«¿En qué momento nos daremos cuenta de que una comunidad que no cuida y nutre a sus jóvenes está destinada a ser un paraíso de senectud?«
Siempre me han llamado mucho la atención las personas que critican a la juventud como si de un mal endémico se tratasen, y que para esgrimir sus argumentos utilizan las manidas frases de “ya no hay respeto por los mayores” o “una buena hostia a tiempo le hacía falta”, entre otras lindezas. Me resulta muy curioso observar como el ser humano, a medida que va quemando etapas de su vida, quizá como una vela de incienso que se va consumiendo lentamente, tiende a la criminalización de capítulos que ellos mismos protagonizaron en un pasado no tan lejano. Fácil es ver a estos quejicas aficionados satanizar a la juventud por sus quedadas de botellón, por besarse en algún banco del parque, o ir gritando o cantando por la calle. Y esto sin entrar en valoraciones estéticas, de identidad sexual o de género, que también son un recurso frecuente. Esa misma calle que para ellos debería ser un Gran Hermano silencioso e inhóspito para sentirse realizados. Que todo fuese aburridamente correcto. Que nada se saliese del esquema establecido por sus juicios de valor llevados ad infinitum.
Y es que, da mucho que pensar, que no seamos capaces de empatizar con una generación a la que le ha tocado vivir la mayor de las incertidumbres, herederos de un sistema consumista y buenista que los limita, y que por otro lado los nutre de vacío existencial.
Me da rabia que en Asturias estemos dejando irse a la mayoría de nuestras mentes jóvenes preparadas, a jóvenes talentos que en cualquiera de sus ramas profesionales constituyen nuestro recurso más eficaz para dar un giro de efecto a una comunidad autónoma que renquea y se asfixia demográficamente. Como muestra un botón nos serviría señalar la fuga de talento en el área sanitaria, profesionales de la medicina que trasladan a Reino Unido o Francia, a la búsqueda de mejores condiciones y salario.
Si echamos un vistazo al área que me compete el paisaje es tanto o más desolador. El mundo escénico asturiano de espacios para la mocedad agoniza en un “puedo pero no quiero” de circuitos culturales inexistentes, de carencias de locales de ensayo, de falta de espacios para darse a conocer o potenciar la creatividad más allá de eventos puntuales. Llevándolo al plano personal, a muchas profesoras de canto (y otras disciplinas como la danza o instrumento) nos genera impotencia enseñar y motivar a alumnos y alumnas brillantes para después no saber en qué foro mostrar sus cualidades artísticas, dignas de valorar por esa Asturias grandiosa que se queja pero no aúpa a sus talentos. ¿Dónde tocarán los futuros músicos de nuestros conservatorios? ¿En qué teatro o casa de cultura podrán cantar los/as futuros/as cantantes? ¿Dónde danzarán los Billy Elliot que están por venir? ¿En qué medio podrá publicar sus poemas la rapsoda que hoy está naciendo en Cabueñes? Asturias debería tener los medios, recursos y espacios para ser su plataforma y catapulta de ilusión y de vida.
Hay concursos de tonada que omiten la modalidad juvenil/infantil. Medios de comunicación que sólo ofrecen espacios de reality show para fomentar la competitividad y que gane el/la mejor y a posteriori desaparecer más allá de la cuota de pantalla. Escasas ayudas a formación, fomento y gestión de espacios nuevos para la creatividad juvenil, por no hablar del coste económico que supone para las familias asumir las clases extraescolares de sus vástagos, y un largo etcétera con el que no quiero sumarme a la queja vacía de turno.
¿Cuándo despertaremos de este sueño aletargado alejados del ansia de la juventud (que diría la canción de Mónica Naranjo) ¿En qué momento nos daremos cuenta de que una comunidad que no cuida y nutre a sus jóvenes está destinada a ser un paraíso de senectud?
Juventud divino tesoro, decían.