Verónica Castro, diploma olímpico de gimnasia artística en Atlanta 96
“En Gijón no me conoce nadie y en los Juegos Manolo Llanos nos saludó a todos los deportistas españoles por nuestro nombre. Cuando le pregunté, me contestó: ‘Cariño, es mi trabajo’. Si todos hicieran eso, otro gallo nos cantaría”
“El diploma de Atlanta supo a triunfo porque pasamos de pelear contra una superpotencia como la URSS a luchar contra tres como Rusia, Bielorrusia y Ucrania”
Verónica Castro (Gijón, 1979) es una mujer a la que nadie, ni siquiera el deporte, le ha regalado nada. De sus primeros 17 años, 14 estuvieron dedicados a la gimnasia algo que, a la postre, también le ayudó a forjarse como persona. Su carrera se cerró con un diploma olímpico en Atlanta para luego regresar a los estudios en busca de un futuro que ella sola tuvo que labrarse. Hoy regenta su propio negocio de actividad física saludable en Gijón. Pese a los reveses con los que ha tenido que pelear, nunca pierde la sonrisa y habla claro sobre lo que piensa del deporte. Quiere confiar en la futura Familia Olímpica del Principado aunque guarda poca esperanza, no por sus integrantes sino por la clase política.
Participó en Atlanta 96 convirtiéndose en la deportista asturiana más joven en ir a unos Juegos Olímpicos. A sus 43 años, ¿ha asimilado todo lo que pasó hace 26?
Así es, con 17 años. Mi vida es una dualidad completa y esto no podía ser menos. Cuantos más años pasan, más consciente soy, más orgullosa me siento y más presumo de ello, cosa que no hice nunca. Mi padre siempre me dijo que no sabía venderme y tenía razón. Por otra parte, es como si hubiera lo hubiera vivido otra persona, es decir, unas veces lo siento muy cercano y otras muy lejano, es como si hubiera sido otra vida.
Lo cierto es que usted llegó a la cita olímpica tras superar una rotura de ligamento cruzado, lateral y menisco. No hay muchos deportistas que puedan contarlo.
Desgraciadamente no, soy una afortunada. Por un parte porque a la edad que tuve esa rotura jugaban muchas cosas en contra. Por ejemplo, no había terminado de crecer y la operación que había en ese momento era inviable para mí, pero por otra tuve la suerte de que un gran equipo se ofreció a hacer una operación experimental en mi rodilla en la Clínica Ruber de Madrid y salió muy bien. Mis pocos años hicieron que todo regenerara mucho más rápido y tuve la enorme suerte de que me recuperó José Luis Rubio. El apoyo que tuve a casi todos los niveles con esa lesión fue clave porque ese señor trabajó conmigo todos los días, me acompañaba al gimnasio, vigilaba que hiciera lo que tenía que hacer porque odiaba la piscina y era lo que me tocaba. Ahí estaba él, sentado en las gradas asegurándose de que movía aquella rodilla (risas).
“Me operé de una rotura de ligamento cruzado, lateral y menisco en Madrid en julio y en febrero estaba disputando un campeonato de España”
En una lesión de estas características, más allá del componente físico de está el mental.
Lo pasé francamente mal por lo que rodeó a la lesión más que por la lesión en sí. No daba un duro por seguir, es decir, tenía prácticamente claro que mi vida deportiva se había terminado. Estando ingresada vino a verme el seleccionador, me animó a que siguiera porque con mi edad tenía tiempo para recuperarme, me dijo que contaba conmigo para el equipo… A nivel mental estamos tan acostumbradas al sufrimiento, la pelea, la lucha que fue algo casi natural. Ni fui consciente de ello, no conocía otra cosa. Para mí lo normal era eso y cuando te están dando ciertas garantías de que puede ir bien por qué no intentarlo. Desde la lesión hasta los Juegos pasaron tres años, pero la recuperación fue en seis meses. Me operé en julio y en febrero hice un campeonato de España de clubes (risas).
¿La peor parte eran las ocho horas de entrenamiento?
