
Por Marcelino Llopis Pons
«Para hacernos una idea, para mover tanto carbón se necesitan más de mil camiones. Eso no es un robo, es una procesión de Semana Santa con ruedas. Ni la banda de ‘Ocean’s Eleven’ podría imaginar algo tan descarado»

Hace unos días, el Louvre volvió a ser noticia. Alguien se llevó las joyas de Napoleón. Así, sin despeinarse. Un robo elegante, rápido y brillante. Tan francés, que uno casi imagina a Arsène Lupin escapando en una Vespa, con una baguette bajo el brazo y Edith Piaf sonando de fondo.
Pero robar unas joyas que caben en una mochila, aunque es audaz, no deja de ser fácil. Lo verdaderamente impresionante es robar una montaña.
Porque eso -literalmente- es lo que paso en Gijón. Una montaña de carbón. 160.000 toneladas. Desapareció de la terminal de la EBHI, un lugar con más cámaras que un aeropuerto y más seguridad que el despacho de Putin. Y, aun así, puf, se esfumó, como si fuese un truco de magia de David Blaine.
Para hacernos una idea, para mover tanto carbón se necesitan más de mil camiones. Eso no es un robo, es una procesión de Semana Santa con ruedas. Ni la banda de ‘Ocean’s Eleven’ podría imaginar algo tan descarado. Si lo hubieran propuesto en Hollywood, el productor habría dicho: “No, es demasiado inverosímil”.
Y, claro, como en todo gran golpe, más allá de la complejidad del robo, lo difícil es colocar lo robado. Porque una joya de Napoleón puedes venderla discretamente en el mercado negro. Pero 160.000 toneladas de carbón no las puedes esconder en un trastero, así que en algún lado tuvo que aparecer una montaña donde antes sólo había una colina.
Personalmente, espero que encuentren a los culpables y se recupere lo robado. Aunque, siendo realistas, las joyas seguramente estén de una pieza todavía, pero del carbón no deben quedar ni las cenizas.
Y es una pena, porque si esta gente pusiera la misma inteligencia y organización al servicio de la ciencia, ya tendríamos la fusión fría, energía limpia y coches que vuelan. Pero no. Prefieren robar montañas. Asturias, paraíso natural… Y ahora, al parecer, hogar de la magia de David Blaine.
 
 
			 
			 
                                 
                                 
                                 
                                 
                                 
                                 
							 
							 
							 
							 
							 
							 
							 
							 
							 
							