En un gobierno donde las emociones han barrido cualquier signo de racionalidad, quién se va a oponer a una llingua amable y «a la asturiana»
El efecto Ayuso no ha tardado mucho en llegar a Asturias. Tan sólo han hecho falta dos días para escuchar a Adrián Barbón anunciar que la oficialidad de la llingua será amable, «a la asturiana». Comprendemos que lo que quiere decirse es que la oficialidad se hará como solemos ser los asturianos habitualmente. Efectivamente, usted, querido y desocupado lector, sabe muy bien, al igual que yo, cómo somos los asturianos: amables, hospitalarios, lo que viene siendo buena gente, con iniciativa, templados, que hacen las cosas sin imposiciones, de forma llana y sencilla, con estricto respeto a las leyes, la igualdad, la solidaridad, la justicia, con firmes convicciones pero sin fanatismos, con orgullo patrio, pero sin chovinismos ni vanidades. Los asturianos somos la hostia.
Desengañémonos, «a la asturiana», tal y como lo expresa Adrián Barbón, es un concepto falso o, mejor dicho, un concepto vacío, que no significa nada, o significa todo aquello que deseamos; una oficialidad «a la asturiana» equivale tanto como decir que la oficialidad de la llingua será amable y «a la castellana». Será como beberse un rebujito y sentir la vida «a la andaluza» beberse una caña «a la madrileña» o ver arder el fuego en una mascletá valenciana, y así en este plan. Y por qué Adrián Barbón invoca un sentimiento metafísico para hablar de algo tan concreto como la llingua. Porque, sencillamente, no sabe de lo que habla. Y porque en un gobierno donde las emociones han barrido cualquier signo de racionalidad, quién se va a oponer a una llingua amable y «a la asturiana».
Barbón se mete en un berenjenal porque, en el fondo, su convicción sobre la llingua es ambigua, al menos de una ambigüedad expresada muy «a la gallega», aunque el impacto sea de difícil digestión, porque el debate de la llingua nos empacha casi tanto como unas lentejas «a la riojana». Ciertamente, el Presidente nos devuelve con la misma frivolidad que Díaz Ayuso a un debate viejo sobre las identidades. Y la verdad, no sé hasta que punto tenemos suficiente paciencia franciscana para tratar sobre nuestra autoestima, enrarecida por la pandemia, la crisis, los populismos, tan enrarecida como una película marciana.
En cualquier caso, da la impresión de que han nombrado a Berta Piñán para darle prestigio a la norma que oficialice la llingua, a costa de sacrificar el resto de áreas de la Consejería cultura, entregadas al primero que pasaba por ahí, quién sabe, a lo mejor era un señor de Murcia. Flaco favor le hacen a la llingua. Yo, sin ser oficialista, creo que no se lo merecen aquellos que la han defendido con convicción y coherencia. Sea a la asturiana, a la francesa o a la italiana, los diputados del Parlamento sí parece que nos toman por idiotas, con su cosmopolitismo demodé y esas cosas. Es probable que a punto de terminar el estado de alarma, se hayan dado cuenta de que es necesario pisar el acelerador, porque en año y medio estaremos prácticamente en campaña. Y es que a lo largo de estos dos últimos años, la maquinaria legislativa ha estado bastante parada. Porque nosotros, cuando no hacemos nada, también sabemos hacerlo muy bien, o sea, como Barbón, «a la asturiana».