No, porque es a lo que estás habituada. En Gijón, cuando era más pequeña entrenábamos cuatro horas, en verano seis y cuando me fui a Madrid con 13 años, ocho. Lo más duro fue separarme de mi familia para poder llegar porque una vez que me recuperé del cruzado, me fui. Lo más complicado no era vivir allí, sino estar lejos de los míos. Siempre fui una persona muy familiar. Mi padre siempre fue un pilar fundamental y el estar lejos era muy duro. Pasar de estar en tu casa todos los días a verles una vez al mes, con mucha suerte, es complicado. Lo dejas todo, en mi época abandoné los estudios porque no teníamos la suerte de poder compaginarlo con los entrenamientos como pasa actualmente. Lo sacrifiqué absolutamente todo, pero también es cierto que la vida del deportista, sobre todo en mi época, no era tan longeva. En el Europeo que se acaba de disputar había gimnastas de 25 años, en mi época con 18 ya estabas cascadilla.
¿Es complicado controlar los nervios antes de la cita o cuando arranca uno se olvida?
Los nervios siempre están ahí, pero igual que entrenas el cuerpo, entrenas la mente. Cuando me fui a Madrid, teníamos psicólogo y pasábamos dos sesiones dos veces por semana, tanto individual como en equipo. Parece que no, pero eso se nota, es increíble. Tengo recuerdos de los Juegos en un pabellón de 160.000 personas, casi nada, compitiendo con las anfitrionas de Estados Unidos que estaban en nuestro grupo. Empezamos en la barra que suele ser el hueso y es verdad que era mi aparato favorito, pero eso no quita para que fuera el más difícil o por lo menos el que más malas pasadas te puede jugar y no oía nada.
¿Llegaron a sentir que eran unas estrellas?
En algunos momentos sí porque Estados Unidos es un país que adora al deporte en general y la gimnasia en particular. La gente te pedía autógrafos, te paraba por la calle para hacerse fotos… Ahí sí fui un poco consciente de la envergadura que tenía aquello.
¿Se había imaginado que formaría parte de la historia del olimpismo?
Ni de coña. Todavía recuerdo cuando veía gimnasia de niña y me preguntaban si me gustaría estar ahí. Hombre, por gustar sin duda, pero otra cosa es llegar y nunca jamás lo pensé ni por asomo. Sin embargo, cuando llegas a cierto nivel, no es que sea tu obligación, pero ya estás en la vereda de saber que es algo potencialmente alcanzable.
Por si fuera poco, abrió la competición del combinado nacional.
Sí, rompí el hielo. Dentro de un equipo hay una estrategia. Normalmente la primera suele ser una gimnasta que sin ser la estrella es relativamente segura. La estrategia es colocarnos de tal manera que las cosas vayan siempre de bien a mejor, con una buena nota que sea el inicio, pero no la mejor porque esa siempre es la última. En mi caso, cumplía bien ese papel. Tenía unos ejercicios que sin ser los mejores eran buenos, sobre todo, seguros y más en el caso de los obligatorios porque durante la época en la que competí había también libres. Quieras o no, eso siempre te da la seguridad de partir con una nota decente y, sobre todo, saber que las que van detrás de ti tienen la libertad de que una puede fallar porque la peor nota se quita siempre. Además arrancamos en la barra de equilibrios, por una parte mejor porque te lo quitas de delante, pero cuando veías aquel pabellón…
Y además hizo todos los aparatos.
Todos menos el libre de paralelas porque tuvimos la mala suerte de que una de mis compañeras se lesionó en Estados Unidos una semana antes de los Juegos. Iba a hacer los obligatorios porque eran mi especialidad, son ejercicios más técnicos marcados por la Federación Internacional y luego en los libres haces lo que se te da bien. A nivel técnico era buena, con lo cual en obligatorios muy bien, hacía los cuatro y en libres combinaba con otra compañera que fue la que se lesionó, con lo cual tuve que salir en aparatos que preparas menos porque te centras en los buenos y el único que no hice fue paralelas. Hay algo que poca gente conoce y es que no se te considera olímpico si no compites, es decir, un reserva no se considera olímpico. Ante esta circunstancia, le preguntaron a mi compañera en qué ejercicio se podía encontrar mejor porque después de haber estado cuatro años trabajando merecía ser considerada olímpica e hizo paralelas.
¿El séptimo puesto y el diploma olímpico supieron a triunfo?
Sí, porque nosotras solíamos pelear por ser octavas, séptimas e incluso llegamos a rozar el sexto puesto, pero nos supo a mucho más porque acababa de separarse la Unión Soviética. Tuvimos esa puñetera mala suerte y pasamos de pelear con una superpotencia como la URSS a luchar contra tres como Rusia, Bielorrusia y Ucrania que tenían gimnastas como para hacer 30 equipos. Eran como Estados Unidos, países muy grandes y con mucha tradición en gimnasia. Si en España siendo algo más de 47 millones habitantes sacamos siete, imagínate en Estados Unidos, Rusia o China.
