«Si tocaba descanso pasaba la tarde con sus niños en el parque de Isabel la Católica. A menudo sorprende la normalidad en un mundo teñido de oropel. La sinceridad y su palabra es ley para Mesa«


Solo los buenos futbolistas pueden presumir de tener diferentes apodos. Llegó al Sporting un gaditano en 1975 que nunca manejó el verbo ‘presumir’ y durante doce temporadas lograría meterse en el bolsillo al exigente Molinón. Este gran tipo sumaría a lo largo de los años unos cuantos apelativos cariñosos: «Quillo», «Sietepulmones», «El Mosquito», «La Pantera Sanroqueña» y uno más que decide añadirle el menda: «El Expreso de San Roque».
Manolo Mesa lucía larga carrera y melena, no dudaba y era eficaz en la jugada; sin arabescos innecesarios. «A galopar, a galopar hasta enterrarlos en el mar» (que diría Alberti) o hasta desbaratar oposición alguna con «el mosquito» lanzado velozmente en pos del gol o el centro certero del que Abel, Joaquín, Maceda o Quini se beneficiaron más de una vez. Inolvidable e imposible, así fue el gol de volea firmado por Quinocho el 21 de octubre de 1979 en Vallecas. Ese gol empezó a fraguarse en la cabeza de Mesa segundos antes de la obra maestra ejecutada por el nueve entre los nueves. Manolo jugaba por la izquierda apurando la llegada al pico del área, se despegó de la banda metiéndose en el carril del diez, alzó la testa y con su pierna derecha puso el balón buscando la entrada en el segundo palo del delantero centro. El resto ya es historia del sportinguismo.
Colecciona «el Quillo» muchas acciones finalizadas en gol o en ovación cerrada. Fue y es, sin duda, uno de los jugadores más valorados por parte de la grada. Una grada que premia al diferente y al sacrificado por encima de todo y de todos, da igual la década o la temporada. Salvó el fútbol a Mesa que entre los catorce y los dieciséis años trabajaba sin contrato de aprendiz de carpintería y peón albañil. Primero en el San Roque y más tarde en «La Balona». La Real Balompédica Linense, otro de los equipos de su corazón. El buen ojo de Enrique Casas consiguió que el Sporting se adelantase al Betis a la hora de hacerse con los servicios de un enjuto futbolista que a su llegada al club no contaba para Pasieguito. Luego llegaría Sinibaldi y el andaluz empezaría a jugar. Durante un tiempo Uría le cerró el paso al once titular mas con el paso de los años y los entrenadores, su regularidad a prueba de lesiones y la ausencia de tarjetas, el gaditano se convirtió en un fijo en el centro del campo; allí donde se fabrica el buen fútbol.


Debutó con la selección en su tierra y fue el autor de esa «alegría desinflada» llamada gol del honor en un sonrojante: España 1 Dinamarca 3. En su segundo partido con la España dirigida por Kubala cayó lesionado ante Checoslovaquia en El Molinón, a los 8 minutos del partido. El 16 de abril de 1980, con empate final a dos goles. Manolo es muy buena gente, nunca sufrió la expulsión de un terreno de juego y siempre creyó que lo importante era el equipo por delante de cualquier individualidad, considerando a sus compañeros en el Sporting como una segunda familia. Todavía recuerda con una sonrisa a Tamayo, el utillero, Ciri, Joaquín, David o al fisio, José Luis Rubio. De Aquilino Hurlé al estadio dando un paseo en los días de partido. Si tocaba descanso pasaba la tarde con sus niños en el parque de Isabel la Católica. A menudo sorprende la normalidad en un mundo teñido de oropel. La sinceridad y su palabra es ley para Mesa.

Cuando se planteó la renovación de su contrato, en 1987, quisieron «regatearle» de mala manera en los despachos del club. Abandonó Gijón con una pena infinita y firmó por el R. Murcia. En el equipo pimentonero incumplieron un acuerdo verbal y el mosquito pasó un año en «La Balona», antes de fichar por el Xerez. El veterano barbado, cargado de hombros y sabia melena al viento se retiraría en 1992, a los 39 años en La Línea de la Concepción. Vive el bueno del «Quillo» en su pueblo: San Roque, donde es una de las figuras indiscutibles en ese «pedacito» del Campo de Gibraltar. Desde el sur le suben los buenos recuerdos del norte en sus paseos diarios hasta el estadio municipal que lleva su nombre. Esta mañana volvió a despertarle el mensaje de «buenos días» de su amigo Ciriaco Cano. Un mensaje que se repite de lunes a domingo, en otoño, invierno, primavera y verano. A los aficionados en Gijón nos pasa lo mismo que a Ciri, ni podemos ni queremos olvidarnos de Manolo Mesa Quirós «Sietepulmones». «El Expreso de San Roque».