de Manuel y Juan Manuel del Busto. Su historia, porque vaya si la tiene, se remonta a diciembre de 1932, fecha en la que el estudio presenta la memoria para la ejecución del edificio. Ya sabéis, y si no, os lo recuerdo, que la memoria de los proyectos de edificios que se presentaban por aquel entonces para obtener la licencia municipal eran algo muy testimonial, vamos, un par de hojas —en el mejor de los casos— y un par de planos, y a correr. En este caso no llegó ni a eso: media hoja de síntesis de lo que se quiere hacer y al lio.
El lío en sí mismo empieza con la construcción —ya a mediados de 1933— puesto que la obra comienza a reunir una serie de retrasos que provocan que el 4 de abril de 1936 el Ayuntamiento le imponga una sanción de 8.652 pesetas —una pasta— por no tener la obra más que medio ejecutada y, al parecer, «de aquella manera» (para que os hagáis una idea de lo que suponía ese pedazo de multa, sumaba el triple de la cantidad exigida como tasas para obtener la licencia de obra). La justificación del promotor tarda poco en llegar, y apenas unas semanas después contesta que se le conceda un año de plazo para acabar la obra y que no la ha podido ejecutar porque «surgió un locaut patronal en esta localidad que hizo imposible la adquisición de materiales».
Con esta realidad, que enmarca la situación general de esos momentos, llegamos, como habréis podido hilar por las fechas, al golpe de estado militar y a la Guerra Civil que desembocará en la llegada de la dictadura franquista al poder. Todo esto conlleva que sucedan dos cosas: por un lado, que la obra no se retome hasta el 28 de agosto de 1941 y, por otro, que de la multa ya nadie se acuerde. Continúa la obra con un incremento de altura de dos metros respecto al máximo legal para esa calle, a lo que hay que añadir la construcción de un ático que, según señala la documentación del momento, servirá como vivienda para la portera y que se atiene a una ampliación del proyecto que se acompaña. Y diréis: «bueno, esto del ático no parece que sea algo muy reseñable»… Y no lo sería si no fuera porque, casi veinte años después de terminado el edificio, allá por 1963, se denuncia a la propiedad del mismo por albergar una vivienda clandestina en la que, según relata la Fiscalía de la vivienda, vivían y pagaban renta, sin contrato alguno, siete personas en un espacio sin huecos al exterior, solo con claraboyas en el techo, completamente abuhardillado, con distribuciones interiores con tabiques y habiendo realizado la obra sin permiso municipal alguno. Cuento todo esto porque, a veces, nos dejamos llevar por la belleza de los edificios que contemplamos y conviene no romantizar las situaciones abusivas que durante décadas se daban: el lucro y el aprovechamiento de las necesidades de vivienda en nuestros cascos urbanos, que si bien hoy en día no son tales, no dejan de hacer visible el gravísimo problema que tenemos en este país con concebir la vivienda como producto para la especulación de un inversor ‘afortunado’ y no como algo indispensable para el desarrollo vital de cualquier ser humano.
Más allá de eso, el resultado del edificio que hoy podemos contemplar es una perfecta transición entre los elementos decó —que tanto caracterizaron a Manuel del Busto a finales de la década de los veinte y principios de los treinta— hacia un racionalismo y funcionalismo más limpio de líneas y exento de decoración superflua. Este edificio combina las barandillas de tubo propias del racionalismo con pequeñas decoraciones entre vanos que aún podemos apreciar hoy en día. También conserva otros detalles que no podemos dejar pasar, como el suelo original del portal, o la puerta de acceso. Si bien sufrió la caída parcial de una de las cornisas que enmarcan el último piso, este trabajo de los del Busto ha llegado a nuestros días para poder disfrutar de un diseño en el que los años solo lo dotan de más belleza y elegancia.