Hay una imagen que demuestra el trabajo de todo un ciclo: el abrazo con su amiga Elisabeth Valle.
Lo tenía en vídeo y no lo encuentro. Lo que daría por volver a verlo porque sentirlo lo sentí hace poco en una de las fases de la Liga Iberdrola del Campeonato de España que se disputó en Gijón y me encontré con ella. Siempre que nos vemos repetimos ese abrazo.
Ustedes se beneficiaron del impulso que se le había dado al deporte en la cita del 92.
Por supuesto. Siempre digo que para tener resultados hace falta dinero y gracias a que en Barcelona se insufló mucho y se vieron los resultados, nosotras mamamos de ese beneficio. También es cierto que tener mejores resultados hace que los patrocinadores mantengan esas ayudas porque ven que da resultado. Necesitamos dinero porque hay que vestirse, comer, entrenar… En definitiva permitir hacer todo eso y que te compense de alguna manera.
Hay una persona importante para usted en el olimpismo: Manolo Llanos.
Sí, le guardo un cariño muy especial porque siempre fue profeta fuera de su tierra y barrio muchísimo para casa. Sobre esto tengo una anécdota. En Gijón a mí no me conoce nadie, ni lo pretendo. Sin embargo, en unos Juegos Olímpicos donde estábamos todos los deportistas españoles, llegó Manolo y nos saludó a todos, uno por uno, por nuestro nombre. Me quedé flipada y le dije si de verdad se sabía el nombre de cada uno de nosotros. Me contestó: ‘Cariño, es mi trabajo’. Si todos hicieran eso, otro gallo nos cantaría.
Por cierto, ¿cómo vivió los Juegos de Barcelona?
Era demasiado pequeña y estaba demasiado centrada en mi carrera en aquel momento. Formaba parte del equipo nacional junior, tenía mucha responsabilidad encima y tenía tanto para mí que no veía más allá. Algo que me sorprende de los deportistas es que cuando estamos preparándonos para una cita importante, es como que vivimos hacia adentro y se te olvida todo lo que pasa afuera, incluidos unos Juegos Olímpicos que son en tu casa. Tú estás gestando lo que fue Atlanta sin saber que desgraciadamente poco después iba a lesionarme.
¿Qué le llevó a abandonar la gimnasia después de los Juegos?
El cansancio emocional. Vivir fuera de casa, pese a que una de las condiciones que puse después de la lesión fue irme de Gijón, necesitaba entrenar fuera. Con todo, fue muy duro. A partir de la lesión, mi carrera cambió mucho. Me quemé, todo lo que había vivido antes de la lesión me pasó factura a nivel emocional porque físicamente quedé perfectamente y de hecho me respetaron bastante las lesiones, aparte de la rodilla nunca tuve ninguna lesión grave que me frenara. Sin embargo, esos tres años fuera de casa entrenando como una loca, con un objetivo muy claro me pesaron mucho. Cuando conseguí lo que me había marcado como mi objetivo, dije: ‘Ya’ y mira que el seleccionador insistió aunque él tenía muy claro también que iba a dejar el deporte, pero lo hizo solamente por el tema de la beca. Me comentó que intentara seguir un poquito más, encima viviendo de rentas porque el año posterior a unos Juegos Olímpicos siempre es más tranquilo: hay una transición de cambio de código, menos competiciones… Por eso quizá podía aguantar un poco más y aprovecharme del cobro de la beca que me correspondía, que como ya te contó Sara (Moro), no la cobramos si dejamos el deporte el mismo año que la ganamos. Lo dejé en agosto y en diciembre dejaron de pagarme la beca.
Cuando volvió a Gijón tocó empezar de nuevo. ¿Es complicado encajar las piezas en la cabeza?
