«La neutralidad implica no opinar, lo que a su vez exige no pensar porque, como bien advierte Emilio Lledó, la libertad de pensamiento es anterior a la libertad de expresión«
En el debate político de estos días existe una cierta confusión entre los conceptos de imparcialidad y neutralidad. El presidente de Chile, Gabriel Boric, ha sabido discernirlos al afirmar que, en la controversia sobre la reforma constitucional, su gobierno no puede ser neutral pero que sí debe ser imparcial.
La imparcialidad alude a la responsabilidad de velar por el riguroso cumplimiento de las reglas del debate y de dotar a todas las partes con iguales medios, consideración y respeto. A un árbitro, por ejemplo, se le pide que sea escrupulosamente justo en la aplicación del reglamento pero no se le prohíbe, en absoluto, tener una opinión sobre que jugador o qué equipo es mejor, o peor.
La neutralidad implica no opinar, lo que a su vez exige no pensar porque, como bien advierte Emilio Lledó, la libertad de pensamiento es anterior a la libertad de expresión.
Afirmaba Boric que pretender que un gobierno no tenga ideología es algo absurdo. La responsabilidad de un gobierno es tener ideas sobre los debates públicos, darlas a conocer a la ciudadanía y permitir que ésta las juzgue en una urna. Lo contrario sería incurrir en una dejación de funciones. Ni siquiera a los jueces se les exige neutralidad. En un litigio, las dos partes tienen derecho a ser tratadas con absoluta igualdad pero el juez no puede ser neutral porque su responsabilidad es, precisamente, interpretar la ley bajo unos presupuestos que hacen posible todo juicio y, como afirmaba Gadamer, no hay mayor prejuicio que la pretensión de ser neutral.
La neutralidad implica una pasividad que anula la propia actividad política. Acierta Boric porque es un contrasentido pedir a una dirección política que sea apolítica. Una ejecutiva política es un órgano colegiado que debe pensar en conjunto un programa político y, también, el modelo de liderazgo que lleve a buen puerto dicho programa. Pero además, aquellos que piden neutralidad a un gobierno parten de un presupuesto paternalista de la política según el cual el ciudadano es un menor de edad incapaz de pensar por sí mismo, fácilmente manipulable y que seguirá ciegamente la opinión del líder.
Así, cuando la ejecutiva socialista de Gijón opina que Floro es el mejor candidato para liderar el proyecto político municipal, está haciendo lo que tiene que hacer. Otra cosa será si su opinión es o no es acertada. Esto último es algo que decidirán los militantes el próximo domingo.