“¿Es lícito defender una postura atacando y menospreciando a un colectivo? Hay nombres y apellidos detrás de la etiqueta de mujer trans”
“Cada vez que alguien, en vez de argumentos, saque el odiómetro (…) temamos por la libertad. Odio es la palabra favorita de algunos porque ‘de lo que rebosa el corazón habla la boca’», escribía este martes la filósofa y miembro del Consejo de Estado, máximo órgano consultivo en España, Amelia Valcárcel.
La reflexión la hacía pocas horas después de atacar a la activista LGBT, Carla Antonelli, a la que interpelaba en relación a la ley Trans, una ley, según ella “propiciada por tipos de casi sesenta años que ahora se visten de lo que piensan que son mujeres”, en clara alusión a Antonelli.
Con créditos más que merecidos para haber sido considerada durante años un referente feminista, Valcárcel parece ahora centrada en liderar una batalla contra la ley Trans y, por el camino, arremeter contra el colectivo. La última, en la reciente edición de la Escuela Feminista Rosario Acuña de Gijón, donde junto con las risas cómplices de las presentes, ironizaba con que las mujeres trans se sintieran precisamente eso, mujeres: “No les pasa a ustedes que cada mañana se despiertan pensando soy mujer, ay, qué vivencia”.
Comentario que, por cierto, le valió además de las risas, los aplausos de un público entregado al escarnio y la humillación de estas personas. Una escena que se repite cada año en una Escuela que, en este 2022, fue una vez más inaugurada por la alcaldesa de la ciudad, Ana González y que está organizada por el Ayuntamiento. Asombra, por ello, el silencio con el que medios y organizaciones supuestamente progresistas abordan esta cuestión, evitando cualquier polémica.
No es la primera vez que esta Escuela es el escenario de declaraciones vergonzantes. En la edición de 2019 la también filósofa Alicia Miyares, bajo la atenta mirada de Valcárcel, se refería a las “activistas transgénero” como “tíos. Y digo tíos, porque son tíos”. A ambas, Miyares y Valcárcel, no se les puede tachar de poco informadas. Doctoradas en Filosofía, acumulan en su expediente publicaciones, estudios, puestos de relevancia y muchos años de docencia.
En cualquier otra cuestión estaríamos hablando de un debate académico entre dos partes enfrentadas. Pero lo que se pone de relevancia aquí va mucho más allá de ello. ¿Es lícito defender una postura atacando y menospreciando a un colectivo? Hay nombres y apellidos detrás de la etiqueta de mujer trans. Mujeres que se levantan cada día y cargan con un estigma ni mucho menos superado en nuestra sociedad y que, además, deben soportar que desde espacios públicos se les ponga en cuestión en medio de risas y aplausos.
Decía esta semana en un tweet el periodista asturiano Pablo Batalla que Amelia Valcárcel le recordaba mucho a Cayetana Álvarez de Toledo. “Ese engreimiento aristocrático, esa sentenciosidad desabrida, esa misantropía de los acostumbrados a mandar o disponer y ser obedecidos”. Y es que, pese a militar en lo que un día creímos antípodas ideológicas, cuesta ahora diferenciar algunos discursos de estas académicas con el de miembros de la ultraderecha española, donde Lidia Falcón es capaz de unir fuerzas con Vox para defender a las mujeres “de verdad”. “Consideraban que el feminismo les había caído en herencia y que era suyo en propiedad”, reflexionaba Raúl Solís.
Algunos puntos de la Ley Trans podrían haberse debatido sin por ello descalificar ni negar la realidad de un colectivo discriminado y relegado, que busca en esta ley la protección que se les niega desde hace tiempo. Por encima de las batallas teóricas, siempre las personas. Hay a quien eso parece habérsele olvidado.
Para lastre, en el apellido lo lleva. Una mujer lo es biológicamente por genética, lo demás es disforia. Respete y entienda de lo que se habla, señora desinformada.