
Ah, el bueno Edward Aloysius Murphy y la archiconocida ley que lleva su nombre… Si no hubiesen existido ni uno, ni la otra, sería imprescindible inventarlas. Al fin y al cabo… ¿Qué mejor resumen hay de lo azarosa que puede llegar a ser la vida, que ese atinado principio que afirmar que «todo lo que pueda ir mal, irá mal«? Y si, por un casual, alguien no lo cree, quizá lo ocurrido esta misma mañana en la muy transitada calle Ezcurdia de Gijón acabe con ese escepticismo. Según relata el lector de miGijón A. C. L., autor de la fotografía superior y testigo de los hechos, al protagonista de la instantánea en cuestión se le juntaron, de golpe, todos los elementos que podían volverse en su contra: el hombre -de cierta edad y dificultado para moverse con agilidad- se puso a cruzar la mencionada arteria por un punto sin paso de cebra, en un momento en que el semáforo más próximo se ponía en verde para los vehículos… Y en el preciso instante en que al perro que lo acompañaba le entraba un muy natural y totalmente disculpable ‘apretón’. Efectivamente, el can se puso a hacer sus necesidades en el centro de la calzada, sin que su dueño pudiese hacer más que pedir con gestos la comprensión de los conductores… Y, en un afán cívico ciertamente admirable, recoger las deposiciones a la mayor brevedad, antes de despejar la vía -con el semáforo nuevamente en rojo, eso sí-.. Una anécdota sin mayor trascendencia que, no obstante, sirve para recordar la importancia de respetar las normas de circulación, y cruzar siempre por los lugares autorizados.
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A todo esto, pensaba que la normativa municipal obligaba a los dueños a diluir los orines de los perros con agua. Es cierto que alguno lo hace, pero cada vez veo a mas dueños de perros que no lo hacen.