«Vivimos el enfrentamiento entre la España periférica y la España centralista, la que convierte la autoestima en el horizonte de un pueblo de tantos pueblos como la imaginación le alcance a uno y esa otra que es incapaz de ver más allá de Becerril de la Sierra»
Mientras Isabel Díaz Ayuso trata de inventarse un nuevo Madrid, una nueva movida, mientras ella misma se reinventa como una Menina poseída por Esperanza Aguirre, o como una Santa Teresa engolfada de poder, que no de Dios -pues de tanto amarlo lo ha hecho ya su prisionero-; mientras Madrid arde entre litros de alcohol y una noche ciega de trap, neón y cocaína, Almeida se paseaba este fin de semana por Gijón anunciando la buena nueva del liberalismo que, en boca del alcalde de Madrid, verifica que la doctrina de Smith ha dejado de ser un dogma económico y ha pasado a ser un casticismo estéril y feroz que repite tanto en nuestros estómagos como un buen cocido en Lhardy.
Efectivamente, querido y desocupado lector, Martínez Almeida acudió a la ciudad para alfonsearse ante los mandas del PP asturiano, que lo recibieron como a Napoleón la noche que llegó a Madrid. Quiere uno decir que esta derecha de Teresa Mallada y Pablo González se involucra hasta el tuétano con la derecha mesetaria, madrileñista y dislocada, alejándose cada día más de esa otra galaica, más racional, pragmática y federal, que busca alianzas con Barbón para lograr así un reparto más justo de la pasta en el proceso de financiación autonómica que tendrá lugar durante los próximos meses.
El madrileñismo, como todo costumbrismo, es una degeneración exaltadora de la ciudad y Almeida, con todo su madrileñismo populachero de toro que huele mierda de animal muerto, ha venido a combatir la reforma del Estatuto y, particularmente, la oficialidad del bable o del asturiano, que para algunos es un derecho, y para muchos de nosotros, otra exaltación de nuestro propio terruño que exige más reflexión y menos acelerón para acabar con el Estatuto aprobado en poco más de un año y medio.
Vivimos el enfrentamiento entre la España periférica y la España centralista, la que convierte la autoestima en el horizonte de un pueblo de tantos pueblos como la imaginación le alcance a uno y esa otra que es incapaz de ver más allá de Becerril de la Sierra. En el fondo son la misma cosa, un reparto del tesoro entre la rapiña. En cualquier caso, la vista de Almeida rejuveneció el pelo casposo, el paternalismo burgués, y esa estética de vieja derechona a la que no sabemos si Casado pretende dar boleto o mantener en el convento durante la convención que abrió ayer en Galicia y que cerrará el próximo domingo en Levante. Ser o no ser, esa es la cuestión con la que ayer Núñez Feijóo dejó zanjado el asunto. Ser es creer en las instituciones, en Europa, en la solidaridad territorial, en servicios públicos fuertes y no dejarse embaucar por la libertad de la Menina, que solo busca la foto en el despacho de Moncloa.