capítulo I: LA CONQUISTA DEL LEJANO OESTE
un reportaje de barrio, por david péreZ
Al principio, fue el viento.
Si en Gijón soplase habitualmente el poniente en lugar del nordeste, es posible que El Natahoyo estuviese en Somió, y el Molinón en Poniente, y Moreda en La Guía, y la Plaza de Toros de El Bibio en Santa Olaya. Puede, incluso, que la mayoría de personas que aparecen en este reportaje no existiesen, o que lo hubieran hecho de otra forma, en un lugar distinto, con recuerdos distintos, aunque entonces no sería El Natahoyo, el único barrio de Gijón con un Goya a la mejor película por su historia industrial.
Sin embargo, en la concepción histórica de la ciudad, el demiurgo urbanístico, cuyas reglas son siempre inescrutables, tuvo en cuenta que el humo de las fábricas no se adentrase en el centro de la ciudad, de modo que el destino de El Natahoyo quedó ligado en la modernidad a la dirección del viento y al proceso de industrialización, mientras el este de Gijón evolucionó como zona residencial y de recreo para la burguesía. Los ricos se quedaron los merenderos y los parques; el salvaje oeste, se quedó con las fábricas y con los astilleros.
Después se los quitaron, pero esa es otra historia.
En 1965, Bob Dylan cantaba al mundo que no se necesita un meteorólogo para saber en qué dirección sopla el viento. En El Natahoyo, eso lo han sabido toda la vida. Desde la bahía de Gijón, el humo tira siempre hacia Carreño.
El historiador Luis Miguel Piñera, Medalla de Plata de Gijón y autor del libro Diccionario de El Natahoyo, entre más de una treintena de títulos, ha estudiado a fondo el desarrollo industrial de la ciudad. «No fue casualidad que a partir de 1850 se instalaran todas las fábricas en El Natahoyo y La Calzada. Así se aseguraban que el viento llevaba el humo fuera de la ciudad y de las zonas residenciales de la burguesía. Porque no fueron cuatro o cinco las que se construyeron, sino muchísimas fábricas, cada una con varias chimeneas, que suponían una gran contaminación, aunque es cierto que en el centro había algunas factorías, como la cristalería de Begoña«, expone el historiador.
De todas formas, más allá del argumento aéreo, el peso de la geografía es mayor: El Natahoyo reunía todas las condiciones para convertirse en el primer barrio industrial de Gijón. «Se trataba de una zona llana, cerca del mar y, además, camino del Musel. Eran todo ventajas».
las primeras fábricas
La fábrica de Tabacos de Cimadevilla, fundada en 1822, fue la primera fábrica de la ciudad. No obstante, existe un precedente en la zona de El Natahoyo conocida como El Cortijo, en referencia a un taller de curtir pieles («curtijo», tal como aparece en los diarios de Jovellanos) fundado en 1772, una combinación de factoría manufacturera y fábrica que en sus inicios aún carecía de máquinas. Más de un siglo después, en 1874, se transformó en una fábrica de loza que duró otros cien años, y de la que hoy solo queda un edificio que sirve de sede a la asociación vecinal Atalía. Conocido como el Palacio de los Pola o la Casa de Medio, preside, precisamente, el Parque de la Fábrica de Loza, actualmente un importante epicentro de tertulias y ejercicio para los mayores de esta zona del barrio.
En realidad, es un milagro que se conserve esta edificación. Salvo contadas excepciones, como la chimenea ubicada de Poniente, vestigio de la antigua maderera Castrillón, o el edificio de Cristasa en La Calzada, el rastro de las primeras fábricas del oeste ya no existe. El historiador Luis Miguel Piñera lo lamenta. «Su desaparición tal vez fue inevitable, pero al menos se podría haber mantenido una reliquia industrial. De la fábrica de Moreda no queda ni un trozo de muro para poner: aquí estuvo esta industria. Tampoco de la fábrica de loza; ni una chimenea. Eso fue lamentable, no hubo ningún respeto hacia ese patrimonio industrial. En Barcelona, por ejemplo, en muchas plazas se conservan chimeneas para recordar que existió una fábrica. Es un símbolo, para poder ir a ese sitio y decir que allí trabajó tu abuelo. Es lo que se llama memoria de lugar».
