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domingo, 12 octubre, 2025
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Molinucu, «el corazón manda»

Monchi Álvarez por Monchi Álvarez
12/10/25
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Compañeros y rivales, árbitros y entrenadores, coincidían al citar con admiración al langreano-gijonés como el mejor ejemplo de bonhomía sobre el terreno de cualquier estadio. Nunca sufrió ni expulsión ni amonestación alguna en sus años de futbolista. Ni en el Sporting ni en su retirada en el Círculo Popular de La Felguera.

Emilio García Martínez, Emilín, fue un legendario delantero del Real Oviedo que fichó por el Sporting para terminar su carrera deportiva en Gijón. Contaba Emilín que en el primer entrenamiento con el club rojiblanco tuvo un lance con Molinucu y este le pidió disculpas de un modo tan gentil que el delantero de relumbrón, sorprendido, perdió la pelota sin remisión. «Perdone por la entrada Don Emiliol». «No me trates de usted, que somos compañeros, hombrel». Respondió el punta de San Román de Candamo.

Manuel Rodríguez Torre ‘Molinucu’ nació en Sama de Langreo y cuando contaba con siete años de edad se instaló con su familia en Gijón. Su padre, también Molinucu, jugó en el Racing de Sama. Y Molinucu hijo, el Molinucu que recuerdan con cariño ‘las huestes’ sportinguistas, pasó por todas las demarcaciones posibles, menos la de portero, en El Molinón. De guaje disputaba pachangas entusiasmado en la calle Ezcurdia con el Ezcurdino. Más tarde pasaría a engrosar las filas del Olimpia con su amigo Chano, que cual fiel escudero, acompañó al de Sama en el Ezcurdino, Olimpia y Sporting. Era el Olimpia una escuadra temible que entrenaba en el arenal de San Lorenzo, arrasando de principio a fin en el match de turno, pisando el césped de Los Fresno. Formaban los jóvenes gijoneses con Lera, Alfonso Jiménez I, Quintin, Jiménez II, Iglesias, Pin, Entrialgo, Chano, Molinucu y Suso Cuesta.

Debutó Molinucu con el Sporting frente al Murcia en la temporada 43-44. Jugó con los rojiblancos 300 partidos oficiales en 13 temporadas, marcando 30 goles. Jugador inteligente y completo, brilló gracias a sus cambios de juego precisos desde el centro del campo sportinguista. Medía 1,65 pero se convertía en todo un coloso cuando su diestra entraba en contacto con el cuero o regalaba regates limpios o controles protegiendo, salvando el esférico, daba igual el minuto de la confrontación. Provocaba la profunda admiración de una grada que se entregaba por entero a su fútbol.


Compañeros y rivales, árbitros y entrenadores, coincidían al citar con admiración al langreano-gijonés como el mejor ejemplo de bonhomía sobre el terreno de cualquier estadio. Nunca sufrió ni expulsión ni amonestación alguna en sus años de futbolista. Ni en el Sporting ni en su retirada en el Círculo Popular de La Felguera. Corazón de oro, buenísima persona, honesto, noble, honrado. Más allá de pitos o protestas en un deporte arrastrado en numerosas ocasiones por una desmedida pasión. A la otra orilla del insulto estaba la palabra amable dedicada por los que pudieron conocer a Molinucu, recordando, de alguna manera, el lema escrito sobre el portón de la lejana Casa de los Tiros en Granada: «El corazón mandal». Lema al que siguen acompañando en la vieja piedra una espada esculpida que atraviesa el corazón.

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Nunca utilizó la espada el futbolista nacido en Sama. Una cortesía natural y el abrazo sincero fueron sus divisas para caminar por la vida del que después del fútbol regentó un negocio de calzado en la calle Los Moros. Pudo mirar a la cara y sin piedras en la valija a la parca, a los 93 años. Y seguramente abrió la puerta de su hogar de par en par, sabiendo que el partido ya había terminado. Dando las buenas noches por última vez.

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