«Con cada negocio familiar que desaparece, todos perdemos un poquito de nuestra vida, de nuestros recuerdos»
Chiqui nos dice adiós. El último gran clásico gijonudo en echar el cierre está ya de despedida. El sábado bajarán la persiana una última vez y a todos los gijoneses nos dejarán un poco más huérfanos. En el mundo de Inditex, Amazon y las grandes cadenas, cada vez hay menos sitio para los rincones con alma, con sabor. Con cada negocio familiar que desaparece, todos perdemos un poquito de nuestra vida, de nuestros recuerdos.
Entro en Chiqui por última vez y los recuerdos se me amontonan. Me veo a mí mismo, con cuatro o cinco años, corretear entre los columpios. Era la única tienda a la que no me costaba ir. Sentarte en lo alto de aquellas sillas te hacía sentirte el rey del mundo. No era el único. Los pasos de los niños de Gijón tenían firma propia, la de Chiqui. Tres o cuatro generaciones de críos pasamos por allí por partida doble: para calzarnos nosotros y para calzar a nuestros hijos.
“Aún no lo tengo asimilado”, me comenta emocionada Raquel Sirgo, propietaria. Tampoco nosotros, Raquel. La pérdida de Chiqui no es solo el cierre a un lugar entrañable donde hemos vertido recuerdos, sonrisas y pataletas – que también las había, claro-. Es la pérdida de identidad de nuestra ciudad. Decía la escritora Margaret Barber que “mirar al pasado por un momento sirve para refrescar la vista, para recomponerla; y hacerla más apta para mirar hacia adelante”. Tal vez, cuando perdemos una parte de nuestra ciudad, deberíamos sentir más esa nostalgia, aprender de ella. ¿Cuántos negocios gijonudos nos quedan? ¿Cuánta alma le queda aún a Gijón?
Las despedidas se agolpan en la tienda. “Una señora se echó a llorar”, dice Raquel Sirgo, emocionada con tanto gesto de cariño recibido en estos meses. El proceso de cierre, desde que se anunciara hace unos meses, ha sido largo: “teníamos que liquidar todo el almacén”. Ahora, ya con una fecha oficial, los gestos de cariño llenan de orgullo a la nieta de aquellos zapateros que empezaron con una pequeña tienda en la calle Corrida. “Era la precursora de Chiqui que, como tal, lleva 60 años. Pero la estirpe zapatera comenzó en los años cuarenta en los locales que luego ocupó la hamburguesería Micke´s”.
El adiós del vigilante
Tarde o temprano, ese niño gigante que no cumple años y con las rodillas al aire nos dirá adiós. La plaza de Parchís ya no será la misma sin su vigilante. Bien sea porque, por fin, los políticos deciden salvaguardar ese trocito de historia y darle un rincón donde la añoranza se nos cure un poco, o porque los negocios inmobiliarios tomen decisiones, el niño de Chiqui se irá. Nos dejará un poco más huérfanos, y lo echaremos de menos.
“Aún no sabemos nada, no ha habido conversaciones”, comenta Sirgo. A ella le ilusiona que su niño acabe en el recinto ferial Luis Adaro. A mí también. ¿Qué mejor retiro para el vigilante que cuidar de la Feria de Muetras?