«Con más de 80 castañas en la mochila, Canónico sigue trabajando como hace veinte años. Mantiene la lucidez del hombre brillante que siempre ha sido y la fuerza de voluntad de quien vive para su obra«
Nunca he tenido vértigo al enfrentarme a una noticia ni a una columna. Pero hoy es diferente. Escribir sobre alguien a quien admiras profundamente es difícil. Más aún si ese alguien te ha demostrado su cariño sin pedir nada a cambio. Uno se enfrenta al complicado momento de poner negro sobre blanco lo que piensas y sientes hacia esa persona. Y el miedo a no saber plasmar con palabras esos mismos sentimientos atenaza un poco.
Escribir sobre Vicente Vázquez Canónico son palabras mayores. El gijonés es uno de esos artistas con mayúsculas, con todo lo que eso implica. Su mirada inteligente, la bonhomía de su carácter y el cariño hacia lo que ama (el deporte, el mar, el arte…) se refleja en su obra con una sensibilidad aplastante. De sus manos han nacido obras que hoy se encuentran diseminadas por medio mundo. Y sin embargo, en su tierra no es profeta. Gijón, durante años y hasta que el JBA le organizó una más que merecida exposición, ha obviado que uno de sus hijos ha llevado el nombre de la ciudad por bandera. La Medalla de plata de la Villa, otorgada en 2008, es la única soldada que el Maestro ha recibido de su Gijón del alma. Lo curioso es que Oviedo sí se haya acordado de Canónico. La fuente de “Las Palomas” es el legado que disfrutan los ovetenses.
Quien no conozca su obra se encontrará con un autor versátil, multidisciplinar. Canónico trabaja la piedra, la madera, el bronce e, incluso, los polímeros. Sus “galaxias”, pequeños universos de colores inverosímiles, son la concepción de años de estudio e introspección. En mi última visita pude ver la última escultura que ha realizado con esta técnica. Realizada con lo que todos llamaríamos deshechos de otras obras, el gijonés muestra su lado más filosófico: “a la materia quitarle lo que le sobra para ponerle lo que le falta para ser”. Y con eso que le sobra a una obra, crear algo nuevo. Mágico. Ponerle a una obra lo que le falta para ser.
Con más de 80 castañas en la mochila, Canónico sigue trabajando como hace veinte años. Mantiene la lucidez del hombre brillante que siempre ha sido y la fuerza de voluntad de quien vive para su obra. Otros, en su lugar, ya hubieran colgado el torno y el cincel. Pero no él. Durante este último año ha dibujado sugerentes láminas de una belleza aplastante, jugando con los colores (muchas de estas obras están pintadas sobre negro) e, incluso, con materiales como el papel de lija de color. También ha comenzado un homenaje a las víctimas de esta crisis sanitaria que parece no tener fin. Si el trabajo dignifica, Canónico es la dignidad hecha persona.
Cuando le conocí fue casi por casualidad, haciendo las fotos para el catálogo de su exposición para el JBA. No conocía su obra, pero la estudié antes de ir a verle. Recuerdo que me temblaban las canillas. Pero recuerdo aún más el cariño que él y Elvira, la gran mujer que hay siempre detrás de un gran hombre, me dispensaron desde un principio. Y que sus halagos a las fotos que le realicé me llenaron de un orgullo que hoy todavía me emociona. Porque quien conoce a Canónico sabe que no regala los oídos a nadie, ni a reyes ni a villanos.
Cada día me gusta más cómo escribes y también las fotos y sobre todo la de perfil de Vicente👌👌
Un reportaje espléndido 👏👏