Mi vista se pierde en las chapas que ponen frontera metálica a Tabacalera, descubriendo berzas entre el pavimento y los tornillos, van creciendo cual metáfora perfecta dedicada al gobierno local
Hablan las paredes en Cimavilla desde siempre o hasta siempre, al capricho del paseo o la despedida. Comentan las fuerzas veteranas del barrio que uno de los lemas más conocidos lleva décadas sorprendiendo a la detenida mirada desde un portal enfrentado a Tabacalera. En la Calle Eladio Verde: «Cuidao con la perra que lame». Femenina y plural, sorprendente y recordada. Así es Cimata. Con presentes para los que deciden aparcar obligaciones y prisas; dejándose mecer por un solitario paseo (en ocasiones artístico, con trazas contestatarias).
Las paredes describen lo que ocurre en las ciudades mejor que cualquier titular de la prensa periódica. Puedo poner mil ejemplos de graffitis, murales o planchas con spray. Dan color al abandono esa cabeza de Mortadelo (que firmaría el mismo Francisco Ibáñez) y el primo lejano de Drácula, dibujado en blanco y negro, en la noche de luna llena. También aparecen las penúltimas propuestas de La Casa de la Memoria o una pintada con vocación filosófica: «No llames Karma a lo que te pasa por tonto». Bob Esponja fumándose un peta al lado de un caballito de mar sobre fondo rojo…Y es que el que suscribe pudo robarle sesenta minutos a la cotidianidad una buena tarde de esta errática primavera. Con el único objetivo de contemplar muy despacio mis diarias calles, para ejercer de turista, sin planos ni planes. En la ínsula que dio origen a Jovellanos City.
Comienza mi ruta comprando el pan a Ana, después me siento en el parque, recibiendo una buena dosis de vitamina D y la visita de un bando de «insolentes» gorriones que intuyen la barra bajo el brazo. Discurro por Batería y a mitad de calle veo la placa pegada a la fachada, anuncia el metacrilato una vivienda de uso turístico (VUT). Ya se empiezan a ver más de una y más de dos y de tres, albergarán muy pronto algunas despedidas de soltera y soltero. Esa apuesta podría condenar a Gijón en una suerte de Magaluf cantábrico. Mi vista se pierde en las chapas que ponen frontera metálica a Tabacalera, descubriendo berzas entre el pavimento y los tornillos, van creciendo cual metáfora perfecta dedicada al gobierno local. Abren las puertas de El Arca de Noé y la primera de sus canciones es un himno de la humanidad en la voz de Rubén Blades: «Por la esquina del viejo barrio lo vi pasar, con el tumbao que tienen los guapos al caminar. Las manos siempre en los bolsillos de su gabán»…Sigo por Rosario hasta la Plaza de la Corrada y charlo un rato con Valentín mientras coloca las mesas y sillas que componen la terraza del Marinos. Bajo, subo, me tomo una o dos cervezas, fijándome en los adornos de las últimas fiestas que siguen agarrados con fuerza a un muro olvidado por el feroz «Mister Ladrillo». De repente mis ojos encuentran un canalón abollado de brillo extraño, en el que está pintado un corazón color esperanza de ballena. Saludo a Carla que tira para la Casa del Chino y desde una ventana colmada de aloes suena a todo volumen «Maneras de vivir»: «No pienses que estoy muy triste si no me ves sonreír. Es simplemente despiste…»
Miro el reloj, finalizan mis sesenta minutos de soledad elegida, a esa hora en la que los cielos piden rojo y naranja en un tributo al fuego de lo efímero. Camino con la velocidad de un llimiagu hasta que llego a mi casa. Meto las llaves en la cerradura, canturreando casi feliz la archiconocida canción de Leño: «Descuélgate del estante y si te quieres venir, tengo una plaza vacante. Maneras de vivir…»