Mónica Martín Cid, diploma de gimnasia artística en Atlanta 96
“Dejar Gijón y a mi familia fue lo que más me costó. Una de las cosas que más echaba de menos en Madrid era el mar. Cuando volvía a casa, bajaba del avión y ya notaba el olor a mi tierra”
“El Gobierno de Adrián Barbón se ríe del deporte porque ni apoya, ni ayuda. Hace muchos años que debería existir una Consejería de Deportes”
Mónica Martín Cid (Gijón, 1976) es una guerrera. Acostumbrada a la rectitud que implica la gimnasia, es de las que cuando cae se vuelve a levantar. A sus 46 años, hace casi tres décadas (Atlanta 1996) formaba parte del equipo que colocó a España entre los mejores en gimnasia artística. Un séptimo puesto que le sirvió para obtener un diploma olímpico, pero no para un futuro que se tuvo que buscar sin ayudas. Con su retirada el teléfono dejó de sonar y todas las promesas se esfumaron. Sin embargo, la gijonesa supo reponerse del revés y encontrar su camino. Muy crítica con la política regional en materia deportiva, tiene un mensaje para la administración: ‘Darnos vida, joder que trabajamos mucho para mover nuestra ciudad y no se nos conoce’.
Han pasado 26 años de ese séptimo puesto que les dio un diploma olímpico…
Mucho tiempo, pero se recuerda siempre. Cada vez que veo unos Juegos Olímpicos me emociono porque es algo que corre por mis venas (risas).
En aquel equipo estaba Verónica Castro. Dos gijonesas para la historia…
Mi Vero… Sin duda éramos un apoyo la una para la otra. Veníamos de Gijón y nos criamos juntas. Te sientes apoyada, aunque todas nos llevábamos relativamente bien, pero estar con otra gijonesa cuenta mucho.
¿Qué queda de aquella Mónica Martín olímpica?
Sobre todo, ilusión por vivir, alcanzar cosas en tu vida, constancia en conseguir todo lo que te propones y, especialmente, la fuerza para tirar hacia adelante y ser positiva. La gimnasia me ayudó mucho, me quitó un poco de juventud y de vivencias con amigos de la infancia, pero me dio otras cosas. Queda mucho de aquella Mónica que compitió en Atlanta.
¿Ha llegado a sufrir por la gimnasia?
Sí, pero no por hacer gimnasia, sino por estar lejos de tu tierra, de tu familia, por lesiones que no te permiten estar a tope para la competición. En definitiva, por la gimnasia en sí, no; por las circunstancias que se mueven alrededor, sí.
¿Se arrepiente de algo en su carrera?
No. Estoy muy orgullosa de mi trayectoria deportiva, lo que conseguí y lo que luché. Me siento bien por haber llegado donde llegué.
“Siempre fui una persona muy dura. Me operaron de apendicitis a principios de 1996 y a los 15 días empecé a entrenar. Se me abrió la cicatriz y tuve que parar, pero a las dos semanas ya estaba otra vez a tope”
Antes hablaba del sufrimiento de dejar a los suyos. Usted se va de Gijón a Madrid para luchar por un sueño. ¿Fue la parte más compleja?
Sí. Dejar Gijón y dejar a mi familia fue lo que más me costó, pero lo volvería a hacer. También te digo que hubo un momento que tuve muy claro que lo dejaba todo por lesiones, operaciones… Pensaba: ‘¿Qué más puede pasar?’, pero al final sacas la fuerza necesaria para decir: ‘Llego a una Olimpiada por mis narices y como que me llamo Mónica Martín’. Como detalle, te diré que una de las cosas que más echaba de menos en Madrid era el mar. Cuando venía a ver a mi familia, bajaba del avión y ya notaba el olor a mi tierra, a mar. Después paseaba mucho por la playa de San Lorenzo para sentir el ruido del mar, el olor… Era mi tierra, mi Gijón y me encantaba esa sensación porque lo echaba de menos. No lo supe hasta que estuve en Madrid y cuando volvía a los entrenamientos tenía las pilas cargadas. Mucha ‘culpa’ de eso la tenía la gente. Muchas veces ‘Fillo’ (Jesús Carballo) me decía: ‘Ay, asturianiña, cómo se nota que vienes de tu tierra’ y sí que se notaba porque ibas con otras ganas, otra mentalidad.
Una operación de apendicitis a principios de 1996 y una fisura en las costillas a un mes de la cita. No está mal en el año de los Juegos. ¿Pensó que no llegaba?
