El rechazo a lo comunitario, es, creo, el error más grave de la cultura millennial, ya que la virtud no se puede practicar si no es dentro, en referencia y al servicio de una comunidad


Hace unos meses conocí a Alfredo, un vecino de Gijón, constructor de hogares, que vive empeñado en hacer de su trabajo algo excelente, en alcanzar la perfección en cada pequeño gesto y en honrar con ello la profesionalidad. Creo que Alfredo habría hecho buenas migas con Hesíodo, ese poeta griego que enseñaba que la excelencia está al alcance de cualquiera que esté dispuesto a esforzarse. No es condición sine qua non embarcarse en una odisea para buscar hazañas que inmortalicen nuestro nombre, ya que también hay heroísmo, honor y gloria en la lucha silenciosa, continua e infatigable del agricultor que trabaja la tierra. Que el hombre tenga que ganarse el pan con el sudor de su frente no es ninguna maldición; todo lo contrario, es un regalo de los dioses porque convierte el trabajo en el único camino para llegar hasta la virtud. Un sendero largo y tortuoso, sí; pero que no está vetado a ningún mortal. No se necesita ser dios ni héroe, cualquier hombre puede ser virtuoso si se identifica plenamente con su profesión. El trabajo bien hecho es una actividad que tiene un valor en sí misma ya que nos dignifica. La prosperidad y el éxito que de él se derivan no son un fin, sino el medio que la sociedad utiliza para reconocer la calidad del servicio prestado, para aplaudir el ingenio puesto en práctica y para valorar la virtud entendida como profesionalidad.
No importa cual sea el oficio que se tenga, sino la calidad profesional con que se desempeñe. La clave para convertir un oficio en profesión es hacer de la poiesis una praxis. En la antigua Grecia, el término poiesis definía la acción productiva del ser humano. Tiene su raíz en la palabra poiein que significa «hacer», «fabricar». En El banquete, Platón la define como aquella acción que hace que algo pase del no-ser al ser, es decir, las actividades propias de los artesanos y artistas cuando fabrican algo nuevo. El valor de esta acción reside, obviamente, en la calidad del producto y, por ello, toda poiesis no posee una valía en sí misma sino tan solo como medio para alcanzar un objetivo. El término praxis, en cambio, remite a aquellas acciones que son en sí mismas gratificantes, al margen de lo producido, o incluso siendo improductivas, como cuidar de nuestros mayores, leer o amar.
Una figura que ayuda a ilustrar la virtud de la profesionalidad es la del deportista. Solo entenderemos su peculiar modus vivendi si tenemos presente que su único fin es la búsqueda de la perfección en la realización de una acción. Solo desde esa sed de excelencia puede el profano no solo comprender, sino admirar, su riguroso régimen de vida. La autodisciplina, la dieta o el sudor del esfuerzo son parte de la estela que el deportista deja en su trayectoria hacia a la virtud.
El arte marcial del kyūdō, la “vía del arco”, desarrollado en Japón, es una buena muestra de esta peculiar forma de entender un trabajo que fusiona ética y estética, poiesis y praxis. No es necesario tener una especial sensibilidad, ni una formación previa, para emocionarse ante la belleza que emana de la ceremonia en la que cinco arqueros ejecutan un disparo perfecto en el más estricto silencio. El objetivo de este arte es el de convocar a la Gran Belleza por medio de la dificultad, la precisión y la sutileza de una acción, para que se haga presente en este mundo y lo cure de molicie, la negligencia y la brutalidad.
Lo que Alfredo, Hesíodo y la vía del arco nos muestran es que no hay otro camino para educar la virtud que el de una exigente disciplina personal. Es imposible alcanzar la destreza necesaria para ser un profesional sin una práctica constante y prolongada. Sírvanos como ejemplo el del sensei Onuma Hideharu, uno de los maestros más influyentes en este arte: a pesar de haber practicado durante setenta años el mismo tiro, seguía considerándose a sí mismo un aprendiz. Nada que ver con esta cultura millennial, más ocupada en cultivar el like que la dignidad, en emprender que en aprender, en la autocomplacencia que en el honor, en el empleo que en la vocación, en la victimización que en la transformación, en el autoarrogado derecho a no ser emocionalmente ofendido que en el esforzado juicio moral y en ser individuo que en tomar parte en la comunidad. Y esto último, el rechazo a lo comunitario, es, creo, el error más grave de la cultura millennial, ya que la virtud no se puede practicar si no es dentro, en referencia y al servicio de una comunidad.
Toda la destreza obtenida mediante la disciplina personal se ha de poner a disposición de los demás para construir una común-unidad y una armonía no solo entre los participantes sino también entre los espectadores. Por tanto, todo ejercicio de la virtud supone una transcendencia de la individualidad. Ergo, si se desea alcanzar la virtud por la vía del trabajo, la finalidad de esta actividad no puede quedar reducida a la obtención de una fuente de ingresos, sino que se deberá trascender la mirada para vivirla como una actividad cooperativa cuyo más noble fin es aportar un bien a la sociedad. Lo que enseña la educación de la virtud es que mi bien como individuo no difiere del bien de aquellos otros con los que formo una comunidad.
Ya lo decía Hesíodo (o Alfredo, ahora no lo recuerdo bien): existe una buena competencia que ha de sembrarse en el corazón de los jóvenes, y es que el vecino envidie al buen vecino y compita con él en ser mejor, que el alfarero compita con el mejor de los alfareros y el artesano con el mejor de los artesanos, porque de esta envidia y de esta contienda nos beneficiamos todos.
Es una buena conjetura el señalar que la falta de cualidades virtuosas en los millennias se debe a la falta de interacción con la sociedad. Ser virtuoso con sigo mismo no es suficiente. Ahora bien como hacemos los padres de estos hijos millennias para involucrarlos en los asuntos de la comunidad ??
Es agradable como algunos profesores de filosofía hacen analogías con temas que solo se tratan en las aulas de clases.