Si algo define la memoria de El Natahoyo es su identidad obrera. La primera ola de la industrialización transformó el barrio para siempre, moldeando durante varias décadas su paisaje visible e invisible. De lo visible apenas quedan las ruinas de la ciudadela de Maximino Miyar. De lo invisible, en cambio, permanece una especie de educación sentimental. Los inexistentes monumentos turísticos de El Natahoyo son las viejas fábricas, que perviven en la imaginación y en las conversaciones de las sidrerías, en las fotos antiguas que circulan en grupos de Facebook y también en los nombres de las calles, descontextualizados en un barrio que, no hace tanto, era otro.
Donde hoy viven 2.600 personas, a principios del siglo XX trabajaban 700 obreros, y en el año 1945 la fábrica contaba hasta 1.430 empleados.
Al otro lado de la actual avenida Juan Carlos I, donde hoy se extiende la zona residencial de Moreda, en 1879 iniciaba su actividad la siderúrgica de Moreda y Gijón, la mayor del salvaje oeste, con una extensión de 81.000 metros cuadrados, aún más allá del puente azul que hoy cruza las vías hacia la Avenida de Portugal. En su fábrica de alambres se fundió la escultura de Don Pelayo de la plaza del Marqués. Duró un siglo: donde hoy viven 2.600 personas, a principios del siglo XX trabajaban 700 obreros, y en el año 1945 la fábrica contaba hasta 1.430 empleados. En la Fábrica de Loza La Asturiana, en 1902 trabajaban 320 obreros. En Pola y Guilhou, fundada en 1874, una treintena, con una producción anual de 8.000 toneladas de aglomerados de hulla. Y en la zona de Santa Olaya, en el lugar que hoy ocupan los inmensos edificios de viviendas La Estrella, en 1893 se fundó la fábrica de cerveza La Estrella de Gijón, donde en aquel tiempo trabajaban noventa personas.
Así se empezó a configurar en El Natahoyo un mundo nuevo, entre dos siglos y dos épocas. El oeste de Gijón se transformaba paulatinamente en un pujante barrio obrero, con nuevos horizontes, pero también nuevos problemas: los accidentes laborales en las fábricas, el hacinamiento en los suburbios, la explotación del hombre por el hombre. «Es la historia de Gijón. Estos barrios implicaban un tipo de vivienda obrera muy precaria, expuesta a la suciedad y a la contaminación», señala Luis Miguel Piñera. «Una cosa que hacía el capitalismo era construir las viviendas al lado de las fábricas para que tuvieran que caminar poco para ir y volver. En Gijón, aunque no en El Natahoyo, algunas tenían las viviendas dentro de la fábrica. Así el trabajador no visitaba la taberna, ni tenía contacto con los demás, evitando que hablase de huelgas. Solo trabajar y descansar».
LA INFANCIA INFINITA
Una tarde de 1952, un funerario de El Natahoyo sufrió un infarto en Tremañes cuando volvía en su carroza de Cenero, donde había hecho un entierro. Fue el caballo quien lo llevó de regreso a su barrio: al llegar, empezó a golpear con el hocico en una ventana de la parte de atrás de la Funeraria Palacio. Su nombre era José Palacio; aquella era su casa. Cuatro generaciones de esta empresa fundada en 1902 en la parte alta de la calle Mariano Pola han visto pasar la historia de El Natahoyo durante el siglo XX desde primera línea, frente a la Plaza de la Luz.
Muchos años después de que su bisabuelo instalase una humilde funeraria en aquel oscuro e incipiente arrabal, José Agustín Palacio (1961), cuarta generación del negocio, recuerda con nostalgia la historia de su abuelo sentado en la terraza del Café Plaza Doze. Y su infancia: porque desde aquí puede ver la casa desde donde sus padres, Pilar y Agustín, lo vigilaban por la ventana cuando cruzaba al otro lado del mundo para ir al Cine Natahoyo a ver una película de vaqueros disfrutando de una sabrosa gaseosa La Panera.
«De esta calle para allá, eran todo casas bajas», señala hacia Poniente, antes de empezar a imaginar El Natahoyo igual que Gloria Stuart el Titanic al comienzo de la película de James Cameron, cuando cierra los ojos para alumbrar los buenos tiempos.
«Los recuerdos son preciosos porque cuando eres pequeño no tienes conciencia del tiempo, piensas que va a ser siempre verano. Éramos una pandilla de críos que nos movíamos de la calle Coroña hacia atrás. Esa era nuestra base de operaciones para jugar a las chapas, a las canicas… o al fútbol en el campo de Revillagigedo, durante horas y horas».