Sí, y eso era lo que me hundía porque siempre fui una persona muy dura, constante y que lo que me proponía, lo conseguía. En aquel momento me vi inferior a mis compañeras porque observaba cómo ellas iban subiendo el nivel de los entrenamientos y yo estaba sentada mirando. Pensaba: ‘Que no llego’, pero finalmente luché mucho para estar donde estuve y las ganas pudieron con todo. Fíjate como sería que me operaron y a los 15 días empecé a entrenar. Se me abrió la cicatriz y tuve que parar, pero a las dos semanas ya estaba otra vez a tope.
“En la ceremonia inaugural miré a mi entrenadora y me puse a llorar. Fue un momento en el que dije: ‘Lo conseguí’. Costó tanto trabajo, que me vi ahí y me derrumbé”
Son muchos los deportistas que recuerdan la ceremonia de apertura de sus respectivas citas olímpicas. ¿Está en ese grupo?
Por supuesto y es algo que no se olvida. Estábamos todas sentadas en línea, miré a mi entrenadora Luci (Lucía Guisado) y me puse a llorar. Fue un momento en el que dije: ‘Lo conseguí. Estoy aquí, en una olimpiada, en la inauguración de unos Juegos Olímpicos’. Costó tanto trabajo, que me vi ahí y me derrumbé.
Su entrenadora, una figura muy importante para usted…
La quiero con locura porque me apoyo muchísimo. No solamente ella, en Madrid me sentí muy querida y apoyada. También me reñían, pero me sentí muy bien y arropada. Los que me llevaron a lo más alto en el mundo del deporte fueron Lucía, ‘Fillo’ y su mujer Almudena San José, que era nuestra responsable en la barra de equilibrios.
¿Cómo vivió la cita de Barcelona 92?
Con envidia porque quería estar ahí (risas). Aquel equipo fue el que definitivamente me hizo pensar: ‘Quiero estar en una olimpiada’. Las hermanas Fraguas, Ruth Rollan, Eva Rueda… Eran mis referentes y apoyos porque iba a muchas concentraciones con ellas y me decían: ‘Venga tía, que tú puedes estar en las siguientes’. Las quiero muchísimo, muchísimo.
Ha ganado campeonatos de España, ha participado en competiciones europeas y mundiales. ¿Unos Juegos son algo que no se puede describir?
Totalmente, es lo máximo. Llegué a la Olimpiada habiendo participado en tantas citas que fue la competición en la que menos nerviosa estuve. Estaba tan concentrada que en ningún momento pasé nervios.
¿Y valoró lo conseguido en su momento?
Soy de las que cada vez que acababa una competición y me salía bien, valoraba todo. Entrenas muchas horas para conseguir lo que conseguimos los que estuvimos en Atlanta. En general, valoré cada una de mis competiciones y salí orgullosa, en unas más que otras.
¿Imaginaba que usted formaría parte de ese sueño?
Desde que entré en la gimnasia, los primeros Juegos Olímpicos que vi fueron los de Seúl y, aunque era muy chiquitita, a partir de ahí dije: ‘Quiero estar ahí, me da igual la cita, pero quiero estar ahí’ No sabía que iba a formar parte de uno y cuando no conseguí llegar a Barcelona, dije que por mis narices iba a llegar a los siguientes. Un sueño para cualquier deportista.
No es el primer deportista que nos cuenta que, una vez cerrada la puerta de su deporte, no vuelve a abrirla. ¿Comparte esa sensación?
En cierto modo sí porque fueron muchos años de una vida. En mi caso, 14 los que me dediqué al mundo de la gimnasia como deportista primero y después otros cuatro como entrenadora. Una vez se acaba es como poner el punto final, es decir, lograste lo que querías y te buscas la vida por otros derroteros, vas en una dirección opuesta.
Atlanta fueron sus únicos Juegos. ¿Podía haber llegado a Sídney 2000?
No, porque competí en Atlanta con 20 años y una gimnasta con esa edad es ‘vieja’. Físicamente estaba bien de peso, tenía fuerzas, pero mentalmente estaba cansada.
Además de la edad, ¿hubo algún otro factor que le llevó a abandonar la gimnasia que tanto quería?
Mi tierra, mi gente, mi familia. Es verdad que con 20 años dices: ‘Hasta aquí. Quiero retirarme y salir por la puerta grande. No quiero seguir entrenando y ver que otras vienen por detrás y me superan’. Llegué, conseguí lo que quería y ahí fue el momento de poner punto final.
“Salí de Atlanta pesando 46 kilos y me puse en 76. Caes en una depresión y dices: ‘¿Qué hago?’. Al retirarte lloras y comes porque no sabes qué más hacer”
¿El aterrizaje en la ‘vida real’ fue complicado?
