Es muy posible que esos llamamientos a la emoción y a las creencias personales, premeditadas o no, que inundan sus redes sociales hayan influido en usted mucho más que los hechos objetivos o ‘la verdad’
¿Cuándo usted lee el titular qué piensa?, ¿ha respondido usted a la pregunta sin leer lo que viene después?
Posiblemente está usted esperando otro artículo de la ‘opinionología’, irrefutable ciencia donde las haya, que le sirva para reforzar las posiciones que nos suelen acompañar en la terraza del bar o en ese grupo de amistades virtuales, ejemplos de escenarios donde reina y se impone la verdad, solo la verdad y nada más que ‘mi’ verdad.
Pero entonces debemos hacernos un par de preguntas más, ¿por qué pensamos lo que pensamos?, y sobre todo, ¿hay una posverdad después de todo eso?.
La polarización política y social, agravada tras la aparición del COVID, no ha encontrado aún una vacuna eficaz que contrarreste sus devastadores efectos desde hace ya bastantes años. Desde el BREXIT, pasando por una Casa Blanca teñida de rubio anaranjado o incluso en la redefinición moderna de conceptos tan inherentes al ser humano como la libertad de tomarse una caña sin encontrarte con su ex pareja por las calles, son todos ellos, elementos que han ido construyendo un muro comunicativo difícil de sortear.
Y he ahí, en la comunicación, donde reside la gran depresión de nuestros días. No solamente en el ámbito político, sino también en una sociedad que interactúa más que nunca a través de lo digital y sus redes de arrastre, sin antes haber aprendido a discernir, objetivar y argumentar sobre toda la información que en ellas se vierten.
No es casualidad que ‘Posverdad’, en 2016, fuese elegida por el prestigioso Diccionario Oxford como “Palabra del año” y la definiera como: “Adjetivo que denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Pongamos un ejemplo práctico: Piense el lector en la primera noticia del día de la que se haya enterado, ¿dónde ha leído usted esa noticia? (Si la respuesta es: “me lo dijo mi amigo Perico”, ignore por favor este párrafo). Seguramente lo primero que ha hecho al despertarse, como el 68% de los españoles según un estudio realizado para Google, ha sido coger el móvil y abrir alguna red social y ponerse al día de todo lo que pasa en su mundo. Pero, ¿cuántas veces ha leído y/o verificado usted esa información y su procedencia? (A menos que lo haya dicho Perico, claro).
Es muy posible que esos llamamientos a la emoción y a las creencias personales, premeditadas o no, que inundan sus redes sociales hayan influido en usted mucho más que los hechos objetivos o ‘la verdad’, da igual quien pueda demostrar lo contrario, porque será muy difícil que cambie la percepción de un hecho que usted ha recibido. El escritor francés Jean Marie Domenach, decía que a ese contraste se le llama opinar, lo que significa situarse socialmente con relación a su grupo y a los grupos externos. Ya sea en la terraza del bar o en las redes sociales.
Nunca podremos tener una sociedad más preparada, justa y digna si no damos mayor importancia y apostamos claramente por una comunicación efectiva, que no solamente sepa utilizar las lenguas, sino a poseer un pensamiento crítico lo suficientemente ejercitado para generar opiniones formadas, argumentos sólidos y soluciones. El único lugar (TOP SECRET) donde se fabrica la vacuna contra la desinformación y/o la sobreinformación se encuentra en un lugar ‘muy muy lejano’ llamado: las aulas. Se desconoce cuánta inversión mínima es necesaria para hacerla llegar a toda la sociedad, pero el decálogo de efectos secundarios indican que son altamente beneficiosos para la salud social.
Pero oiga usted, ¿quién le dice que no estoy intentando influenciarle y que realmente la razón y la verdad la tiene Perico?. Entonces posiblemente lo que pasa es que miente la alcaldesa, miente la oposición y mentimos todos.