«Decisiones como suprimir la Semana Mágica sin alternativa solo se explican desde el despotismo que brinda un poder mal entendido, aquí y en Moncloa. La voluntad de no dejar vivo algo que funciona porque ‘no lo creamos nosotros, lo crearon ellos‘»
Suele ocurrir. Un gobierno local promociona una iniciativa cultural. Cala entre el público y crea tendencia. En pocos años se convierte en un hito en la ciudad. Camino a cumplir la década, trasciende y empieza a definir a una generación: niños que tenían 10 años cuando empezó lucen ya barba tupida. Cambia el gobierno y todo desaparece, como por arte de magia. Desde un despacho se raja la yugular de una estructura de valor añadido, que crea riqueza entre sus diferentes actores y, sobre todo, es algo apreciado por el público de Gijón. ¿La alternativa? La nada. Se apaga la luz, todos fuera. La desaparición de la Semana Mágica, que empezó en 2012 y tuvo su réquiem en 2019, colea estos días en los que la ilusión y la sorpresa brotan de nuestro niño interior. Aquella última edición de un festival de tres semanas, con el PSOE de vuelta en el gobierno local y en Divertia, ya presagiaba que se estaba presenciando el truco final. La organización comenzó a tener problemas (llegaron a privarles de una caseta para cambiarse en el paseo de Begoña), hasta poco después toparse con la frase que ningún promotor de espectáculos -ni ciudadano de bien- quiere oír de una institución pública: “El festival no encaja con nuestros criterios políticos”. No eran suficientes los récords de audiencia de lo que ya era un festival consolidado en el norte de España, que sumaba más de 20.000 espectadores al año, con primeros espadas del mundillo y que hacía ciudad acercando el abracadabra a los barrios. Tampoco era suficiente la cantidad de patrocinadores privados que atraía el festival, mirados con recelo desde el ámbito público, en un claro ejercicio de surrealismo. Por mucho que insistan, la Covid sigue sin ser un argumento razonable para destruir algo tan sólido. Y este festival lo era.
Pero lo peor es ese standby político, que ya ofende. Lo último que sabemos de la concejalía de Cultura es que, cual conejo en chistera, un virtual “estudio de audiencias” será la base para crear un festival de magia “más completo”. Ciertamente no es ninguna locura poner en duda la existencia de dicho estudio y más si cabe la intención del gobierno socialista de hacer festival ninguno. En perspectiva, decisiones como suprimir la Semana Mágica sin alternativa solo se explican desde el despotismo que brinda un poder mal entendido, aquí y en Moncloa. La voluntad de no dejar vivo algo que funciona porque ‘no lo creamos nosotros, lo crearon ellos’. El ciudadano es, al final, el último mono. Uno desconoce en qué estaría pensando el sesudo estratega político que decidió destruirlo. Quizás que llegaríamos a 2023, a las elecciones, y que la gente no lo recordaría. Quizás sea ese el deber de la prensa, ser la Recordadora de Harry Potter. “Si cierras los ojos, te lo pierdes”. Aunque entonces no lo vieron.
A los políticos se les llena siempre la boca con frases del estilo¨´ nosotros trabajamos por y para el pueblo¨. Pero cuando algo funciona pero es idea del otro,no me vale. Esto es un claro ejemplo al que nos tiene acostumbrados nuestra ya casi extinta alcaldesa. Pero no olvidemos también la tabarra veraniega que se lleva produciendo desde tiempos lejanos sobre la ´SEMANA NEGRA´. Un evento que triunfa en Gijón y es una ventana en los informativos nacionales. El OCTOBER FEST, también criticado por el otro ala del espectro político. En fin, como digo siempre mirando por el ciudadano pero a ser posible con mis ideas.
Que pinta la Moncloa en este tema. Uf ayuda a partidismo
Más que ayuda es atufa