
La directora del centro repasa con miGijón su dilatada trayectoria al frente el centro, del que es parte indisoluble; una larga historia marcada por el esfuerzo, la búsqueda del talento y el apoyo incesante al alumnado y a sus familias

Julia Álvarez González es la directora del Conservatorio de Música y Danza de Gijón. Profesora de piano, en la disciplina de Acompañamiento, lleva en este centro desde 1989. Hace dos años que debería de haberse jubilado, pero… Quiere conseguir un auditorio, y por la charla y por su carácter -es testaruda-, conseguirá algo de lo que pide en su carta a los Reyes Magos. Ya lo verán.
Así que no se quiere cerrar la partitura.
Digamos que este es mi tercer año de prórroga.
¡Madre mía! Qué afición.
Sigo dando clases de piano porque, como directora de este conservatorio, tengo que combinar los trabajos de gestión con la parte lectiva; en mi caso de Acompañamiento, que es mi especialidad.
¿Desde cuándo es directora?
Desde el curso 2003-2004.
Así que es protagonista directa del cambio que hubo, no sin polémica, de donde estaban, en el antiguo cuartel de El Coto, a donde se ubican ahora, en La Laboral.
A mí me tocó aquello… ¡Vamos, en primera persona! Era mi segundo año como directora…
¿Y anteriormente?
Era la jefa de estudios adjunta, así que se puede imaginar que ni soñaba, ni pensaba en convertirme en lo que soy ahora, pero la anterior directora se jubilaba y…
Le tocó la batuta.
¡A ver, me lo dijo! Pero yo no lo tenía claro. ¿Cómo iba a entrar yo en la dirección, si no sabía nada de gestión? Yo soy profesora de Acompañamiento… Al final, accedí. La verdad es que fue una circunstancia sorprendente y controvertida, la que me tocó, porque los padres de los y las alumnas no querían moverse de donde estaban.
Pero si este edificio es maravilloso.
¡Ya! Pero cuando la gente se acostumbra a un sitio… Moverlos… Los padres y los profesores estaban allí muy a gusto, en la ciudad… Una comodidad…
Pero aquel edificio no tenía infraestructura suficiente.
¡Si las aulas eran casi como celdas, con ventanucos, sin insonorización, ni nada! ¡Eh! Y, además, nosotros pertenecemos a la Consejería de Educación del Principado, y el edificio era del Ayuntamiento de Gijón.
Ya, el Ayuntamiento lo quería para otras cosas…
¡Claro! Y, verá, mi pensamiento interno era que La Laboral era el sitio idóneo, pero en aquel momento me posicioné con la opinión de la mayor parte de las familias, como era lógico.
Tuvo un dilema interno.
Sí, y esa posición me sirvió para complicarme la vida mucho, mucho, mucho con la Consejería. Pero yo tenía que estar con los padres de los alumnos.
¿Y qué hizo?
Hablar constantemente con toda persona que estaba en Consejería. De aquella, con Riopedre, y esto quiero ponerlo en valor: independientemente de lo que haya hecho en su vida, a mí él siempre me trató con un respeto exquisito, cosa que no hicieron otras muchas personas.
Y supongo que con negociaciones complicadas.
¡Claro! Eran negociaciones políticas, y yo no contaba con ellas cuando acepté ser directora. Yo lo que quería era dar clases y conseguir todo lo que faltaba para que el alumnado pudiera estudiar bien el instrumento elegido. Y nada más.
Me parece a mí que no era el prototipo que pensaron en un primer momento.
(Se ríe) Para nada. Es más, estoy segura de que no era la persona que hubieran querido para dirigir el Conservatorio, pero yo lo que tenía que hacer era defender a las familias.
Con el tiempo ha quedado claro que acertó porque… ¿Cuántos alumnos hay ahora?