Es horrible porque no sabes qué hace la gente normal. Empecé a practicar gimnasia con cuatro años y lo dejé con 17. Mi vida era el gimnasio, mis amigas eran mis compañeras y desconocía lo que hacía la gente normal. Es terriblemente duro aterrizar en un mundo donde desconoces reglas y ritmos. Estaba acostumbrada a trabajar ocho horas al día y de repente tenía todo el tiempo del mundo para mí y no sabía que hacer. Tenía claro que quería seguir estudiando y retomé el instituto en tercero de la ESO con 17 para 18 años y compañeros de 14. A nivel mental es otro rollo y es horrible porque no conoces a nadie, no tienes amigos, incluso eres casi desconocida para la gente de tu casa y es muy duro, sobre todo, porque no tienes ningún tipo de ayuda. Ahora sé que hay mecanismos para ayudarte en la transición, pero en mi época no había nada, ni un psicólogo que te dijera: ‘Tranquila, es normal lo que te pasa’, di mi vida literalmente entrenando 14 de mis 17 años y nadie te ayudaba a encauzar un poco tu vida o pagarte unos estudios. Las gimnastas tenemos una edad muy difícil cuando dejamos el deporte porque no eres una niña y tampoco eres una adulta. Con esta situación, para estudiar es tarde, aunque considero que nunca es tarde y eres demasiado joven para tener un trabajo. Estás en ese limbo, en tierra de nadie, no sabes qué hacer con tu vida y a lo único que me dedicaba era a comer y llorar. Digo comer porque venía de una dieta muy estricta, espartana y de repente te ves con tiempo libre. ¿Sabes lo que es ver que empiezas a convertirte en una mujer porque aunque tenía 17 años biológicamente, físicamente parecían 10 o 12? Es terrible. No me extraña cuando oyes las historias de grandes deportistas de élite que se suicidan, esa idea nunca me pasó por la cabeza, pero sí estuve muy perdida, muy perdida y es una pena que después de haber dado toda tu puta vida por un país, por un deporte, nadie te ayude.
Quienes sí le reconocieron su trabajo fueron sus vecinos de Serín dándole nombre a la pista polideportiva de la parroquia. ¿Es con lo que una se queda?
Por supuesto. Al final lo que me importa es lo que piense la gente que me quiere y los que sufrieron el camino conmigo. Un amigo de mi padre me dijo una vez que todo en esta vida se reduce a esfuerzo y colaboración, nadie llega a la cima solo. Eso lo agradeceré siempre porque llegué gracias a la gente que me apoyó. Unos meses antes de los Juegos, después de volver del Mundial, tuve una crisis muy grande porque tienes muy poco tiempo de descanso para comenzar otra vez a preparar la cita más importante. Veníamos de haber hecho una competición de puta madre y sin descansar arrancas otra vez. Tenía un día malo, como el que podemos tener todos, y dije: ‘Se acabó, no puedo más, me voy a mi casa’. Coincidiendo que mis padres estaban ese fin de semana en Madrid les dije que lo dejaba. En ese momento mi madre, que siempre fue conmigo muy exigente, se rompió por primera vez y me hizo la maleta para irnos. En cambio mi padre, al que echo mucho de menos, me dijo: ‘Vero, no. ¿En serio que con todo lo que luchaste, seis meses van a ser un obstáculo? Que no disfrute otra lo que tú peleaste’ y me quedé.
“La gimnasia es una etapa cerrada en mi vida. Aunque no me arrepiento, sigo peleándome con muchos fantasmas de esa época. A unos los abrazo y los más chungos los trabajo con muchos euros de terapia”
¿La gimnasia es una etapa cerrada o de vez en cuando le pica el gusanillo?
Cerrada no, cerradísima y enclaustrada. La gimnasia para mí fue todo, pero todo lo que me dio de bueno también me lo dio de malo. Aunque no me arrepiento y repetiría sin dudarlo, no compensa. A día de hoy sigo peleándome con muchos fantasmas de esa época. A unos los abrazo y los más chungos los trabajo con muchos euros de terapia (risas). Aunque quiero mucho esa etapa porque, por suerte o por desgracia, soy lo que soy gracias a ella, pero está totalmente cerrada. Nunca me picó el gusanillo y eso que me sigo dedicando al deporte. Tengo un centro de especializado en actividad física saludable. Tardé muchos años en entender que hay más gente jodida que sana así que hay que atacar por ahí (risas).
Todos los que han pasado por esta sección han criticado el trato que se le da al deporte en Asturias por parte del Gobierno regional. ¿Qué piensa alguien como usted que ha formado parte de la élite cuando ve las políticas que se aplican?
