El gijonés Iván Amesto, hoy en día reconocido director de casting, consiguió meterse en la final de la primera edición del concurso
Aún resonaba aquello del «temido efecto 2000» cuando un nuevo concurso de la tele, algo llamado «Gran Hermano», comenzaba a colarse en los hogares españoles. El 23 de abril del año 2000, muy lejos aún de las redes sociales y el Covid, 16 desconocidos entraban en una casa sin otro propósito que el de convivir siendo grabados las 24 horas del día. Y vaya que si el experimento gustó. Ismael, Ania, Koldo, Íñigo, Jorge, Iván o Marina se convirtieron durante meses en uno más en la vida cotidiana de los españoles. De entre ellos, dos destacaron especialmente. Ismael Beiro, el gaditano de la eterna sonrisa que finalmente resultaría ganador del concurso e Iván Armesto, gijonés y, desde entonces su «hermano del alma». Una amistad que llega hasta nuestros días y de la que los dos presumen en cada ocasión. Así lo demostró el de Cádiz cuando Armesto perdía, recientemente, a su madre: «Que uno de tus amigos se entere que falleció tu madre, se haga 500km hasta Gijón cuando mañana tiene que estar en Navarra, solo para darte un abrazo, no solo se agradece, se comparte. Gracias @Ismael_Beiro hermano».
La final del concurso fue un «pelotazo» televisivo con el que hoy soñaría cualquier programa: 9 millones de espectadores, (el 70,8% de cuota de pantalla) pararon sus vidas aquel 21 de julio para despedirse de los últimos finalistas. Cifras que, desde entonces, no han sido superadas por ninguna emisión no deportiva en nuestro país. Después vinieron muchos otros formatos, más ediciones, decenas de nuevos concursantes… pero nada volvió a cuajar de aquella manera. Será la magia de las primeras veces. Y la guasa de un gaditano y un gijonés que demostraron que, en clave de humor, todos nos entendemos mejor.