La Maquinona levantaba la cabeza y desplazaba el balón a treinta metros con un toque preciso, poniendo el esférico en las botas de Churruca


Crisanto García Valdés fichó por el Sporting a los 18 años cuando ya lo tenía todo apalabrado con el Valladolid. Unas deudas irresolubles con otros traspasos del club pucelano empantanaron la firma de su contrato. Los gijoneses movieron ficha y se llevaron a Tati Valdés. Del Caudal al Sporting, de trabajar sin descanso en una ebanistería a dar lecciones de fútbol en la zona ancha del once rojiblanco. Tati madrugaba para ir a entrenar, cogía el tren de cercanías a las 6:20 en Mieres y llegaba a Gijón a las 8:00, hacía tiempo el muchacho de paseo por la playa, mirando las huertas del barrio de La Arena o imitando el canto de los pavos reales del parque de Isabel la Católica. Así se entretenía hasta las 10:30, hora del entrenamiento en El Molinón. Un día decidió dejar Mieres y el tren, le compró un 600 de segunda mano a Pocholo y el club instaló al mierense con Solabarrieta, en la misma pensión. Por las tardes dormían «religiosamente» la siesta y al despertar se iban al Darling en la calle Corrida, merendando con «devoción» un vaso de leche con dos palmeras. Lo contaba Valdés en el magnifico «Libro del Sporting», editado por Silverio Cañada en 1980, aprovechando el 75 aniversario del club. Tati al que El Molinón puso el cariñoso apelativo de «La Maquinona» admiraba a Solabarrieta, Alonso y Quini y siempre habló muy bien de Carriega, Barrio y Miera.
Tres de los entrenadores que dejaron huella en la capital de la Costa Verde. La Maquinona levantaba la cabeza y desplazaba el balón a treinta metros con un toque preciso, poniendo el esférico en las botas de Churruca. Lavandera afirmaba que Valdés fue lo más parecido a Zidane que tuvo el Sporting en toda su historia. Y también lo más alejado del futbolista actual. La Maquinona era «ancho de hueso», fornido; con la misma tendencia a engordar que a sacar de la grada ovaciones cerradas.

La hemeroteca no perdona y algunas viejas crónicas recuerdan el protagonismo indiscutible de Valdés en un 6-2 al Burgos, el 5-2 endosado al Athletic de Bilbao en copa o machacando al Ilicitano en Altabix por 2-7. Jugó en segunda y en primera, en los 60 y en los 70, conoció malos y buenos tiempos y un fichaje que en principio sentaba al de Mieres en el banquillo. Un argentino que «huyó del invierno» desde el 73 al 77 en Gijón. Ángel Antonio Landucci procedía de Rosario Central y prometía. Era técnico, pausado y el mejor en los entrenamientos. Pero entre el otoño y el invierno, entre la lluvia y el barro, Landucci se empequeñecía y emergía gigantesca la figura de La Maquinona. Esa maquinona de Mieres que pasó uno de los peores momentos de su carrera en un Sporting – Real Sociedad televisado. Le hizo caso a un amigo peluquero y decidió jugar con peluquín. En el minuto 7 el falso pelo se despegó y besó el césped. Tati se lo acomodó como pudo, cinco minutos más tarde el puñetero peluquín volvió a despegarse. El centrocampista lo recogió con rabia y se marchó al vestuario ante la sorpresa generalizada de aficionados, futbolistas, entrenadores, aficionados y trío arbitral. No volvería a jugar con peluca. Supo reponerse del duro golpe conservando la visión y la precisión con la pelota como aliada hasta su retirada en 1979. Formando parte del organigrama técnico del primer y segundo equipo. Algunos veteranos comentan, aún hoy, que los mejores consejos en esto del balompié se los dio un segundo entrenador llamado Crisanto García Valdés.