Los aficionados le debemos muchas alegrías y una satisfacción muy especial, brindada en el Bernabéu por Abeloski con un hat trick inolvidable que eliminaba a los merengues en los cuartos de final de la Copa del 81
Amaneció Boñar el último día del mes de enero de 1953 con una helada que logró atravesar piel, hueso y tuétano a los osados madrugadores que pudieron ver congelado el Porma a la altura del puente viejo. Ese mismo día nacía en la villa leonesa un niño de invierno que sería bautizado como Abel Díez Tejerina, crecería alto y robusto como el negrillo más veterano de los cercanos bosques. Quiso el destino convertir al muchacho en futbolista, en la Cultural y más tarde en el Real Avilés.
Pasados los veinte jugó en el Deportivo Gijón y del filial saltó al primer equipo en la temporada 76-77. A los 24 años debutó con el Sporting, el 13 de febrero de 1977 en Castellón. Con triunfo de los albinegros por 2-0. Su primer gol se celebró en tierras gaditanas: Cádiz 1 Sporting 5, el último de los gijoneses supuso el primero de Abel con el Sporting. Llegarían 80 más a lo largo de 263 encuentros enfundado en la elástica rojiblanca. En la Copa del Rey sigue siendo el máximo goleador en la historia del club con 38 tantos.
Demostró su condición de buen delantero en los años dorados del Sporting con dura competencia en el frente del ataque. Desatascando más de un match, saliendo del banquillo. Si el leonés pisaba el área y le caía un balón, el esférico solía acabar besando las mallas del arco rival. Boskov solía bromear con el de Boñar. «Abel es igual que mi perro, corre mucho pero sin saber para qué». A menudo se citan las ocurrencias del entrenador yugoslavo como si se tratase de un venerable sabio. Lo cierto es que el míster balcánico no demostró pedigrí alguno. Al menos en Gijón.
Tampoco se puede decir que la afición sportinguista, tan numerosa como injusta en demasiadas ocasiones, mostrase un cariño desmedido por el oportunista delantero. Desde las gradas tildaron al jugador de torpe, trotón y tocho. Y el tipo nunca se escondió ni ahorró esfuerzo, pundonor y lucha defendiendo escudo y equipo. Los aficionados le debemos muchas alegrías y una satisfacción muy especial, brindada en el Bernabéu por Abeloski con un hat trick inolvidable que eliminaba a los merengues en los cuartos de final de la Copa del 81. Los dos primeros goles fueron dos certeros remates de cabeza que nacieron como centro en las botas de Joaquín y Uría y en el tercero se aprovechó del abandono de los tres palos por parte de Agustín mientras la pelota entraba con suspense. Tres salvas de alegría desbordada en la Asturias rojiblanca que hermanarían a Gijón con Boñar por y para siempre.
Falta el hat trick en Atocha a Arconada