Levantado al cielo y pintado de rosa sigue ese dedo de Cimavilla que a estas alturas ya no sé si es el índice o el corazón
El padre de Miguel fue relojero toda la vida y su madre también despachaba en el negocio familiar, pero a él eso ahora le da igual. Se le paró el minutero y lleva arrastrando melancolía por los rincones desde el año 1999 del pasado siglo y en este no acaba de situarse como hormiga laboriosa, convencida de su cometido. Miguel tiene un trabajo gris, en un cubículo gris de un gris departamento del Excelentísimo Ayuntamiento de Gijón.
Este tipo con pinta de rata de biblioteca echa de menos los años bailados, bebidos y vividos con Lorena. Se conocieron comiendo pipas en el Belfast, Le llamó al muchacho enseguida la atención: una larga melena rubia, las sinceras carcajadas y ese compañero fiel, apostado en un hombro; camaleón diminuto que tomaba los colores de una vieja chapa de Cinzano a la incierta hora del final de la noche y el comienzo de la mañana. Conectaron de maravilla Lorena y Miguel entre risas y brindis. Se enrollaron por vez primera en la puerta de la Torre del Reloj y esa misma noche fueron bautizados como Rapunzel y Harold.
Sus indiscretos amigos decían que la pareja nunca tenía prisa para regresar al hogar, eran capaces de «pasarse el chicle» durante horas y alguna vez se quedaron a dormir con un estudiante inglés llamado Bob, fan absoluto de Elvis Costello que malvivía en una habitación de la calle Rosario. A los dos les fascinaba la Torre del Reloj, era el punto de encuentro en las animadas noches de Cimata. Rapunzel llegó a currar en su querida torre, convertida en uno de los museos europeos singulares de los noventa. Sabía de memoria la historia del «dedo índice de Cimavilla».
Torre levantada en 1572 sobre los restos de la antigua muralla romana, conoció sus mejores días con el título de Casa Consistorial antes de su triste destino histórico: cárcel hasta 1909, demolida dos años después. En esos años noventa explosivos se reconstruyó la torre en una rehabilitación del barrio alto a la que no le dio la espalda la polémica, como es menester en Jovellanos City. El amor surgió junto a la torre, Rapunzel y Harold se mintieron sin saberlo, con esos «para siempres» regalados por un par de corazones tiernos. En la navidad de 1999 Rapunzel decidió despedirse a la puerta de la torre rosa (no podía ser de otra manera) con un último beso más salado que los del Belfast… Diez años después los dos pisos superiores fueron cerrados al público, no cumplían con las normas vigentes en materia de seguridad y accesibilidad. Diez años después Rapunzel vivía en Orlando (Florida) con dos hijas (sin camaleón), perro y marido. Harold o Miguel acumulaba moscosos y ordenada soltería entre su piso de Viesques y la oficina municipal. Evitaba pasear por el barrio alto para espantar recuerdos, pero una madrugada, bien entrada la madrugada y harto de plancha intentó dormir en mitad de una pesadilla. Soñó con la película «El hombre mosca». Allí estaba él, colgado de un reloj a gran altura, vencido por el vértigo… A la mañana siguiente consiguió acercarse, tras doce años de ausencia, a lo que hoy es el Archivo Municipal de Gijón. Cerrado a cal y canto. Pinchaba el celeste cielo su torre que iba perdiendo el color rosa por culpa de la humedad, su torre abandonada, almacén de la molicie, mirador cegado…
Cualquier ciudadano puede visitar el archivo y da igual si su nombre es Lorena, Rapunzel, Miguel o Ana, «tan solo» hay que solicitar una cita previa, a los quince días y en solitario será concedida una hora para consultar documentos. En solitario, como en el nacimiento, la enfermedad, el desamor o la muerte. Levantado al cielo y pintado de rosa sigue ese dedo que a estas alturas ya no sé si es el índice o el corazón. Con reloj incorporado y sin tiempo que perder para que la Torre del Reloj no sea otro fósil de la administración al servicio de la nada, para nada, con la nada, de nada.