Mucho. Después de verte arriba durante muchos años, llegué a Gijón y me di una hostia descomunal porque no sabía qué hacer. Me sentía perdida porque toda tu gente, tus compañeros del colegio tienen su vida y tú no sabes hacia dónde ir. Fue muy complicado, muy duro. Tardé diez años de mi vida en saber enfocarlo y saber por dónde tenía que ir. Diez años, se dice pronto.
Nos decía Verónica Castro que a ella le dio por llorar y comer…
(Risas) Estoy de acuerdo. Salí de Atlanta pesando 46 kilos y me puse en 76. Por llamarlo de alguna manera, caes en una depresión y dices: ‘¿Qué hago?’ Cuando entrenas, tienes que llevar tan al límite el peso porque te juegas tu vida y después te sientes tan perdida que no sabes hacia dónde tirar. Como bien decía Vero, lloras y comes porque no sabes qué más hacer.
¿Sintió que su ciudad le daba de lado, la indiferencia?
Desde que intenté empezar a buscarme la vida en Gijón. Al principio, cuando estabas arriba todo el mundo te decía: ‘Para lo que quieras estoy aquí, cuando te retires hablamos…’. En el momento que lo dejas todo el mundo se esfuma, desaparece y es cuando te empiezas a sentir perdida y a preguntarte: ‘¿Qué hago con mi vida?’. Es una hostia gorda.
¿Es frustrante para un olímpico ver que su esfuerzo pasa sin pena ni gloria para la mayoría?
Totalmente. Ahora, con la edad que tengo, lo veo de otra manera, pero en aquel momento pensaba: ‘¿Para qué tanto esfuerzo?’. Hoy lo ves y dices: ‘Estoy orgullosa de lo que hice, lo que conseguí, mi trayectoria deportiva, diploma olímpico y tener la vida que tengo ahora’. La gimnasia me ayudó muchísimo a convertirme en la mujer que soy.
En 2016, estaba entre los deportistas que participaron en la presentación de la bandera ‘Gijón, Ciudad Europea del Deporte’. ¿Se le hizo raro volver a conectar con su deporte dos décadas después?
Sí, porque haces y te buscas la vida. Te sientes rara.
Una vez abandona la práctica deportiva, se enrola en las filas del Grupo Covadonga…
Comencé como entrenadora y después fui juez. Fue poco tiempo, cuatro años y luego, visto que no había futuro económico, decidí buscarme la vida por mi cuenta.
Y acabó en El Corte Inglés donde trabaja actualmente. ¿Entiende que no se aproveche el conocimiento de los deportistas y que ustedes tengan que acabar buscándose la vida?
Pienso que la gente es tonta porque de los deportistas se puede sacar mucho, por ejemplo, formas de vida, y no saben todo lo que se puede analizar de ellos.
Quedan siete meses para las elecciones. ¿Tiene la sensación de que este Ejecutivo asturiano se ríe del deporte?
Sí. No dan todo lo que tendrían que dar, no ayudan, no apoyan. Me da rabia decirlo, pero podrían hacer muchísimo más de lo que hacen.
¿Es normal hablar a estas alturas de la necesidad de una Consejería de Deportes?
Deberían de tener una buena consejería desde hace muchísimos años, pero se olvidan del deporte y de todo lo que conlleva, no me parece justo. Con todo, dudo mucho que eso pueda cambiar actualmente.
La Familia Olímpica del Principado, a la que usted pertenece, inicia una nueva andadura. ¿Será el momento del Museo Olímpico después de tantas negativas de los Ayuntamientos?
(Risas) Si lo hacen, va siendo hora porque a mí me preguntaban: ‘¿Puedes dar algo para este Museo?’ y siempre dije que lo que quisieran. A los políticos les digo que se muevan un poco porque los deportistas olímpicos somos muchos y deberían de mirar un poco más para el deporte en Gijón, para los deportistas asturianos… Darnos vida, joder, que trabajamos mucho para mover nuestra ciudad, a nuestra gente y no se nos conoce.
Que alegría volver a saber de ella… Íbamos juntas al Instituto. Todavía recuerdo cuando se fue a Madrid. Se le echaba mucho de menos.
Muchos besos.
Rebeca
Aquí el único deporte que importa es el fútbol, aunque sea decepcionante y una ruina económica para las arcas municipales…!
Una referente para la gimnasia Española. Muy fan de ella, era de mis preferidas, su estilo, altura, elegancia, genio! Brutal!