«Y a continuación estaba lo que llamábamos Les Calles, una zona de viviendas proletarias«, vuelve a señalar. «Allí jugaba con uno o dos amigos. Había mucha pobreza, pero eso lo ves a toro pasado. Yo vivía en un segundo y creía que tenían suerte porque vivían a ras de suelo y no tenían que subir escaleras. Luego entrabas y metía miedo. Se pasaban muchas necesidades, pero como no conocías otras cosas… Tu mundo era este«.
LA INVASIÓN DE LOS MONOS AZULES
Y aquel mundo prosperó en los 60 y los 70 de la mano de una pujante industria naval, que impulsó el asentamiento en el barrio de numerosos talleres auxiliares. Además, por aquel entonces ya se habían instalado otras industrias importantes en El Natahoyo: calderería Olmar, Cristalería Basurto, Avello (que posteriormente compró Suzuki), la Renault o Duro Felguera son algunos nombres emblemáticos de esta etapa de bonanza anterior a la reconversión, donde los astilleros se convirtieron en símbolo y orgullo del poder industrial del barrio. En los 70, operaban a pleno rendimiento en la bahía de Gijón tres astilleros: Cantábrico y Riera, Juliana y la división de Duro Felguera.
Uno de los recuerdos más comunes entre quienes vivieron aquel tiempo es el sonido de las sirenas de los astilleros, cuando sonaban a mediodía y una legión de obreros enfundados en monos azules invadía El Natahoyo. «Todo esto hasta la calle Ceriñola era un hervidero de trabajadores en monos azules», recuerda José Agustín Palacio. «Las mujeres venían a traerles la comida. No había táper, pero era algo que se parecía, y comían en la calle. Había más de 5.000 personas trabajando en esta zona, por eso lo recuerdas con añoranza. Ahora ya no hay esa cohesión que había antes. Formó parte de una generación. Luego, en los años 80, empezaron los problemas.»
Durante treinta años, Lilián Valle (1964) los vivió muy de cerca. Era dependienta en una tienda de alimentación en el epicentro industrial del barrio. Desde primera hora de la mañana preparaba bocadillos para los trabajadores de la zona. «Hice muchos. Había un turno a las ocho y media, cuando venían los de Suzuki; a las 10 otro con los de Inalza; a la 11 el recreo de los neños de la Fundación Revillagigedo; y a la una venían los de Olmar. Había que correr para prepararlos. La gente dejaba que pasaran los que estaban trabajando. Alguna vez había que llevarlos a la empresa, pero aquí venían ellos porque yo no podía».
Hoy trabaja en La Arena y echa de menos el espíritu de lucha del pasado. «Yo aquí lo vi todo, lo viví todo, y creo que he tenido que salir del barrio para valorarlo. Me vienen muchas imágenes. Yo estudié en el instituto de La Calzada, y aquel era un ambiente muy reivindicativo y luchador. Del día a día en El Natahoyo, recuerdo muchas huelgas, muchas protestas. La vida en el barrio era correr, y salir a la calle con la policía detrás, y era estar entre las pelotas de goma, y tener que dar la vuelta porque había un camión colgado de una grúa en mitad de la calle, pero siempre se luchó por cosas tangibles. Unas se consiguieron y otras no, pero siempre había algún motivo». «Hoy de eso no queda nada, veo poco sentimiento de lucha», lamenta Lilián.
La batalla de los astilleros
La primera vez que los trabajadores de Naval Gijón cortaron el tráfico de la ciudad con un camión suspendido de una grúa del astillero a varios metros del suelo fue en 1988. Para entonces la lucha contra la reconversión del sector naval en la bahía de Gijón ya llevaba cuatro años en marcha. Iba a durar, al menos, veinte más.
Aunque trabajaba en los astilleros desde los 70, donde ya se habían logrado importantes conquistas contra la práctica del prestamismo laboral, Cándido González Carnero, sindicalista histórico de Corriente Sindical de Izquierda (CSI), vino a vivir a El Natahoyo en 1984, el mismo año en que demiurgo urbanístico que a mediados del XIX había traído las fábricas al oeste, empezó a ejecutar su desmantelamiento.
Ahora tenía otros planes.
Pese al aura romántica de la lucha del sector naval gijonés en la cultura popular, los recuerdos son amargos, como dice Cándido: «El proceso industrial de la zona de El Natahoyo es de triste recuerdo, en la medida en que el bienestar social de una familia pasa por tener empleo, y muchas lo perdieron».
