En el barrio viejo se le conocía por Chaoyo Wei y era una de las caras más conocidas del Gijón de los 60. Trabajó como traductor, haciendo impagable su labor comercial y diplomática en las relaciones portuarias internacionales que surgían en El Musel
En una de sus largas singladuras por el Pacífico, los portugueses descubrieron en 1582 una isla a la que bautizaron como Formosa. Cautivados a buen seguro por sus aguas termales y unas montañas hermanadas con la bruma. Tres siglos y medio después llegaba a España con su familia Hsiao Niu Wei Yang. Dejaban el hogar en la isla hermosa o formosa para aventurarse en la extraña cultura de un lejano país europeo. Wei se estableció en Gijón y abrió un mesón chino en 1967. Cuenta el bueno de Janel Cuesta en «De Somió a Cimavilla», que en el barrio viejo se le conocía por Chaoyo Wei y era una de las caras más conocidas del Gijón de los 60. Trabajó como traductor, haciendo impagable su labor comercial y diplomática en las relaciones portuarias internacionales que surgían en El Musel.
El primer mesón chino de la ciudad, antes Casa de todos los Tamargo, fue Casa de la Villa el mismo año del descubrimiento portugués. El de una hermosa isla en el mar de la China Meridional. En el mesón se vendía licor de lagarto y leche de pantera, bebida digna de auténticos legionarios. Los adornos de papel creados por Wei daban color a las calles en «la Fiesta del farolillo», añorada celebración para el universo playu. Ese mismo universo del que formó parte Chaoyo y su familia. Uno de esos vecinos de «pedigrí» en La Soledad, de los que contemplan la vida con la ventana abierta por culpa del maldito «fumeque» decía que recordaba muy bien a Arcadio Wei (hijo del chino). Aparecía en la plaza algunas tardes primaverales y se quedaba mirando, contemplando sin moverse el noble corredor de la casa familiar. Pasados cinco minutos volvía sobre sus pasos de regreso al Natahoyo. A saber si es verdad pero el recuerdo parece que sigue fresco en la memoria del fumador incansable con ventana abierta. La Casa del Chino hoy es el Centro Social y corazón del barrio. Sobrevivió al derrumbe de milagro en los 80, a mediados de los 90 regresaba la esperanza de rehabilitación del maltrecho mesón con proyecto del arquitecto Manuel García.
En esa maravillosa casona de corredor astur, en la sede de la Asociación Vecinal Gigia Cimavilla se ofrece año tras año, los doce meses sin descanso: clases de guitarra, yoga, bailes latinos, cuentacuentos, noches de Samaín, mercadillos solidarios, partidas de parchís, teatro, conciertos, recibimientos de Aliatar, celebraciones, tertulias, refugio y cobijo. En el Chino los vecinos seguiremos agradeciendo la entrega de unos cuantos seres humanos que abren las puertas con ilusión de esta casa que es la nuestra. Gracias, Sergio, gracias, Belén, gracias, Carla… Seguramente el sábado se celebrará otro cumpleaños en La Casa del Chino y las risas volverán a sonar como la mejor música de futuro. Inundando de alegría a una pequeña y mágica península lamida por los vientos y la mar.
En cimavilla se le conocía como «Luis el chino», estuvo y compartió relación sentimental con Mercedes la tía de mi madre. Vivíamos en una casa enfrente del MESÓN y mi hermano Cesar y yo lo ayudabamos muchas veces para preparar gorros para fiestas y adornos, en los años 80 prácticamente todos los chinos que visitavan Gijón, subían hasta la plaza de la soledad a verle, a esa plaza los ‘playos’, la llamavamos la plaza del ‘Chino’.