«Xixón tiene historia, y al conocerla no se han abierto las heridas, al contrario. La primera Ley de Memoria Histórica gritó los errores que tuvimos como Estado, dignificando y reparando a las víctimas»
Xixón tiene historia. Pese a quien pese, tiene historia. Podemos taparla, ocultarla, avergonzarnos de ella, transmitirla en susurros, pero nuestra ciudad tiene un pasado que no podemos obviar ni eliminar, pues el ayer, si se olvida, desaparece, quedándonos sin raíces suficientes para seguir creciendo.
Me provocan muchos interrogantes aquellas personas que opinan que lo ocurrido, durante el Golpe de Estado y posterior dictadura, debe quedar en el olvido, arrinconarlo como un mueble obsoleto en un trastero. En nuestra vida individual, como en nuestro existir colectivo, debemos y tenemos que vivir hacia el futuro, pues anquilosarnos en el ayer sería dar la espalda al progreso y al crecimiento. No obstante, sin el conocimiento del pasado, sin saber lo ocurrido, sin mirar hacia atrás, estaríamos saltando hacia el vacío, o peor aún, hacia donde quisieran aquellos defensores del olvido, escritores interesados del pasado. No, no podemos renunciar a caminar hacia el mañana, ni dejarnos lastrar por el ayer, pero debemos hacerlo contando, diciendo, sabiendo, lo que hemos sido.
Tanto en nuestra vida como en la existencia construida como sociedad, tenemos hechos de los que nos sentimos orgullosos, pero también otros de los que nos avergonzamos, la humanidad es imperfecta y las deidades tan solo están presentes en la religión, el cine o la literatura. Al quedarnos con los primeros, existe el peligro de deslizarnos hacia el conformismo y el beneplácito de lo realizado, evitando la sinceridad de lo ocurrido. Con esa postura cómoda y autocomplaciente, crearíamos un mundo artificial, aséptico, narcisista, esquivo de la realidad a base de la mentira.
¿Qué hacer ante el pasado tenebroso y oscuro que como nación tenemos? Nuestro país optó, durante demasiado tiempo, por un caminar repleto de lagunas que generaciones posteriores no consintieron. Los hijos e hijas de los defensores de la República tuvieron que resignarse con el no saber, el silencio, la vergüenza, pues entendían que el fin común se lograba renunciando a lo propio. En la Transición, proceso que, con errores, permitió la amalgama de diásporas, se conformó la cultura del olvido, esa donde los perdedores de la contienda no se dieron cuenta – o permitieron, por su desventaja en los núcleos de poder, no así en las calles – que los verdugos de la anterior democracia, de los derechos y las libertades usaban la tupida niebla de la desmemoria para ocultar el verdadero ayer. Con la maquiavélica técnica de silenciar lo acontecido, los defensores de la intolerancia consiguieron que permaneciese en la historia aquello ya escrito, ya narrado, ya dado por veraz, convirtiéndose, de facto, en narradores partidistas de nuestro pasado. Por eso, el dictador se mantuvo como Caudillo en los libros hasta no hace mucho tiempo, por eso los “Presente” eran loas hacia los defensores de la patria, por eso la historia seguía coja, y la justicia, sí, esta vez más que nunca, se mantenía ciega.
Tuvieron que llegar los nietos y nietas de las personas asesinadas para gritar con más fuerza exigiendo verdad, alzaron su voz, apoyándose en inconformistas asociaciones memorialistas, para seguir luchando por recuperar lo olvidado, y ante ese grito conjunto, algunos, algunas, decían, les exigían, que siguiesen viviendo en el paisaje blanquecino de la niebla, que se conformasen con una verdad escrita a base de mentiras, con un pacto plagado de silencios.
