«Después de leer el periódico, siempre pienso que la ciudad es un invento, que Gijón no existe, tan sólo es ese vacío que trató de esculpir Chillida»
Uno va paseando por la playa de San Lorenzo y piensa que se nos está quedando una Semana Santa más parecida a la Muerte en Venecia que a La Pasión de Cristo. Vamos caminando alegremente entre tinieblas, buceando en la bruma espesa que anula la profundidad, la perspectiva.
Jorge Guillén tiene un soneto que comienza: «Cierro los ojos y el negror me advierte». Ayer los bomberos recogieron el cadáver de una mujer flotando bajo el Elogio del Horizonte. La muerte nos da el revés de los símbolos. Nadie se había parado a pensar en la oscura imagen de un cadáver bajo la obra de Chillida. Nadie piensa que hay hombres y mujeres que deciden despedirse de la vida abrazando definitivamente el horizonte.
Escribir la muerte es abrazarla una vez más. El vértigo de la salud es el prólogo al misterio del suicidio. Por el medio están las depresiones, el insomnio, la ansiedad, las arritmias, los delirios, el pánico, el olvido. No sabemos cómo anda el índice de suicidios desde la última vez que consultamos al psiquiatra. Sí sabemos que las depresiones y la ansiedad cotizan al alza. La pandemia ha convertido al civismo en un puritanismo que nos está volviendo a todos locos.
El suicidio es la última abstracción comprensible del individuo, cuando decide desnudarse de cualquier abstracción política, entregándose a un último momento. Las ideas han perdido valor, las palabras han perdido rigor y entre las declaraciones, las restricciones y el jaleo político y electoral, nuestra prosa se debilita. Una mujer se ha querido hacer de verdad tirándose por el precipicio, con Chillida de testigo, mientras nosotros tratamos de explicarnos a nosotros mismos el mundo. El suicidio es la última verdad de uno.
Lo peor de un erte es que los días se ahuecan, les vamos añadiendo el vacío de las horas y de los minutos, como un ebanista con su buril, vaciando el leño de madera, hasta hacerse un féretro de una sola pieza. Toda la literatura es un intento desesperado de evitar ese vacío, de ir llenándole cosas al tronco hueco de la vida.
Después de leer el periódico, siempre pienso que la ciudad es un invento, que Gijón no existe, tan sólo es ese vacío que trató de esculpir Chillida con cemento al que la muerte le responde con una metáfora imprevista en el cuerpo flotante y vacío de una mujer. Efectivamente, la ciudad es una esperanza y una mentira, un sueño profundo, y es también el cadáver de una mujer flotando en el horizonte y un poeta silencioso que lo descubre, mientras cierra los ojos y el negror le advierte.
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