La segunda y última vez que una grúa de Naval Gijón dejó suspendido un camión sobre la calle Mariano Pola para cortar el tráfico fue en 1995. En aquella ocasión estaban a punto de llegar a la ciudad los Rolling Stones para dar un concierto histórico, y Tini Areces, entonces alcalde, estaba preocupado. La demanda de los trabajadores era sencilla: lograr la transferencia tecnológica que permitiría la construcción de varios buques quimiqueros, asegurando trabajo para varios años. Durante las negociaciones, tendieron una trampa a los trabajadores. A la hora de comer, mientras negociaban en el café de la estación, la policía entró en el astillero. «Querían sacar a la gente de las grúas, pero eran nuestro punto fuerte. Mientras tuvieras medios para resistir dentro de la grúa, la batalla estaba ganada».
En 40 minutos lanzaron más de cuatrocientos cohetes contra los antidisturbios. Uno explotó debajo de un coche policial levantándolo varios centímetros del suelo. «Vámonos de aquí, están locos», se escuchó gritar. «Están dispuestos a morir por el astillero». Areces viajó a Madrid al día siguiente. Naval Gijón consiguió los contratos y la grúa retiró el camión de la calle. El 22 de julio, los Rolling Stones abarrotaron el Molinón. En El Natahoyo todavía quedaban quince años de lucha.
El viento viene, el viento se va
¿Pudo haber convivido la industria naval con el desarrollo urbanístico en la bahía de Gijón? El historiador Luis Miguel Piñera, lo duda. «Que hubiésemos podido estar haciendo barcos en 2020, no lo creo. Los obreros de nuestro sector naval eran de élite, hacían productos buenísimos, pero que se construyan un barco en Corea cobrando menos, no lo puedes evitar. La competencia extranjera es enorme, se abaratan los precios. El capitalismo va donde puede sacar más dinero. Es muy lamentable, pero es inevitable. Creo que es ilusorio pensar que haciendo otra política hace veinte años podría haberse mantenido la industria».
Cándido González, piensa lo contrario. «Pudo haber convivido la expansión del barrio con la industria, pero las entidades políticas nunca lo entendieron así, y los especuladores tampoco. Querían hacer negocio a cuenta de la expansión urbanística. Esa es una de las razones de la desaparición de la industria: un gran pelotazo urbanístico de 300.000 metros cuadrados en El Natahoyo», expone. «Un astillero no es fácil de trasladar, necesita mucho espacio. Optar por construir pisos prescindiendo de la industria, con la necesidad que tiene esta ciudad de empleo, es una barbaridad. Además, una industria como la naval, ahora en su máximo auge a nivel mundial. Gijón podría estar hoy saturado de carga de trabajo».
¿Y la lucha? «Al final, la gente se olvida», piensa Cándido.
En la Avenida de Galicia, en el muro del colegio Santa Olaya, un grafiti reza: «Naval Gijón (1984-2009). Nunca olvides tus raíces». Cientos de personas suben y bajan a diario por la cuesta sin prestarle atención, como parte de un decorado asumido, pero de vez en cuando alguien se queda mirándolo unos segundos desde la parada del bus o mientras camina por la acera de enfrente, con la vista perdida. Quién sabe.
El 8 de septiembre 2001, Manu Chao dio un concierto en la playa de Poniente con motivo del Día de Asturias. Allí mismo, junto al astillero, le hablaron de Naval Gijón y, al día siguiente, se acercó a apoyar los trabajadores con una gran resaca. Sin saber que también resumía la historia de aquel lugar del mundo, El Natahoyo, aquella noche cantó ante miles de personas esa sencilla canción de Clandestino mientras el viejo nordeste soplaba en la bahía. El viento viene. El viento se va. El hombre viene. El hombre se va.
Sin más razón.
¡¡¡Que bonito artículo!!!
Es el barrio donde nací y me crie, mis padres trabajaron en la fábrica de loza hasta que cerró y la verdad, que he aprendido cositas nuevas.
Gracias!
El efecto de los párrafos y las imágenes apareciendo y moviéndose es lo más horrible e innecesario que he visto.
Hablar de lucha obrera es hablar de Asturias.
Si el campo de Castilla y León ( soy zamorana) aprendiera a defender sus derechos en la calle y en las urnas, como lo hicieron los asturianos otro gallo nos cantaría.
Los obreros astures no se venden, no son servilistas…
Cuánto hemos de aprender de vosotros los castellanos
Asturiano trabajando actualmente en Castilla, no puedes tener más razón…
Very quickly this site will be famous among all blogging and site-building viewers, due to it’s nice articles or reviews