«Camino de la Plaza de La Corrada echo de menos uno de mis chigres de cabecera, de confianza, otro hogar en mi barrio: ‘El Marinos'»
«Todo el mundo quiere ser como Cary Grant, yo mismo quiero ser como Cary Grant». Esta frase se le atribuye al celebérrimo actor inglés y puedo entenderlo perfectamente. Después de ver por quincuagésima vez «Con la muerte en los talones» lo tengo muy claro, yo también quiero ser Cary Grant. No pienso comentar la famosa escena de la avioneta fumigadora, me quedo con la elegancia de Roger Thornhill (Cary Grant) bebiendo Campari o su reacción natural y de rebeldía ante un secuestro, espetando: «Varios barmans dependen de mí».
En mi caso creo que no puedo regalar citas tan elegantes y demoledoras, plenas de sinceridad, aunque si transito por la «calle de la verdad», camino de la Plaza de La Corrada echo de menos uno de mis chigres de cabecera, de confianza, otro hogar en mi barrio: «El Marinos». Está de vacaciones la plantilla de esta sidrería hasta el 1 de diciembre. Merecido descanso para los currantes de un bar que comanda Valentín, rumano-asturiano que llegó al País Astur con la intención de acompañar durante unas semanas a un amigo que pretendía trabajar y vivir en nuestro país.
No era partidaria de la aventura asturiana la madre de Valentín que le pedía el regreso a casa cada vez que hablaba con el retoño que algún día fue. Las semanas se convirtieron en meses, el amigo regresó a Rumanía y Valentín se quedó a currar en ese ingrato cosmos hostelero gijonés. Valentín o Valiente, para más de un parroquiano, es amable, serio, paciente, tímido y muy trabajador. Cuida de su clientela sin darse importancia con detalles sellados frente al olvido. Vamos a echar en falta la terraza del Marinos estos largos días de noviembre, esas sobremesas sin fin en la noche de una disfrutada cena sobre la marcha: parrochinas con jamón, chipirones fritos, pollo al ajillo, chorizo a la sidra… y algunas cervezas que son servidas sin falta de pedirlas.
Echaremos de menos entrecot y fabada el domingo, dos o tres cestas de un pan que nos devuelve a la infancia, las mejores patatas fritas de toda Cimavilla y parte del universo y la exquisita tarta de tres chocolates. Querido Valentín, muchos te vamos a esperar a la puerta de tu restaurante el 2 de diciembre: Noe y Patri, Érika y Óscar, Illán y Hugo, Mael y Mario, Iko y Laura… para recibirte en una suerte de bardos siempre dispuestos al brindis de la bienvenida. El último mes del año volveremos a verte apoyado en tu moto blanca, tomándote un café, en esos escasos minutos de descanso. Repasaremos la actualidad de tu Barça, recordaremos la historia del policía local midiendo distancias entre mesas en los penúltimos coletazos de aquellas absurdas normas que intentaban luchar a pellizcos contra una puñetera pandemia. O aquellas asustadas jóvenes que pedían el importe del cachopo robado por «el espíritu santo» que se presentó, otra vez, en forma de paloma, paloma engullidora de patatas, carne rebozada y pimientos rojos. Son historias de película, Valentín. No en vano el Marinos fue Videoclub antes que sidrería. Mi sidrería, nuestra sidrería.