Martínez no cejará en su empeño de luchar por lo que cree, con una sinceridad dolorosa para esos diplomáticos metidos a periodistas deportivos
A los voceros del libre mercado (y nunca es libre) les duele y mucho que no todo se pueda tasar y vender al peso trucado, claro. El carisma, por ejemplo, no se puede comprar en cómodos plazos en unos grandes almacenes, se tiene o no se tiene. Luis Enrique Martínez García hacía divisa del carisma como jugador y mantiene ese magnetismo de entrenador. Y da igual el Barça, la Roma. el Celta o la Selección.
El crack que marca la diferencia hoy se sienta en el banquillo de España proponiendo un fútbol valiente, sin rebajas de intensidad o componendas de pizarra «amarrategui». Como en los años 90 cuando se convirtió en uno de los mejores futbolistas del mundo. Osado, leal y con carácter, dentro y fuera del campo. Así fue siempre Lucho. Decía su madre que aquel guaje tan flaquín le daba patadas a lo que se iba encontrando por las calles de Gijón: botes, piedras, latas o papeles arrugados. El fútbol ya habitaba en su cabeza. Coincidió en el Xeitosa de fútbol sala con otro neñu al que apodaban «Pitufo». Juntos abandonaron la niñez, juntos fueron pasando etapas, escalafones, derrotas y triunfos siendo compañeros, amigos y aliados en el complicado universo futbolero. Abelardo y Luis Enrique, Luis Enrique y Abelardo, historia viva del club rojiblanco.
Chuchi Aranguren hizo debutar a Lucho con el Sporting el 24 de septiembre de 1989, en casa y con derrota frente al Málaga por 0-1. En la 90-91 se haría un nombre en Primera División al amparo de Ciriaco Cano, ese discreto mago de Plasencia que sacaba de su chistera talento joven. Un míster que decidió apostar por los conejos blancos de Mareo sin dudas ni alaracas.
Sustituyó Ciri a García Cuervo y el Sporting despegó con destino UEFA contagiado por la garra de un yogurín de Pumarín que marcó 15 goles esa temporada. Cerrándola con un recordado tanto en Valencia. Festejado chicharro que sellaba el pasaporte europeo para los gijoneses. El Real Madrid pagó 250 millones de ptas por la promesa asturiana. En la capital no encontró demasiados minutos felices durante sus cuatro temporadas de inmaculado merengue. Probando diferentes posiciones, lateral derecho incluido, sin recibir la confianza de Radomir Antic y Benito Floro. Solo Jorge Valdano pudo atisbar el jugadorazo que tenía la casa blanca ante sus narices.
En el verano de 1996 no llegó a un acuerdo de renovación con los de Concha Espina y fichó por el FC Barcelona. En la ciudad condal se volvió a vestir de corto con su querido Abelardo, contó con el cariño de la afición y logró convencer a todos los entrenadores en sus ocho temporadas de blaugrana. Desde Robson a Rijkaard. Luis Enrique podría ser el protagonista del reinventado cuento de «Juan Sin Miedo», que no sabía lo que era temblar. El gijonés fue golpeado terriblemente por la vida con más fuerza que el codazo a traición de Tassotti y esa pena seguirá llevándola como equipaje diario. Pero Martínez no cejará en su empeño de luchar por lo que cree, con una sinceridad dolorosa para esos diplomáticos metidos a periodistas deportivos. Nunca traicionará ese amor eterno por un deporte que no debería premiar la cobardía. Amor eterno repartido entre Gijón y su Sporting. Una temporada jugó de local en el Sporting, solo una, quién lo diría. La querencia de la afición vuelve a llevarnos al territorio del consabido carisma. Como diría un viejo sabio: «El corazón manda».
Ése sí que era un Sporting de Asturias..!