Los viejos envejecen esperando un tren que no llega y mientras tanto, Barbón, que decía gobernar para los güelitos, no ha dado una respuesta al asunto todavía
Andan los viejos cabreados porque les han quitado el centro de mayores de San Agustín desde que se declaró la pandemia. A la vuelta del infierno, se han encontrado sin recambio, sin centro y con los bolsillos llenos de soledad y aburrimiento. Esta semana, Aurelio Martín y Natalia González, o sea, IU y PSOE, han escenificado nuevamente la unidad total, reclamando al gobierno de Barbón que se ponga las pilas y que renegocie con los dueños del local el retorno de los jubilados, a falta de una alternativa mejor. Las relaciones entre el municipio y Barbón van envejeciendo y necrosándose lentamente, no sólo por un centro social, una ITV o un espacio cultural. Da la impresión de que hay proyectos políticos divergentes. Y hace bien Ana González en desmarcarse del presidente, atendiendo los intereses de Gijón sin recaer en el pecado mortal del localismo. Aquellos que la criticaron porque no es de Gijón, revalorizan y fortalecen su posición cuando defiende la ciudad frente a Barbón.
España envejece, Asturias envejece. Gijón es un pequeño geriátrico por el que deambulan, a falta de centro de mayores, los supervivientes de una pandemia, con los ojos vacíos de espanto y silencio y la camisa vieja bordada de recuerdos y naftalina. Qué jodido es envejecer. Los viejos envejecen esperando un tren que no llega y mientras tanto, Barbón, que decía gobernar para los güelitos, no ha dado una respuesta al asunto todavía. Barbón afirmaba el otro día que era un cuarentón. Yo creo que es un sesentón, un viejoven, buscando como un cadáver exquisito la gloria con impúdica campechanía. Su portavoz, Melania Álvarez, reconoció hace unos meses el error de San Agustín; pidió perdón y después dijo que no volvería a suceder nunca más. Los viejos siempre tienen la misma respuesta cuando se equivocan. El perdón no significa nada cuando uno ya es viejo.
Somos un país de viejos, pero no un país para viejos. Nuestros viejos salen a la calle, dan un paseo, procurando caminar con la bragueta cerrada y a la tarde, ponerse al día con Mamen Mendizábal, en LaSexta. Se cuidan la falange izquierda de la mano derecha, toman la pastilla azul, la pastilla roja, y después repasan el periódico del día para confirmar sus errores. Así todo el tiempo. Envejecer es una mierda. Y a lo que se ve, envejecer es esperar a que a uno le llegue la muerte. Tal y como están las cosas, la muerte es el abandono del Estado, tiempo muerto en el que uno ya no sabe qué hacer con su vida, si ir al cielo, al infierno, o a ese limbo donde se acelera o se detiene el tiempo que es el centro social de mayores.
Da la impresión de que el gobierno de Barbón sólo se acuerda de los güelitos cuando están en la UCI. Ya digo que envejecer es abandonarse o que le abandonen a uno como a aquel perro en la gasolinera. La vejez es ese tiempo quieto, estéril y descompuesto, al que llega uno cuando acepta que ya no le queda mucho tiempo. Tengo la impresión de que los viejos envejecen antes de tiempo. La pandemia, la crispación, la ira reconcentrada en este encierro han acelerado la muerte de una manera sustancial. Contra la vejez la música, la literatura, el cine, el sexo. Uno descubre su plenitud mientras escribe, ama, folla. Solo es joven el que sigue aprendiendo, el que sigue amando, sin tiempo, sin desdicha, como Dante a Beatriz. Como Beatriz a Dante.