Serrat: aliviando el odio, fortaleciendo el sentido común del cultureta y el obrero. Algo de esto tiene Gijón, la Feria del Libro, la Semana Negra
Se cumplen cincuenta años de Mediterráneo y Joan Manuel Serrat ha venido a Gijón a celebrarlo. Estos días, paseaba por Gijón, invitado por la Feria del Libro, como un joven anciano, como un anciano joven más, con la mirada crepuscular, el tiempo detenido, conquistado, nostálgico y oculto por el barbillo, como se oculta esa última nota de voz en un verso final.
Mediterraneo celebraba el erotismo de Oriente y Occidente. La musíca salva la memoria del olvido. Toda la memoria de Occidente, de Algeciras a Estambul, yace en el fondo del Mediterráneo. El mar todo lo borra, pero la música logra rescatar el recuerdo de las emociones. Como Ives Montande o Brell, Serrat tenía y tiene esa vocación de cantuator tierno y hedonista, capaz de hacer temblar el pulso de la vida prosaica con sencillez de artesano, seducción y bonhomía.
Si Sabina convirtió la noche en material literario hasta el ripio desesperante, Serrat logró de la nostalgia conformar una constelación de canciones, si acaso, un estimulante género musical, bien orquestado, otoñal, parisien, sentimental. Incluso de Machado o Miguel Hernández logrando que todo el simbolismo y barroquismo de uno y otro adquieran una sencillez insólita, doméstica, como de una España de posguerra en blanco y negro, con la niñez invernal, nanas de cebolla, el lamento entre sabañones y los caminos infinitos de Soria.
El independentismo ha repudiado a Serrat en todas las ocasiones, aunque Serrat haya sido el estandarte del catalán democrático, rebelde y progresista, bálsamo contra cualquier fanatismo y sobre todo, contra un nacionalismo de derechas, comercial y burgués asentado en el privilegio antes de que saltara todos por los aires con la llegada del nuevo estatut y tres por cent. Los catalanes siempre se han inclinado con más pasión por el idioma que por sus intelectuales. Serrat ha sido una buena síntesis de estos dos campos de guerra, aliviando el odio, fortaleciendo el sentido común del cultureta y el obrero. Algo de esto tiene Gijón, la Feria del Libro, la Semana Negra.
La música de Serrat revela un pasado antes que un presente. Serrat no envejece por mucho que siempre cante las mismas canciones y eso es un extraño privilegio que se da en él y en pocos más. Serrat se nos ha quedado ya en un clásico moderno, porque sus canciones alimentan con nostalgia un porvenir. Nos gusta más cuando vuelve al Mediterráneo, canta Paraules d’amor o Aquellos pequeñas cosas que cuando se pone a hacer discos nuevos con Sabina. A diferencia de este, el catalán huye de cualquier autorreferencialidad. La sabiduría, quizá, consista en huir de uno mismo todo lo que se pueda. Porque citarse a uno mismo es lo más parecido a echarse mierda encima.