Cerca de mil. Cuando empezamos aquí, en el 2007, eran unos cuatrocientos. Creo que en estos años he demostrado que no me equivocaba. Entre otras cosas, conseguí traer la danza también para aquí, para que las enseñanzas fueran profesionales. Años después, y tras mucha lucha, conseguí que también fueran elementales. Es decir, aquí se realiza un curso de danza completo, lo que no hay en ningún sitio de Asturias.
Consiguiendo que hayan salido de estas aulas bailarines que están en lo más alto de Europa.
Pues sí, están Nicolas Alcázar, Pablo Dávila, Tono Ferriol… Y el brillante flautista Juan Cosio, por nombrar a algunos.
Además, este entorno no solo forma parte de su vida laboral, forma parte de su propia historia de vida.
Me casé aquí, sí. Fui de las pocas personas que pudo hacerlo, porque mi marido era antiguo alumno y mi suegro fue conserje mayor. ¡Fíjese si quiero a este sitio! Mi vida entera está ligada a este edificio.
¿La dejaron decidir alguna cuestión sobre cómo acondicionar las aulas?
Nada. Cuando llegamos estaba todo hecho, pero no bien.
¿Por ejemplo?
Pues las sillas de la sala de orquesta tenían reposa brazos. Eso no se vio en ningún sitio. No miraron ninguna necesidad. Y desde luego no pensaron en un auditorio donde los alumnos pudieran dar conciertos.
Y siguen sin él.
Eso. Y en su día echamos el ojo a lo que era la antigua lavandería, pero lo destinaron para otra cosa. Por lo menos hay un proyecto para aumentar los espacios de danza. Ahora solo tenemos tres aulas.
¿Y usted cuantas quiere?
Nueve. Y ya diseñadas por nosotros. También le digo, que con otras dos más, igual, me conformaba…
Pues será por espacio aquí, en este edificio.
Fíjese, esas tres aulas eran comedores.
Volvamos a los alumnos. ¿Qué instrumentos llaman más la atención?
Todos los de viento, porque, y siempre pensando en el auditorio, una orquesta potente tiene que tener fagot, trompeta, trombones… Fui reduciendo la oferta de piano y pasándola a estos instrumentos, y ampliando, claro está, la incorporación de nuevo profesorado. Ahora estoy a tope (se ríe).
¿Y en danza?
Pues están entrando muchos. Entre veinte y treinta en primero.
¡Muchos!
Y le cuento que ya tenemos como profesora, una antigua alumna, exactamente de la primera promoción. ¡Fíjese! No solo se debe entrar en el conservatorio pensando en actuaciones, puede pensarse también en la posibilidad de ser docente en él.
Cuéntenos en qué consiste exactamente esa asignatura de piano de la que tiene especialidad.
Yo empecé estudiando el superior de piano, pero cuando llevaba ya varios años tocando, para mantener mis dedos, tuve que hacer un año de repentización y transposición y dos años de acompañamiento.
¡Me vuelvo loca solo de pensar en repetir esas palabras!
Ya, estudié mucho, sí. Pues le cuento, cuando yo entré por primera vez en la clase de acompañamiento quedé fascinada y asustada cuando el profesor nos dijo «¡Hala a tocar una Bossa Nova!». Claro, sin partitura.
¿Y?
Y después de estudiar trescientas mil horas de piano, no tenía ni idea de lo que me decía aquel señor, que por cierto era Alfonso Sánchez Peña el único especialista de acompañamiento en Asturias.
¡Vaya, vaya!
Ni lo que era un bajo cifrado.
Yo creo que los lectores y lectoras tampoco saben lo que es.
Como la armonía directamente al piano.
¿Una improvisación?
Más o menos. Me fascinó el saber improvisar, pero sabiendo mucha armonía, mucho análisis. Así que casada y embarazada me puse hacer oposiciones y me presenté siete días después de dar a luz.
¿Aprobó?
Esa vez no, pero al año siguiente, por supuesto.
¿Y todavía dudan que esta mujer no va a conseguir un auditorio?