En el año 1927, el presidente Ismael Figaredo decidió que el equipo gijonés honrase a la Virgen de Covadonga, nombrándola Patrona de la entidad
La figura del capellán de un club de fútbol surge en España en el Athletic de Bilbao. Fue a raíz de la victoria de la final copera de 1943, en la que los bilbaínos se impusieron por 1 a 0 al Real Madrid, con gol del legendario Zarra. Como agradecimiento, el jesuita Andrés Arístegui, gran aficionado al fútbol que había sido portero en sus años mozos de un equipo llamado La Tonelada, llevó a la plantilla de ejercicios espirituales a la Universidad de Deusto. Fue desde entonces el capellán oficial del club y de ahí partió la institucionalización de la figura del páter en los equipos de fútbol españoles, por más que con anterioridad ya tuvieran su protagonismo en inauguraciones de estadio, bendiciones de banderas, etc. En el Sporting aparece el capellán del club con la llegada a la presidencia de Antonio Roibás de Inza. En el año 1967 es nombrado para tal cargo el párroco de La Asunción, José Aragón, que fue sucedido en 1969 por Emilio Blanco, abandonando el cargo un año más tarde al secularizarse, en 1970 es nombrado Dionisio Alonso y desde el año 2001 el cargo de capellán recaía en el recientemente fallecido Fernando Fueyo, que fuera párroco de la iglesia de Nicolás de Bari en el gijonés barrio de El Coto y que entró en el club rojiblanco gracias a su amistad con Pepe Ortiz.
En realidad la vinculación del Sporting con el catolicismo viene de mucho antes, en consonancia con la realidad social del Gijón del momento. En la propia inauguración oficial de El Molinón, realizada el 5 de agosto de 1917 bajo el mandato presidencial de Enrique Guisasola, el padre Ángel Valdés, párroco de San Lorenzo, bendijo las instalaciones y la bandera del club, además de oficiar una misa de campaña en el mismo terreno de juego. En el campo se había instalado un altar con una imagen de la Virgen de la Inmaculada, así como dos gallardetes con el escudo de Gijón y la Cruz de la Victoria. La bandera del club, con el escudo bordado, fue donada por la aficionada Araceli González. La actuación de un coro de ciento cincuenta niños del Colegio Covadonga pusieron el sello de solemnidad musical para el acto, así mismo se plantaron un centenar de árboles por la calle Ezcurdia hasta la entrada a la puerta del estadio. El ayuntamiento de Gijón entregó unas medallas conmemorativas a los futbolistas del Sporting, de oro a los del primer equipo y de plata a los del conjunto reserva. Posteriormente hubo, en un conocido restaurante local, una comida para la directiva y miembros de la plantilla. El presidente Enrique Guisasola se hizo cargo personalmente de todos los gastos ocasionados por el evento, así mismo, años antes ya se había convertido en el primer mecenas del club, al correr con las 14.000 pesetas que costó el vallado del campo de fútbol, cuando el terreno aún era propiedad de los Rimmel. También construyó personalmente en 1915, con la ayuda de otros socios sportinguistas, los primeros vestuarios de club, unas simples casetas de ladrillo vista. Fue, igualmente, el creador en el año 1920 del primer filial del Sporting, el Olympia, y siempre tuvo claro que el futuro del club y del deporte del fútbol en Gijón pasaba por la promoción del mismo entre los jóvenes locales, por lo que ayudó de forma desinteresada al desarrollo de encuentros entre conjuntos de categoría infantil. Como objetivo último estaba el de captar nuevos valores para el equipo sportinguista. Además, al hablar inglés y francés por haber estudiado en Londres y París, fue pieza clave en la llegada de los primeros entrenadores extranjeros, de consagrado prestigio, a nuestro club y que mejoraron notablemente el nivel técnico de aquel Sporting de primeros del siglo XX.
La cuestión religiosa no fue una cuestión meramente nominal para el club. Hay un ejemplo señero de ello. En la temporada 1918-19 había un futbolista en la plantilla sportinguista llamado Manuel Junquera Blanco, un defensa gijonés que había llegado al club rojiblanco procedente de otro equipo local, el Racing. Tras esa temporada, abandonó el fútbol para ingresar en el seminario de Segovia y entregar su vida a la fe católica. No llegó a ordenarse como sacerdote. Casado con una segoviana, ejerció como maestro en distintas localidades del centro de España.
Pocos años más tarde, en el año 1927, el presidente Ismael Figaredo decidió que el equipo gijonés honrase a la Virgen de Covadonga, nombrándola Patrona de la entidad, como agradecimiento por los éxitos deportivos. Desde entonces el equipo rojiblanco realiza anualmente una visita, con ofrenda incluida. a la Santina de Asturias. En aquella temporada 1926-27, con el profesionalismo recién reglamentado, el Sporting había obtenido brillantemente el campeonato asturiano. En la Copa el conjunto sportinguista había sido incluido en un grupo junto al Deportivo de la Coruña, Racing de Santander y Real Unión de Valladolid. Pese a las lesiones de hombres importantes como Herrera, Quirós o Cuesta, el equipo encabezó la clasificación tras obtener cinco victorias y ceder solo un empate. Clasificados para cuartos, el emparejamiento llevó al Sporting a enfrentarse a uno de los equipos españoles más potentes del momento, el Real Unión de Irún. Todos los pronósticos daban como favorito a los guipuzcoanos, sin embargo el Sporting se impuso en el partido de El Molinón por 3 a 2, para caer en el encuentro de vuelta por 4 a 1. Como quiera que no se contemplaban la diferencia de goles a la hora de clasificarse, se hizo necesario un partido de desempate en terreno neutral. El lugar elegido fue el de los Campos de Sport de El Sardinero, en Santander. Previo a este partido y en vista de la importancia y dificultad del mismo, la plantilla sportinguista, entrenada entonces por Manolo Meana, se concentró en Covadonga. El Sporting finalmente perdió el encuentro de desempate por 3 a 1 pero a partir de ese año se inició una tradición de visita oficial anual al santo lugar cuna del Reino de Asturias, para pedir por la temporada venidera y agradecer los éxitos de la pasada, si los hubiera. También fue recurrido lugar de concentración de club en otras ocasiones, ante encuentros de especial relevancia. Y así, desde antaño, fútbol y religión casi siempre fueron de la mano.