Los cuatro ocupantes del edificio, un matrimonio y dos hijos, de los que uno sufre problemas de salud, aseguran que las Administraciones no les han dado alternativas de realojo; el Ayuntamiento demolerá la construcción, que data del siglo XVIII
Se cuentan por miles, incluso por millones, los españoles que, a estas horas, todavía se formulan preguntas acerca del reciente desalojo de las más de cuatrocientas personas que okupaban el asentamiento B9 de Badalona. ¿Era realmente necesario hacerlo? ¿De veras aquel espacio ejercía como el foco de delincuencia que el alcalde, Xavier García Albiol, del PP, dice que era? Y… ¿No se debería haber buscado un alojamiento alternativo para esos okupas antes de lanzarlos a la intemperie en pleno invierno? Bien, sin alcanzar la dimensión del caso catalán, algunas de las dudas anteriores podrían aplicarse a lo que se está viviendo en el barrio gijonés de Lloreda. Cuatro personas, integrantes de una misma familia -padre, madre y dos hijos- han recibido del Ayuntamiento la orden de abandonar «lo antes posible» la antigua Quinta Rabanal, en estado de ruina irrecuperable, y que será demolida para posibilitar la expansión del cercano Polígono Bankunión 2. Claro, que ese «lo antes posible» tiene truco… La Junta de Gobierno Local ha dado a esos cuatro ocupantes un máximo de diez días para recoger sus pertenencias y echarse a la calle. Por ahora, no consta que se les haya ofrecido otra ubicación.
«Ahora toca buscar otro sitio donde vivir; no es justo«, lamentan en el entorno de la familia en cuestión. Con el menor de sus hijos aquejado, según sus cercanos, de afecciones cardiacas, la noticia del mandato municipal ha sorprendido a los cuatro en Madrid, ciudad a la que han acudido, precisamente, para que el pequeño reciba atenciones médicas. Una ausencia que ha llevado a varios allegados a movilizarse para ir empezando el desalojo, conscientes del escaso margen temporal disponible. Y es con esos últimos con los que ha hablado miGijón, tras recibir su autorización para penetrar en la parcela, de alrededor de 19.000 metros cuadrados y cuyas construcciones fueron erigidas en el siglo XVIII. Sus tiempos de esplendor, que incluyeron varias reformas, dieron paso, a finales del XX, al abandono, primero, y a la ruina, después; tanto, que hoy el complejo es poco menos que una sucesión de fachadas semiderruidas, rodeadas de frondosa maleza y entre las que proliferan los desechos, a modo de vertedero improvisado. Fue aquí, en una de las alas de la quinta, donde esta familia se asentó hace unos cuatro años -y donde, dicen, está empadronada-, tras ser desalojada de otros emplazamientos igualmente precarios. Cubrió el techo derruido con una lona, adecentó las estancias lo mejor que pudo, y esperó que, esta vez, la tan temida notificación de la Policía Local no llegase… En vano.
«¿Quién puede pensar que alguien quiere vivir así, en estas condiciones?«, se preguntan en el entorno de los afectados. De estos últimos, y siempre según el testimonio de sus conocidos, solo el cabeza de familia, dedicado al negocio de la chatarra, ejerce alguna forma de actividad laboral. Tanto su mujer como su hija perciben ayudas por sendas discapacidades, y el hijo, como se ha dicho, padece problemas del corazón. Las mismas fuentes indican que, desde hace meses, están tratando de optar a alguna de las opciones de vivienda social que tanto el Consistorio como el Principado despliegan, pero sin resultado. «Han contactado con VIPASA, han llamado, han mandado solicitudes… Pero nada, oye; no les dan paso», lamentan. De ahí que, en este momento, la única vía de escape sea la aplicada hasta la fecha: evacuar la Quinta Rabanal -algo que, estiman, podrán terminar en un par de días- y buscar otro edificio, o parcela, en la que intentar formar un hogar. De lo que sí dan fe los empleados de los negocios próximos a la parcela en cuestión es de que ninguna de esas cuatro personas ha generado malestar alguno. «Nunca les hemos visto hacer nada malo; el padre y el hijo van a veces a la gasolinera La Lloreda, a comprar cosas, y son amables; sobre todo, el padre«, comparten quienes han tenido trato con ellos.
No obstante, esa moneda tiene otra cara: la de ciertas quejas vecinales que han llegado a este diario, motivadas no por el comportamiento de estas personas, sino por las condiciones en las que todavía hoy viven, «insalubres y con riesgo de que caiga una viga, o algo, y haya una desgracia». Y la Quinta Rabanal no es la única ubicación en la que eso ocurre… En las inmediaciones del Bankunión 2, dentro de las fronteras de Lloreda, son varias las viviendas ante las que se acumulan desechos de toda clase, y se ha identificado, al menos, una parcela en la que un número indeterminado de personas, incluidos menores de edad, residen dentro de remolques y contenedores de transporte marítimo. Eso sí, de momento miGijón no ha podido averiguar en qué régimen habitan los ocupantes de tales espacios. Finalmente, de justicia es no olvidar otras voces que se han alzado contra el hecho de que se permita que construcciones con solera, como la que protagoniza este texto, languidezcan hasta ser irrecuperables, contribuyendo con ello a la progresiva desaparición del patrimonio arquitectónico del municipio de Gijón. Una derivada extra para un drama que sisea entre lo material y lo humano.
