«Otea cree que habrá que convencer al gobierno hasta del tardeo, porque no tiene mucho sentido prohibir la música en las terrazas, que es algo que no acaba de comprender nadie que haya tenido cierta vida más allá de la sacristía»
Total que el 9 de mayo se abren las fronteras, termina la era post-nuclear, finaliza el estado de alarma. Anda Urkullu, presidente de los vascos, rogando que prorroguen el statu quo un par de meses más, así que no las tengo todas conmigo: la estabilidad del gobierno de Pedro Sánchez depende de los votos del PNV. La verdad es que las cosas en el País Vasco y en Navarra andan bastante jodidas. Caen como moscas. Pero no se puede ser un día indepe, otro confederal y otro centralista. Como decía Aitor Esteban: o se está a Rolex o se está a setas.
Barbón llega al 9 de mayo con los deberes hechos. Su consejero ha anunciado una reforma de la ley de salud asturiana para cerrar concejos si la cosa se vuelve a poner fea, aunque de momento hemos librado la cuarta ola y el semáforo nos dice que ni tan mal. Necesitará la autoridad de un juez para cerrarnos la puerta con pestillo y ahí es donde la cosa se puede volver un tanto caótica en España, porque en este país cada juez interpreta la norma según el pie con el que se ha levantado ese día.
En cualquier caso, el control de los horarios sigue vigente y anda Ángel Lorenzo, presidente de Otea en Gijón, mirando el reloj para ver de qué manera podrá finalmente servirse una cena y beberse después un copa. Tengo la impresión de que Lorenzo ha llegado a Otea para poner un poco de orden en todo este destrozo que está sufriendo la hostelería y que, de alguna manera, este ángel de la noche es capaz de ver una oportunidad donde otros ven un problema.
Me cuenta que la gente se ha habituado al copazo de las cinco de la tarde y que Gijón tendrá su tardeo para el que no le guste la noche. Le digo que llegamos diez años tarde al tardeo, que en Mallorca nos tienen tomada la delantera. Lorenzo cree que habrá que convencer al gobierno hasta del tardeo, porque no tiene mucho sentido prohibir la música en las terrazas, que es algo que no acaban de comprender ni los hosteleros, ni los músicos, ni nadie que haya tenido cierta vida más allá de la sacristía. Precisamente ese es el gran lastre que arrastra Barbón, que parece haber hecho una vida de convento donde solo se cantaba a la prima y la nona.