«Una ciudad en la que vivir resulte un descanso y no un esfuerzo; en la que pasear sea un placer y no un obstáculo; en la que trabajar sea una opción y no un imposible»
Hoy, en mi paseo miro hacia la principal bendición de este Gijón que quiero y que tanto adoro. Las aguas del mar Cantábrico llevan rompiendo contra el muro de San Lorenzo como el gran acicate de esta ciudad inquieta y que se revela; que se emociona y deprime a la misma velocidad que pasa de la euforia a la decepción. Las aguas del Cantábrico reflejan nuestra imagen y nos devuelven la fotografía de una ciudad que supera los pesares de un pasado oscuro y se afrenta a nuevo siglo con fuerzas renovadas; que supera los peores años de nuestras vidas con el inicio de un verano con poco sol, pero muchas ilusiones. Las aguas de nuestra playa son pacientes testigos de nuestras esperanzas, nos devuelven con la marea alta la fuerza que nos falta y nos acogen en unas espectaculares bajamares que convierten la playa en un auténtico congreso ecuménico en el que al igual que en la “Fiesta” de Joan Manuel Serrat el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha.
El mar ha dado a Gijón vida, personalidad, carácter, trabajo, mil historias…Pero sobre todo, lo que nos da son ganas de seguir hacia adelante, de seguir luchando para que nuestra ciudad sea un referente en muchos ámbitos, pero sobre todo para que sea una ciudad en la que vivir resulte un descanso y no un esfuerzo; en la que pasear sea un placer y no un obstáculo; en la que trabajar sea una opción y no un imposible; en la que la convivencia no tenga razas, color o clase; en la que la igualdad tenga una bandera repleta de colores.
Bendicen el agua por algo y ese algo es lo que el Cantábrico nos devuelve para conformar la personalidad de esta ciudad a la que hoy felicito con motivo del día de San Pedro. Una felicitación que hago extensible a los y las que van a recibir las medallas de esta ciudad que presume de ser inclusiva y acogedora. Mi aplauso más sincero para el Centro de Educación de Personas Adultas (CEPA), la medalla de oro de la villa, que cumple cuarenta años de trabajo en la recuperación de oportunidades para colectivos desfavorecidos. También a Rosa Garnacho y a Chus Casado, porque durante más de cuatro décadas de trabajo me/nos han regalado alegría, risa, emoción y compromiso desde Quiquilimón. No menos reconocimiento merece una luchadora como Felisa Soria Caro por su inquebrantable creencia de que la educación y la participación son palancas fundamentales para una ciudadanía libre. Y la Fundación ALPE, que lleva veinte años peleando para demostrar que no hay más frenos que los autoimpuestos.
Cada uno de los premiados representan lo mejor de una ciudad que espera la bendición de las aguas como el esperado final de una pesadilla que ha durado dos años. La semana pasada, San Juan quemó lo malo con promesas de lo bueno que está por llegar. Qué San Pedro sea ahora quien bendiga el Cantábrico para que la marea nos traiga un tiempo nuevo y renovado. Felicidades, Gijón, y feliz verano.