La historia reciente de nuestro país estuvo, hasta hace no tantos años, dictada por la misma raíz léxica que tiene la dictadura (dictare), pues quien da órdenes dicta, y en el dictar está muchas veces el engaño, y en el engaño no se puede sostener un país. Sin un conocimiento preciso de lo ocurrido, sin construir un pensamiento a través del saber que provoque la reflexión y la crítica, es imposible el arrepentimiento y el crecimiento como nación. Por eso yo no abogo por reescribir la historia, no, yo abogo por escribirla a través del conocimiento, abogo por estudiarla y saberla, por transmitirla, con el sonrojo de un pasado colectivo oscuro, para conservarla, y en esa conservación colectiva estará el poder de construir nuestro futuro sin la vergüenza de muebles ocultos en un trastero.
Gijón tiene historia porque la necesitamos. El 21 de octubre del 37, los franquistas entraron en la ciudad tras bombardeos indiscriminados por tierra, mar y aire. Usaron el terror sobre la población civil de manera premeditada, entendiendo que, con las bajas civiles y el desánimo provocado por el asedio, la ciudad se rendiría con facilidad, cosa que no fue así. La población, mermada, hambrienta, herida, buscaba los refugios bajo los ataques del Almirante Cervera, de la Legión Cóndor, del España, resistiendo durante quince meses la brutalidad de las llamadas tropas nacionales (qué es la nación más que los hombres y mujeres de un lugar unidos bajo una historia, cultura y valores. Cómo podemos permitir que alguien que aniquila a sus vecinos sea llamado “nacional”). Tras esos duros meses, tras la pérdida del Frente Norte, tras el fin de la guerra, unos escribieron la historia, restituyendo el derecho al no olvido de sus víctimas, mientras los luchadores por el gobierno elegido democráticamente, fueron tratados con la impiedad que da la intolerancia hacia el diferente, fueron olvidados en cunetas y denigrados en las calles.
Xixón tiene historia, y al conocerla no se han abierto las heridas, ¡tanto que decían!, al contrario. La primera Ley de Memoria Histórica de José Luís Rodríguez Zapatero gritó los errores que tuvimos como Estado, dignificando y reparando a las víctimas. Tras la Ley de Pedro Sánchez, aprobada hace unas semanas, se seguirá con los principios de verdad, justicia y reparación, sin atacar a la Transición, sin exceptuar de víctimas aquellas personas asesinadas por su ideología en un periodo negro de nuestra historia, consiguiendo, con una norma ambiciosa, continuar cerrando aquello que sangra, sabiendo que solo rezuma el líquido rojizo de la injusticia para algunas personas, aquellas que no pudieron enterrar a sus abuelos, las que no pudieron recuperar lo robado, aquellas a quienes se les exige el olvido y el perdón, no entendiendo, los vencedores del ayer camuflados en trajes y corbatas en el hoy, que el mejor hilo de sutura se fabrica con el conocimiento y el arrepentimiento.
Suelo siempre usar en los textos el masculino y femenino, pues el lenguaje forma parte de la construcción social. En este caso, no lo he hecho deliberadamente. La mujer en la Guerra tuvo un papel relevante en el frente, en la retaguardia, en las fábricas o en la ayuda asistencial. Durante la contienda y la dictadura fue duramente represaliada por su condición de mujer, madre, hermana o esposa de republicanos, sufriendo por ello la justicia militar, las prisiones o la represión por cuestión de género. Durante esos años padecieron violaciones, rapado de pelo o purgas de aceite de ricino para cagarse, literalmente, de manera pública en las calles, todo ello con la finalidad de un castigo “purificador”, físico y psicológico, que deshumanizara a las mujeres republicanas y tuviera un componente ejemplarizante.
En este caso, el no uso del femenino y masculino es por querer poner este pequeño apéndice de reconocimiento a todas aquellas mujeres que lucharon por la libertad, los derechos y la democracia, pues la desigualdad también está presente en la Historia.
Excelente Alberto
Excelente artículo!
La fotografía que encabeza el artículo fue realizada en Vigo en mayo de 1939