El escultor lleva veinte años viniendo a Gijón y ha establecido aquí, desde hace cuatro, su base de operaciones. «Me siento como en casa», afirma
Cada verano lo esperamos. Es como una tradición, un evento más de los meses de sol y arena. Nunca mejor dicho. Lleva ya veinte años viniendo a Gijón, del que se siente tan enamorado que ha acabado por convertirlo en su base de operaciones. Roberto Javid es castellano, de Mirada de Ebro, pero es un artista al que sus pies han llevado por medio mundo. Sus esculturas de arena, entre la escalera 11 y 12 de San Lorenzo, son ya míticas.
Todo comenzó en el colegio, cuando un profesor le dijo que no tenía mano ni para las artes plásticas, ni para los idiomas. Hoy puede decir que habla “italiano, portugués, un 70% de inglés y me defiendo en una conversación en alemán”. Eso y que construye sus obras temporales por medio mundo. Empezó en Francia y siguió en Cádiz. Luego ya viajó por Italia, Portugal, Gambia, Senegal, Brasil…
Cada año, además, su obra cambia. “Tengo un sentimiento y después lo plasmo”. Esta vez su homenaje lo reciba la tierra, a la que “todos estamos ligados”. Una obra que se abre paso hacia lo profundo de la arena, un hoyo de casi la altura de una persona y cuyas paredes están decoradas con unas cabezas humanas – que recuerdan a los incas – y las cadenas que se dirigen a la propia tierra. En ella sigue trabajando. La empezó el miércoles pasado, pero el viento – su mayor enemigo – provocó algún estrago que ha tenido que arreglar con esmero.
Se siente querido en la ciudad, “después de tantos años, la gente me apoya, me va reconociendo. Me siento como en casa”. No en vano, recuerda que cuando comenzó a venir a la ciudad, la Policía tenía una caseta en el paseo del Muro. Una caseta que ya no existe. “Gijón tiene algo que me engancha, la gente, el aire… Me encanta esto, si no, ya me habría ido”.
Desde su rincón en la playa lanza una petición, un deseo: “Quiero ofrecer mi servicio para hacer un escanciador de sidra de tres metros, que eche agua”. Para ello reconoce que necesita infraestructura, “no puedo estar 24 horas al día vigilando y haciendo el trabajo, es muy duro”. Y es que los vándalos, aquellos que no respetan el trabajo de los demás, a veces atentan contra su trabajo. La fragilidad de la arena, lo temporal de su obra, facilita que la destrucción sea sencilla, en cierta medida. Pero no reconstruir un trabajo del que todos, alguna vez, hemos disfrutado.