Antes contemplábamos la catedral del fuego desde la playa de Poniente, brindando, saltando sobre sus llamas, celebrando el fuego, entre botella y botella y hoy miramos la tablet
Este verano compartido y disperso, con preludio de tormenta y aguacero, como un San Lorenzo turbio y triste, ya no tiene recuerdos de otros veranos. Comienza la hora fatal del verano y uno se desengancha del suceso político para dejarse llevar por el suceso lúdico y sentimental, entre los conciertos que vendrán, los libros que no leí, el cine que quiero volver a ver y las mujeres que dejé de amar. Porque siempre llega una mujer, un amor de verano, una luz de verano, una novela, un disco, una bicicleta de verano que irrumpe en junio y se va en septiembre, sin reproches, sin temor, dibujando su silueta en una estación de tren.
En Barcelona, Pedro Sánchez ha anunciado con el temple de Kennedy la aprobación de los indultos. Sabe que el verano es una hora diferida, un tiempo sin tiempo, luminoso y vacío, propicio para el indulto y el perdón. Casi pareciera que los nueve del procés han vivido una temporada en el infierno. La cárcel no es un poema de Rimbaud, pero le añade épica a la biografía y cualquier político ha acudido a ella para clavarse en el pecho el blasón de la rebeldía y la leyenda. Toda rebeldía deja una herencia. Así que el indulto y el perdón solo legitiman un verano y a nosotros mismos como españoles. Los otros volverán a las barricadas, hasta el próximo verano.
Mientras Junqueras y el resto de la tropa respiran el aire de la libertad, yo me abandono al nuevo disco de Ángel Stanich, Una visión global bastante distorsionada. Stanich, embebido de fracaso, silencio, y unos gramos de esperanza, es otro poeta melancólico, irónico, rebelde y maldito con el que uno llora, ríe, ama y, canta en verano. Llega el verano y también nos pasan como a él las horas noctámbulas, entre recuerdos y deseos, pequeñas victorias y enormes derrotas. Me abrigo en la trinchera de Stanich, como otro eremita, donde me hago insondable, como un centauro del desierto, buscando el perdón, el indulto, en la noche más corta del verano.
El verano es una rima becqeriana, una leyenda de Poe, una revisión del fuego. NO habrá fuego ni hoguera por San Juan en Gijón. Todos los fuegos, el fuego consumado, herido, apagado. Ha dicho Foro que el verano se va al garete sin fuego ni noche de los fuegos. La política municipal no arde, sólo escupe fuego. La escritura del fuego, con su caligrafía ardiente, como hoces rasgando el cielo, tampoco se leerá en el verano fatal. Antes contemplábamos la catedral del fuego desde la playa de Poniente, brindando, saltando sobre sus llamas, celebrando el fuego, entre botella y botella y hoy miramos la tablet. La pandemia mató la serpiente de fuego. El hombre inventó el fuego para que ardieran los herejes en la hoguera de las vanidades. El fuego es una canción del camarada Stanich en la que arde nuestro perdón y todos los veranos.
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