Hay cosas que agotan tanto que te dan igual, es decir, no me dan igual, pero si me implico es para cabrearme y tomé la decisión de intentar involucrarme lo menos posible. Aquí también influyó mucho otro sabio consejo de mi padre: ‘Guardar rencor solo hace daño al que lo mantiene. A la otra persona le da igual’. Mira, aquí solo te quieren para la foto, cuando hay que presumir nos desentierran, pero el resto del tiempo somos un cero a la izquierda. También es verdad que llaman cuando de repente alguien de cierto partido, sea del color que sea, como te conoce… En este caso suelo aplicar la frase: ‘Dónde pasaste el verano, pasas el invierno’.
“El deporte en Asturias, en general, es una mierda. La actividad física en la salud está dentro del ocio, es decir, tenemos la misma categoría que un bar”
Pese a ello, Asturias es una comunidad que no deja de dar deportistas de alto nivel. ¿Le sorprende?
Sí, pero nos ponen tantas trabas, somos tan duros que nos da igual ocho que ochenta. Si algo caracteriza a los asturianos, es el amor hacia lo nuestro y los que hacemos deporte lo hacemos por amor. Al final, aprendes a que te dé igual que te ayuden o no, el apoyo lo tienes en casa y como haces lo que te gusta, tiras hacia adelante y cuando te esfuerzas por las cosas, generalmente salen. En el caso de gimnastas, como somos tan jóvenes, no eres consciente tampoco de ello. Es algo innato a ti, crece contigo y lo ves normal.
Una de las peticiones más demandadas es la necesidad de un departamento propio de Deportes en la administración asturiana. ¿Ve lógico que el deporte conviva mezclado en una consejería que ni siquiera lo lleva en su nombre?
El deporte en Asturias, en general, es una mierda porque me sigo dedicando a él. Dentro de mi equipo hay médicos, fisioterapeutas, matronas, es decir, que englobo la actividad física en la salud. Todos se llenan la boca con que los niños hagan deporte, pero luego no hay ayudas. Nuestra actividad laboral está encuadrada dentro del ocio, es decir, tenemos la misma categoría que un bar. Con eso te lo digo todo.
“¿Quién conocía a Saúl Craviotto hasta MasterChef? Tiene cojones el tema. Un tío con medallas olímpicas, con un mega entrenador y nadie sabía quién era. Su reconocimiento estaba en la piragua, no cocinando”
¿A los políticos les da igual el deporte?
Sí, lo creo firmemente. No recuerdo dónde leí que nuestro presidente igual no tiene ni playeros. Esto no quiere decir que tú respetes algo porque lo conozcas o lo vivas, pero en Asturias es obvio que ni una cosa ni la otra.
¿Conoce la Familia Olímpica del Principado?
¡Claro! La conozco, pertenezco y soy el número 13, tengo el pin (risas). Siempre me dio suerte el 13, es el número que sumaba mi dorsal en Atlanta. De hecho, tengo gran amistad con Agustín Antuña, uno de los promotores. Sé que hay proyectos nuevos para sacarla adelante, incluido el Museo Olímpico, pero como es algo que lleva gestándose tanto tiempo y no acaba de parir, confío muy poco en que se lleve a cabo alguna vez. Me da mucha pena porque deberíamos sacar más pecho con lo que tenemos, aunque solo sea por decir: ‘Mira la mierda de comunidad que somos y lo que tenemos’, pero solo presumimos el momento de la medalla, luego se nos olvida. Sin desmerecer a ningún deportista, el mejor ejemplo es Saúl Craviotto. ¿Quién lo conocía hasta MasterChef? Tiene cojones el tema. Un tío con medallas olímpicas, con un mega entrenador y nadie sabía quién era hasta que apareció en MasterChef. Me parece una vergüenza, me alegro por él, por el triunfo que obtuvo y que gracias a eso por fin tenga el reconocimiento que merece, pero ese reconocimiento estaba en la piragua, no cocinando.
Hablando del proyecto del museo, ¿qué les diría a las administraciones para poner en marcha un equipamiento sobre el que no han mostrado interés?
Es muy difícil que alguien vea lo que no quiere ver o lo que no le interesa. Todo necesita dinero y lo que no aporte parece ser que no sirve. Es muy complicado concienciar a la gente de algo que desconoce. En eso, por una parte agradecer a medios como Mi Gijón que sacáis a la luz estas cosas para que se oigan y vean. Seguro que si propusieran un museo del fútbol estaba hecho mañana, pero hay más deportes y eso me cabreó toda la vida.