La obsesión de los políticos asturianos por Madrid, lo de triunfar en Madrid, que se sepan su nombre en Madrid o que simplemente los inviten de vez en cuando a Madrid, se ha contagiado, como el sarampión en tiempos de antivacunas, al resto de la ciudadanía

En Asturies hemos convertido en sinónimo de triunfo el irse a Madrid. El sueño húmedo y grandilocuente de todo político asturiano es acabar de diputado en la capital, la ambición máxima, un ministerio, el retiro dorado, el Senado. Hemos visto carreras fulgurantes de señoras y señores que todo lo que han hecho y dicho aquí tenía como único objetivo lograr llamar la atención de los que mandan en la capital del Reino. Solo en y desde Madrid estos líderes y políticos nativos podían dar por cumplidos sus sueños, regresando a la patria chica solo cuando sus carreras entraban en su recta final, y eso que alguno de ellos ha llegado a vivir en Asturies todo un renacer político, lo que de facto significó un retorno al poder y también una sacudida importante al tablero de la política asturiana, poco dada a modernidades y novedades, pues sus peones, alfiles, torres y caballos son más de moverse por él con ritmo moroso y precavido.
Y es que esa obsesión política por mirar siempre hacia la Meseta nos ha pasado factura, pues llevamos décadas viendo como a gran parte de la claque política asturiana los problemas locales y regionales se la traen al pairo porque servir en Asturies y trabajar para los asturianos parece que es para ellos el incómodo y triste peaje que se ven obligados a pagar antes de coger el Alsa -ahora el más elegante AVE- y poner al fin rumbo a Madrid, capital de los sueños, núcleo irradiador de modernidad, urbe por autonomasia, paraíso de la hostelería, trampa mortal para ancianos en pandemia.
Esta performatividad política de algunos de nuestros representantes ha sido llevada en algunos momentos hasta el paroxismo con el único propósito de llamar así la atención a los señoritos de la capital. Este “mírame, mamá, que llevo la bici sin manos” junto con el sueño húmedo por ser ministrable -nunca presidente, pues los políticos asturianos son dueños de una ambición tan provinciana como limitada- han sido tan descarados e indisimulados que en más de una ocasión nos han convertido a los asturianos y asturianas en rehenes de unas políticas pensadas para contentar a la Corte y no en nuestro beneficio. Y si no me creen solo tenemos que tirar de memoria y volver a los tiempos de la Reconversión Industrial, o a los días finales de la pandemia cuando dejamos de entender el alargamiento innecesario de unas medidas anti COVID que el gobierno autonómico exhibía solo para darle una lección a una Ayuso que ni siquiera sabía dónde situar a Asturies en el mapa.
La obsesión de los políticos asturianos por Madrid, lo de triunfar en Madrid, que se sepan su nombre en Madrid o que simplemente los inviten de vez en cuando a Madrid, se ha contagiado, como el sarampión en tiempos de antivacunas, al resto de la ciudadanía. Acostumbrados a creer, porque así nos lo han dicho, que lo cool, que lo guay, que lo exitoso, que lo que importa está fuera, nos hemos convencido también de que si queremos hacer algo, ser cool, exitosos o importantes tenemos que irnos. Y nos han puesto una alfombra roja para que nos marchemos.
Reconvertida Asturies en un paraíso del turismo, la especulación inmobilaria y los sueldos bajos, o en el reino de la hostelería y los matalobos, estamos contemplando cómo desde hace décadas se nos va la gente más joven, cómo llenamos de talento asturiano Madrid. Hemos vaciado Asturies de jóvenes, de periodistas, de escritores, de ingenieros, de mecánicos, de actores, de gente preparada en nuestros IES y en nuestra Universidad para irse a Madrid, ciudad vampiro de talento e impuestos asturianos.
Porque todo en Asturies está pensado para que llegues a Madrid en tiempo y forma por coche, tren y aire, mientras seguimos esperando a que alguien entre en razón y entienda que el Norte peninsular necesita como el comer unas comunicaciones ferroviarias que nos permitan movernos con soltura y tiempo entre A Coruña y Donosti, entre Xixón y París, sin tener que pasar por Madrid, echar días de viaje o empeñar un riñòn. Por no hablar de que en Xixón tenemos un mar y un puerto que serían mucho más útiles si se emplearan en el comercio o en ferries que nos conectaran con el Reino Unido y Europa y no en colapsar la villa de Jovellanos con miles de turistas que se bajan de unos megacruceros de lujo y que tienen pinta de no tener muy claro en qué ciudad están ni por qué.
Sin embargo, y por fortuna, esta vergüenza tan freudiana, tan de mentalidad colonial y tan de pijo de provincias, de ser asturiano y, por tanto, de no ser madrileño, y que durante décadas ha lastrado la economía, la cultura, la política y la lengua asturianas, se ha encontrado siempre con una fuerte resistencia. No solo la de aquellos que nos fuimos obligados por las circunstancias y la falta de oportunidades laborales y que tuvimos la fortuna y el privilegio de regresar, sino también de aquellos que, a pesar de todo, se quedaron y se siguen quedando. Jóvenes y no tan jóvenes que trabajan y piensan por y desde Asturies. Gente que monta empresas, abre negocios, galerías de arte, escriben, piensan, crean, organizan encuentros culturales, conciertos, festivales de cine que valen un potosí, investigan, dan clase, cuidan de nuestros niños, pagan impuestos y construyen Asturies día a día. Y todo ello sin necesidad de ninguna oficina en Madrid. Que ya es mérito.